Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
He intentado comprender la actitud de Lenin Moreno después
de haber sido elegido presidente de Ecuador, o incluso mejor, tratar de saber
si la forma de actuar que comenzó a manifestar a partir de su asunción a la más
alta investidura de su país es nueva o, ha sido una constante de su vida. La
respuesta a esta pregunta es muy importante porque, aunque es evidente que
Moreno traicionó al presidente Correa lo cual es el problema menor, toda vez
que lo más relevante es el carácter pernicioso que lo llevó -con premeditación
y alevoso cálculo- a engañar a millones de ecuatorianos que le dieron su voto
pensando que iba a dar continuidad al proceso de la revolución ciudadana que se
inició en 2007 y que cambió sustancialmente la vida del país.
Eso tampoco debe sorprender, en tiempos de Trump, Bachelet,
Macri, Bolsonaro, Abdo Benítez, Uribe, Mujica, Kuczynski, Peña Nieto y otros,
la simulación, los ardides y la utilización del pueblo con fines políticos
personales y de grupos se ha transformado en la panacea de la democracia. Esta
ha dejado de ser un instrumento para servir al pueblo para mutar en un
instrumento para servirse del pueblo en pro de objetivos propios.
La democracia ha dejado de ser el gobierno de las mayorías,
para ser el gobierno que sirve a las minorías. La democracia ha dejado de ser
el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo para ser el gobierno de
los ricos, por los ricos y para los ricos.
Es lo que ha hecho Moreno: en sentido estricto es solo un
simple traidor, sin embargo, debe considerarse que en su condición de
gobernante ha seguido la impronta de lo que siempre ha sido y lo que con
astucia ha logrado encubrir. De hecho, su carrera política en la administración
pública comenzó en el gobierno del destituido Abdala Bucaram y continuó unos
años después durante los gobiernos nada santos de Gustavo Noboa y Lucio
Gutiérrez.
Una de las cosas de las que adolecieron casi todos los
gobiernos progresistas de los primeros años del siglo XXI es la ausencia de una
política de cuadros y una extrema debilidad del papel de los partidos políticos
que soportaban esos gobiernos a favor de líderes sacramentados considerados
casi infalibles que fomentaban las promociones
a niveles superiores a partir de decisiones unipersonales basadas en
elementos de carácter subjetivo que no consideraban la historia ni los
antecedentes políticos de aquellos a quienes habrían de encumbrar a la
categoría de líderes, sin serlo.
Sabedores de esta debilidad, la canalla mediática hacía
silenciosamente su trabajo, ensalzando a sus candidatos con hábiles campañas
que presentaban “cualidades” que les permitían a los designados ser
susceptibles de “ascensos”, colocándolos para ello en la mira de los que unilateralmente
decidían.
Aunque como se dijo antes, Moreno traicionó la confianza de
Correa y engañó al pueblo, un análisis estricto lleva a concluir que en
términos ideológicos no es un traidor, porque la traición es una actitud que se
asume en contra de algo en lo que se cree y Moreno nunca ha creído en nada más
que en su gloria personal, propia de personajes que se sienten disminuidos, a
partir de lo cual generan complejos que los hacen actuar a la defensiva,
atacando y agrediendo.
Esto es absolutamente normal que ocurra en la vida, lo que
no es corriente, es que lo acometa el presidente de una nación. Moreno ha
sabido acomodar su discurso a través de las épocas y de la moda, fue de
izquierda cuando ésta estaba en el boom, después asumió una retórica empresarial
y a continuación adoptó un sesgo social demócrata para hacerse más apetecible
en ciertos sectores que lo aupaban, para posteriormente acoger la revolución
ciudadana cuando el pueblo mayoritariamente la hizo suya. Ahora, en tiempos de
Trump, es un neoliberal, pro imperialista y anti integracionista para seguir
poniéndose en la dirección de los vientos que soplan.
He consultado con académicos en el ámbito de la sicología,
si la traición es una sicopatía, algunos han rechazado esa idea y me han dicho
que, en la casi absoluta totalidad de los casos, el traidor no se considera en
esa calidad, al contrario, creen que están haciendo lo correcto y que son
incomprendidos. Para otros especialistas, la traición no es una enfermedad
mental, pero si una incapacidad de manejar las tensiones internas, es decir es
una falla de la personalidad. Lo terrible en este caso es que se produzca en la
personalidad de un jefe de Estado.
A este respecto, el reconocido sicólogo venezolano Alberto
Barradas expone que la traición esta relacionada directamente con el narcisismo
entendido como “…la complacencia excesiva en la consideración de las facultades
propias”, lo cual genera una tensión sicológica entre esa “excesiva
consideración propia con el deber de mantener lealtad”.
Continúa explicando que esto ocurre porque mientras la
lealtad tiene que ver con los otros, el egocentrismo responde a uno mismo.
Agrega que el traidor tiene que resolver de forma permanente la contradicción
entre la “lealtad a una idea o persona y su propia necesidad personal
egosintónica” por lo que “el traidor es obligatoriamente vencido por sus
fuerzas narcisistas y su necesidad del yo. Al final el traidor es un
autofracasado”.
Barradas explica que los traidores generan una “habilidad
compensatoria” que tiene su origen en una deficiencia de la personalidad, por
lo que la traición nace para subsanar esa falla, la cual, con frecuencia se
convierte en inteligencia y astucia. De la misma manera, el traidor suele tener
una personalidad obsesiva como forma de manejo de la pugna entre la lealtad y
egocentrismo, todo lo cual se desarrolla con el objetivo de reprimir su baja
auto estima, que lo conduce a una mala autovaloración que lo hace sentirse mal
A diferencia de otros colegas, Barradas concluye diciendo
que: “En este sentido, el traidor se sabe traidor y conoce su poca valía, eso
lo lleva a traicionar más, para con su éxito, sentir que compensa su pequeñez”
por lo cual no va a dejar de traicionar sencillamente porque no puede dejar de
hacerlo. En ese marco: “Todos los procesos que impliquen símbolos de éxito
(poder, fama, dinero, etc.) serán los objetivos del traidor para compensar su
falla”
Este podría ser el sustento que explique las acciones de
Lenin Moreno, las que no pueden verse en el terreno estricto de lo objetivo y
lo racional, hay que ir más allá y tener amplitud de miras para percibir que
nos encontramos ante una persona que está obsesivamente actuando con la
necesidad de “compensar su pequeñez”, sabiendo además que no “va a dejar de
traicionar porque no puede hacerlo”
De esta manera se puede comprender que haya entregado a
Julián Assange a la justicia imperial incluso a costa de la violación de la
soberanía de su propio país, así también se puede entender que haya firmado un
acuerdo con el FMI, lesivo a los intereses del Ecuador porque significará una
reducción de su PIB per cápita, un mayor desempleo y una mayor inestabilidad
macroeconómica que afectará principalmente a los sectores más humildes, por las
mismas razones se propone entregar las Galápagos, patrimonio de la humanidad, a
Estados Unidos para que esta potencia pueda utilizar el aeropuerto de la isla
de San Cristóbal como base aeronaval del Comando Sur, bajo el inmoral argumento
dado por el Ministro de Defensa, Oswaldo Jarrín, quien dijo que “Galápagos es un portaviones natural”,
violando de esa manera el artículo 5 de la Constitución Nacional que prohíbe la
instalación de bases militares extranjeras en el país.
Esa personalidad obsesiva “para compensar su pequeñez” es la
que lo lleva a ensañarse con Jorge Glas, quien fuera su vicepresidente,
ordenando se violen todos sus derechos y haciendo que su vida corra peligro
como lo certificó una comisión de diputados honestos del Parlamento Europeo que
constataron in situ las condiciones infra humanas en que se encuentra detenido
al punto tal que propondrán a la Eurocámara que Ecuador sea expulsado del
Acuerdo con la Unión Europea por violación a los derechos humanos. Glas fue
acusado en un juicio pleno de irregularidades, aunque su sentencia aún no está firme,
faltando aún la revisión de un recurso de casación, que se hará en septiembre
próximo. Por instrucciones directas de Moreno las condiciones carcelarias de
Glas están al margen de cualquier norma de ese tipo en un país que vive un
Estado de derecho.
Sin embargo, hay que decir que el valiente pueblo
ecuatoriano ha comenzado a despertar con fuerza del letargo de la perfidia
morenista. Así, a mediados de julio se desarrolló un multitudinario paro
nacional en casi todo el país fue paralizado, removiendo las bases de la
sociedad y del gobierno de Moreno: organizaciones de barrio, indígenas,
estudiantes, centrales sindicales y transportistas entre otros, manifestaron su
repudio al acuerdo con el FMI, al neoliberalismo y al entreguismo de la
soberanía nacional por parte de Moreno. Su respuesta: la única que le queda, la
represión violenta en contra del pueblo.
Esto es lo que ha llevado a que en una encuesta realizada en
Quito y Guayaquil y dada a conocer el pasado martes 30 de julio, el 84,06% de
los ciudadanos consultados considerara que la gestión presidencial de Moreno
era mala, así mismo ante la pregunta de si Lenin Moreno como persona le
agradaba o desagradaba, el 74.69 por ciento manifestó que le desagrada el
presidente de Ecuador. Es normal, nadie quiere y a nadie le gustan los
traidores.
Vale recordar un pasaje del “Rey Lear”, la obra de William
Shakespeare, en el momento que el rey toma conocimiento de que su hija Regan lo
ha traicionado dice que eso era “…peor que asesinar”. Esa es la verdadera
dimensión de la macabra obra de Lenin Moreno como presidente de Ecuador, quien
se ha transformado en un asesino de la confianza de su pueblo.
sergioro07@hotmail.com
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