Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
El planeta se encuentra suspendido de un hilo y sigue con
suma expectación las noticias vinculadas a lo que se ha dado en llamar “guerra
comercial” entre Estados Unidos y China. Vale debatir si en realidad se trata
de una guerra y si en verdad las causas de su inicio y la actual escalada tiene
un trasfondo de orden comercial.
Como es sabido, este conflicto fue iniciado en marzo de 2018
tras un anuncio realizado por el presidente de Estados Unidos Donald Trump,
quien informó su decisión de imponer aranceles por un monto 50 mil millones de
dólares a los productos chinos bajo el artículo 301 de la Ley de Comercio de
1974, sustentado en el supuesto de “prácticas desleales de comercio” y “robo de
propiedad intelectual” por parte de la nación asiática. Unos días después,
China respondió aplicando aranceles a 128 productos estadounidenses, dando
origen de esa manera a un escalamiento del diferendo que pareció entrar en una
etapa de tregua y posteriores negociaciones tras el encuentro de los presidentes
de ambos países en Buenos Aires el pasado 1° de diciembre en el marco de la
celebración de la Cumbre del G-20.
Sin embargo, tras 11 rondas de conversaciones realizadas en
ambas capitales, el conflicto lejos de acercase a una culminación exitosa, ha
escalado incluso con la decisión de imponer nuevos aranceles por parte de
Estados Unidos justo cuando estaba por comenzar la realización de ese décimo
primer encuentro bilateral que se habría de realizar en Washington durante la
segunda semana de este mes de mayo.
El 10 de mayo Estados Unidos aumentó los aranceles a las
importaciones chinas por un valor de 300 mil millones de dólares elevándolos de
10 a 25%, a lo que Beijing respondió anunciando un plan que se propone
introducir gravámenes sobre las importaciones estadounidenses a partir del 1°
de junio por valor de 60 mil millones de dólares.
Pero, como hemos dicho con anterioridad, el verdadero eje
del problema es que la República Popular China va logrando una superioridad
tecnológica respecto de Estados Unidos que la coloca en una mejor posición para
avanzar en su desarrollo hacia una
economía fortalecida que la va a colocar en las próximas décadas en la
vanguardia económica del planeta y que a través del Plan de la Nueva Ruta de la
Seda ha generado un mecanismo que trae prosperidad no sólo a su país sino a
otros pueblos del mundo corroyendo con ello el sistema mediante el cual se usan
las relaciones económicas internacionales como instrumento de opresión,
subordinación y miseria para la mayor parte de la humanidad.
De manera tal que tras la llamada guerra comercial se
esconde en realidad una guerra tecnológica que es expresión de la desesperación
estadounidense por el elevado desarrollo científico chino, que por primera vez
en los últimos 130 años ha coloca a la potencia norteamericana en un lugar
secundario en este ámbito.
El principal conflicto se ha desatado en torno a la nueva
generación de comunicación móvil denominada 5G obtenida por China con un
adelanto de 8 meses respecto de Estados Unidos. Vale decir que este país había
consiguiendo la primacía en las previas 3G y 4G. La tecnología 5G traerá
indudables implicaciones en las actividades sociales, geopolíticas,
empresariales y militares al ser 40 veces más rápida que la 4G y tener una
capacidad de transmisión de datos ostensiblemente mayor al poder desarrollar a
través de ella la conexión de grandes bases de datos, la expansión de
aplicaciones de inteligencia artificial, incluyendo robótica de carácter
avanzado y la posibilidad de múltiples conexiones ultrarrápidas de internet
entre ciudadanos, organizaciones y cosas como dinero móvil, vehículos sin
conductores, cirugías a distancia, enseñanza virtual y uso de drones, mucho de
lo cual ya está en uso en China.
En la escalada del problema creado, el pasado 12 de mayo el
gobierno de Estados Unidos difundió una lista de casi cuatro mil productos
chinos a los cuales podría imponer nuevos aranceles, al mismo tiempo el
presidente Trump dijo que estaba estudiando la posibilidad de decidir aplicar
tarifas del 25% al resto de las mercancías chinas que hasta ese momento no
tenían tales gravámenes y que había dado instrucciones para dar los pasos
iniciales en esa dirección a partir de lo cual la administración estadounidense
dio inicio formal al proceso de aprobación de nuevos impuestos con la
publicación de un listado de 3805 categorías de bienes valorados en 300 mil
millones de dólares anuales, el cual incluye mercancías como celulares,
computadoras personales, leche, acero y aluminio.
De manera frontal, y utilizando un tono inusitado para su
tradición diplomática, la respuesta china fue frontal, el martes 14 de mayo el
portavoz de la Cancillería, Geng Shuang informó que “"La experiencia
anterior fue testimonio de que China no quiere una guerra comercial, pero tampoco
tiene miedo de ella; si alguien provoca una guerra en la entrada a nuestra
casa, vamos a luchar hasta vencer". Geng también manifestó la esperanza de
que Estados Unidos no menosprecie la disposición de China de defender sus
intereses. De manera clara, China ha asumido que lo que ha decidido Estados
Unidos es la realización de una guerra y como tal se está preparando para
defenderse y contrarrestar los efectos de la misma. No hay que olvidar que la
guerra es la continuación de la política y Estados Unidos ha decidido una
política de confrontación y enfrentamiento para lograr la derrota del enemigo.
Al día siguiente, 15 de mayo, en un editorial titulado:
"China ha hecho la preparación integral" leída en el noticiero
estelar de la Televisión Central de China (CCTV) el gobierno envió un mensaje
al pueblo en el que se informa acerca de de su posición en torno a la
confrontación planteada por Estados Unidos. En el mismo se comunica que
"…no queremos esta lucha, pero no tenemos miedo y vamos a luchar si es
necesario". En el imaginario de los ciudadanos chinos, el trasfondo del
conflicto no tiene carácter comercial ni económico, sino que lo ha entendido
como una lucha por el honor y en salvaguarda de la integridad del país. El
editorial antes mencionado toma nota de este sentimiento y lo manifiesta de la
siguiente forma: "Para la nación china que ha experimentado varias
tormentas en los últimos 5.000 años, ¿hay alguna situación que no hemos visto
antes? En el proceso de la gran revitalización de la nación, tiene que haber
dificultades e incluso olas terribles. La guerra comercial provocada por
Estados Unidos es sólo una barrera en el camino de desarrollo de China, y no es
un gran problema en absoluto".
La respuesta china produjo irritación extrema en Washington,
no acostumbrado a que alguien en el mundo le responda de igual a igual, el
jueves 16 de mayo, el presidente Trump afirmó que China resultaría gravemente
perjudicada si los dos países no llegan a un acuerdo comercial porque las
tarifas impuestas por Estados Unidos obligarán a las compañías a trasladar la
producción a otros países.
Vale considerar que en su comparecencia ante los medios de
comunicación el portavoz Geng había expresado que Estados Unidos no necesitaba
preocuparse por la estabilidad de China porque durante las cuatro décadas de
desarrollo de la política de reforma y apertura, el entorno de inversión
extranjera del país había mejorado continuamente, lo que ha conducido a que
China sea uno de los mayores destinos en el mundo para la inversión extranjera
alcanzando un nivel récord en diciembre del año pasado.
Este último aumento de las tasas, impulsado por el
presidente Trump y los planes de China de contrarrestarlas, han influido
negativamente en las empresas estadounidenses afincadas en el país asiático. En
ese marco, contradiciendo a Trump quien afirmó que lo que tenían que hacer las
empresas estadounidenses era construir sus fábricas o manufacturar sus
productos en Estados Unidos, para lo cual no tendrían que pagar ningún arancel,
algunas de las principales compañías han dudado de ese ofrecimiento e incluso
Exxon Mobil decidió establecer un proyecto de productos petroquímicos a gran
escala en China. De la misma manera, la fabricante de vehículos electricos
Tesla comenzó oficialmente la construcción de una planta de fabricación en
Shanghái, su primera en el extranjero, y la corporación agrícola Cargill
decidió ampliar su capacidad de procesamiento central en la provincia china de
Jilin en abril. De la misma manera, un grupo de 170 empresas de la industria
del calzado encabezadas por Adidas, Nike, Converse, Puma y Clarks entre otras,
han enviado una carta al presidente Donald Trump en la que le instaron a
reconsiderar los aranceles a los zapatos fabricados en China, al estimar que
tal política puede resultar "catastrófica" para "empresas,
consumidores y la economía estadounidense en general", considerando que el
72% de los zapatos que importa Estados Unidos, provienen de China.
Tales hechos dan cuenta de que estas empresas, dado su
carácter transnacional no necesariamente actúan en sintonía con su país de
origen, sino que deciden sus destinos de inversión y eligen a sus socios
comerciales a partir de sus mejores intereses en la búsqueda de mayor ganancia.
Retirarse de China podría significar para estas empresas la pérdida del mayor
mercado mundial, que además está en permanente expansión dados los importantes
avances de China en la lucha contra la pobreza y el incremento constante en los
niveles de consumo de su población.
Por otra parte, en un esfuerzo por atraer nuevos
inversionistas y mantener los que tienen, China continúa reduciendo las
limitaciones para la inversión extranjera, reservándose para si, solo las áreas
estratégicas de la economía y las que están vinculadas a la industria para la
defensa.
En ese ámbito, la nueva Ley de Inversión Extranjera, que
entrará en vigencia el 1° de enero de 2020, fomentará más inversiones en China
ya que generará una mayor confianza en un entorno estable, transparente,
previsible y justo para las inversiones extranjeras. Las medidas para la
ampliación y mayor eficiencia (que incluye una fuerte lucha contra la
corrupción) en la aplicación de la política de reforma y apertura permitirán
además la racionalización y una mayor descentralización en la toma de
decisiones incidiendo en la creación de un mejor ambiente empresarial en el
país.
En esa medida, Estados Unidos se enfrenta a racionales
políticas de Estado asumidas por la dirección china encaminadas a hacer avanzar
la economía, evitando en todo momento el conflicto y enfrentándolo solo porque
es un escollo que la insensata administración Trump ha planeado como vía para
que su país pueda salir del marasmo económico en el que se encuentra.
En ese sentido, los datos que aporta una encuesta realizada
entre el 16 y el 20 de mayo de manera conjunta por la Cámara de Comercio
Americana en Shanghái (AmCham Shanghai) y la Cámara de Comercio Americana en
China, con sede en Beijing (AmCham China) establece con claridad que las
medidas tomadas por el presidente Trump están incidiendo negativamente en las
empresas estadounidenses que se encuentran en China. La pesquisa da cuenta que
el mayor impacto viene dado por el perjuicio a la competitividad de la gran
mayoría de los encuestados (el 74,9%), lo cual se ha reflejado en una menor
demanda de mercancías, mayores costos de producción y superiores precios de
venta de productos que condujeron a mayores costos operativos que tuvieron
fuerte impacto en el 45,6% de las empresas que se vieron impelidas a localizar
fuentes alternas para la colocación de sus productos.
No obstante, China había tomado medidas en ese sentido, cuya
comprensión generó grandes debates en diferentes escenarios, en torno al estado
real de la economía china, toda vez que las mismas expusieron que ella se
encontraba en un proceso de ralentización indetenible, sin embargo, el gobierno
chino explicaba que dadas las dificultades por las que atravesaba la economía
global se hacía necesario disminuir las metas en el crecimiento del PIB, y trasladar el producto que emanaba de esa
mengua en el flujo de las exportaciones a su gigantesco mercado interno que
todavía posee un gran potencial para absorber los excedentes de producción que
el conflicto generado por el gobierno de Estados Unidos podría crear. Así,
muchas empresas estadounidenses y de otros países, se han acogido al plan “En
China, para China” que consiste en ubicar su producción en el mercado local de
un país poseedor de un potencial de 1.4 millones de consumidores. El gigantesco
mercado chino es la primera arma que tiene ese país para enfrentar la guerra de
Trump…pero no es la única.
(Continúa la próxima semana)
sergioro07@hotmail.com
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ResponderEliminarMuy bueno y pertinente el artículo;
ResponderEliminarSaludos Profesor;
Marycel Pacheco
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