Por Leandro Albani
Raqqa, la ciudad del norte de Siria que se transformó en la
capital del Estado Islámico (ISIS), desde hace semanas se convirtió en la arena
donde los terroristas comandados por Abu Bakr Al Baghdadi caen derrotados día
tras día, en una muestra clara del retroceso permanente de un grupo que todavía
conmociona al mundo. Y su líder, rodeado del más profundo misterio desde su
única aparición pública en 2014, parece que ahora corre la misma suerte que sus
predecesores Osama Bin Laden –líder de Al Qaeda- y el Mullah Mohammad Omar
–máximo responsable del movimiento Talibán-. Escondidos y acechados, Bin Laden
y Omar perdieron sus vidas en medio de un halo de secretismo y conjeturas, lo
mismo que Al Baghdadi, si es que se confirma la declaración realizada este
jueves por el gobierno de Rusia.
El 16 de junio pasado, el ministerio ruso de Defensa anunció
que se encontraba “validando” la información sobre la supuesta muerte de Al
Baghdadi, ocurrida el 28 de mayo en una zona al sur de Raqqa, luego de un
ataque la fuerza aérea rusa. En ese momento, Moscú divulgó que en el bombardeo
-efectuado con drones y de una duración de apenas 10 minutos-, también había
ultimado a 330 terroristas y altos funcionarios del Consejo de Guerra del
Estado Islámico que se encontraban reunidos. Entre los dirigentes de ISIS
muertos figuran Abu Al Jadji -el “emir” de Raqqa-, Ibrahim Al Jadj -responsable
del control militar de la región que rodea a Raqqa- y Suleimán Al Shauaj -jefe
de seguridad de ISIS-. Al conocerse esta noticia, el canciller ruso Serguei
Lavrov dijo que no tenía “una confirmación al cien por cien de la información”.
Pero hace poco más de 24 horas, el viceministro ruso de
Asuntos Exteriores, Oleg Syromólotov, declaró que “con gran probabilidad se
puede decir que el líder del Estado Islámico fue abatido”. El funcionario
igualmente aclaró, según la agencia RIA Novosti, que “esta información está
siendo verificada por distintos canales”.
El hombre de negro
Al Baghdadi se mostró en público en la gran mezquita de
Mosul, ciudad del norte de Irak, cuando ISIS comenzó a barrer con sangre y
muerte los territorios iraquí y sirio. Vestido de negro, de paso lento y rosto
adusto, en 2014 el autoproclamado Califa llamó a sus fieles a lanzar una guerra
sin cuartel contra los “infieles”, un sector conformado por casi toda la población
que no rindiera pleitesía a sus secuaces. Cristianos, chiitas, alauitas,
yezidíes, kurdos, musulmanes sufíes, todos fueron blanco del Estado Islámico.
Antes de ser el hombre más buscado del mundo, Al Baghdadi
era un ambicioso yihadista llamado Ibrahim Awwad Ibrahim Al Badri, nacido en la
ciudad de Samarra en 1971 y doctorado en estudios islámicos por la Universidad
de Bagdad. Aunque su vida se reconstruyó sobre una telaraña de interrogantes,
existen coincidencias en que el Califa se unió a grupos terroristas en 2003,
durante la invasión de Estados Unidos a Irak. Apenas un año después fue
apresado y estuvo once meses recluido en el centro de detención Camp Bucca,
controlado por las fuerzas estadounidenses. En ese lugar comenzó a tejer su
relación con miembros de Al Qaeda, organización a la que se integró. Al mismo
tiempo, en la prisión entabló relaciones con ex militares del gobierno de Sadam
Husein, muchos de los cuales se sumarían a ISIS y conformarían la columna
vertebral de la organización, debido a su experiencia militar y territorial.
Luego de varias divergencias y enfrentamientos con el liderazgo de Al Qaeda, Al
Baghdadi se lanzó a crear su propia organización, que con el tiempo
desembocaría en el Estado Islámico.
En las diferentes versiones de su derrotero, Al Baghdadi fue
presentado como hijo de una familia laica y afiliada al Partido Bass iraquí,
que en la universidad tomó contacto con los Hermanos Musulmanes (HM),
cuestionada organización creada en 1928 por Hasan Al Bana en Egipto y que en la
actualidad recibe el respaldo de Qatar. Por su parte, Turki Al Bin Ali,
seguidor de ISIS y biógrafo del Califa, argumentó que los orígenes de Al
Baghdadi se remontan a la tribu Quaraysh, a la que pertenecía el profeta
Mahoma. Esta versión, cargada de un efecto mediático que ISIS ha sabido
explotar, muestra a Al Baghdadi como un representante legítimo que llegó para
liberar al mundo musulmán. “El jeque, el guerrero, el erudito que practica lo
que predica. El orador, el líder, el revitalizador, descendiente de la familia
del Profeta”, así fue presentado el Califa cuando el portavoz del Estado
Islámico lo anunció en la gran mezquita de Mosul.
Antes de ser el terrorista más peligroso del mundo, el
entonces Ibrahim Awwad Ibrahim Al Badri apareció en una serie de fotos junto al
senador estadounidense John McCain, quien ingresó a Siria de forma ilegal en
2013 y se reunió con integrantes del Frente Al Nusra, filial de Al Qaeda en
territorio sirio, y del Ejército Libre Sirio (ELS), primer grupo que se levantó
en armas contra el gobierno del presidente Bashar Al Assad y es respaldado por
Turquía.
Pero si de misterios se trata, las declaraciones más
impactantes las brindó el ex integrante de la Agencia de Seguridad Nacional de
Estados Unidos (NSA), Edward Snowden, al revelar que los servicios de
inteligencia británico y estadounidense, junto al Mossad israelí, trabajaron en
coordinación para crear al Estado Islámico. Según documentos filtrados, Al
Baghdadi recibió entrenamiento militar durante un año por parte del Mossad,
además de cursos de teología y de oratoria. También se difundió que la
verdadera identidad del Califa es Elliot Shimon y que se desempeña como agente
de la inteligencia israelí.
Resurrecciones y derrotas
Protegido por una tropa de seguridad que se llegó a calcular
en 300 combatientes, Al Baghdadi transcurrió sus últimos años entre Mosul y
Raqqa, aunque algunos medios difundieron que el líder de ISIS se podría haber
trasladado a Libia, país del norte de África destruido en 2011 luego de ocho
meses de bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Cuando esta versión vio la luz, la idea no era tan descabellada, ya que las
primeras milicias de ISIS comenzaban a moverse por territorio libio,
confrontando con otros grupos de su misma naturaleza, e intentando controlar
los puertos y yacimientos para traficar el petróleo, uno de los grandes
negocios del Estado Islámico en estos últimos años.
El Califa, desde las oscuridades del misterio, fue dado por
muerto en varias ocasiones. El 11 de junio, el Daily Mail, recogiendo
información de la televisión siria, indicó que había sido neutralizado en un
ataque aéreo, aunque aseguraba que los sitios web vinculados a ISIS no
confirmaban la muerte de su jefe. En febrero de este año, se informó que Al Baghdadi
había resultado gravemente herido durante un ataque de la aviación iraquí en la
ciudad de Al Kaim. En octubre de 2016 se difundieron reportes según los cuales
el líder de ISIS se encontraba grave después de haber sido envenenado junto con
tres comandantes del grupo terrorista. En junio del mismo año, varios medios
difundieron que Al Baghdadi podría haber sido herido en un ataque aéreo lanzado
por la Coalición Internacional encabezada por Estados Unidos. Ya en abril de
2015 se divulgaron noticias sobre un bombardeo que había dejado gravemente
herido al terrorista.
Hasta ahora, Al Baghdadi parece haber escapado de todas
estas versiones periodísticas, como también de las operaciones militares que
mantienen acorralado a ISIS. Controlando apenas el dos por ciento de Mosul y
desperdigado en reducidos focos en Siria, el Estado Islámico se dirige a una
inminente derrota militar. La caída de la capital del Califato en Raqqa es
cuestión de días, mientras que ISIS intenta golpes desesperados para no
desaparecer en el terreno, como tampoco de la escena mediática, un arma que
supo utilizar con astucia y precisión, generando un fuerte impacto en la
sociedad.
Los últimos atentados terroristas en Europa, Irán y
Afganistán confirman que el Estado Islámico, ante la caída masiva de sus
combatientes, apuesta a esta metodología. La toma de la ciudad de Marawi al sur
de Filipinas y su presencia en el norte y centro de África, demuestran que ISIS
es una organización con capacidad financiera, no sólo por el tráfico ilegal de crudo,
la venta de mujeres secuestradas y el robo de antigüedades, sino porque los
canales por los cuales recibe dinero desde Arabia Saudí, Turquía e
indirectamente de Estados Unidos y Europa continúan abiertos.
Bajo la proclama de reunir y homogenizar a la comunidad
musulmana de todo el mundo, pero duramente golpeado y diezmado, ISIS sigue
levantando las banderas del wahabismo, ideología oficial de la monarquía saudí,
donde confluyen las interpretaciones más ortodoxas del Islam, un férreo control
social, la represión como forma de vida y una economía feudal y funcional a los
intereses de las potencias occidentales.
Abu Bakr Al Baghdadi ahora suma otra muerte a su historia,
una muerte que de confirmarse será el acta de defunción de ISIS tal cual se
conoce. Sus seguidores y combatientes no tendrán problemas en conformar otros
grupos terroristas o mudarse a los que ya existen. El dinero y el poder son los
que mandan a la hora de definir en qué fila deben enrolarse los terroristas.
En la gris historia del Califa quedan las cientos de miles
de muertes de las que es responsable y un Medio Oriente frágil y
desestabilizado, situación que, vaya casualidad, es funcional a las políticas
de Washington y sus aliados.
leandroalbani@gmail.com
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