Por Sergio Ortiz:
El fin de semana del 3 y 4 de agosto tuvo dos masacres en
EE.UU., con al menos 32 muertos.
Es larga la historia de masacres perpetradas en Estados
Unidos dentro de escuelas, locales comerciales, bares, boliches bailables,
recitales, cuarteles y dependencias municipales. No están asociadas a un color
político, demócrata o republicano, aunque últimamente han recrudecido bajo la
administración del neonazi Trump.
Ese fue el caso de la producida el 3 de agosto en el
interior de un supermercado Walmart, en la ciudad El Paso, Texas, ciudad
fronteriza con México. Allí un joven supremacista blanco (eufemismo utilizado
por los medios para no decir neonazi) asesinó con un fusil AK-47 a 22 personas
e hirió a tres decenas.
El lugar elegido para la matanza, El Paso, tiene 680.0000
habitantes, con 85 de su población hispana, sobre todo de origen mexicana. La
ciudad y el Estado de Texas son centro de los ataques políticos y controles
policiales y militares del gobierno de Trump contra los inmigrantes.
Según el presidente, por esa frontera ingresa una invasión
de delincuentes, narcotraficantes y asesinos, por lo que existen en sus
alrededores muchos centros de detención de los inmigrantes. Se los detiene al
traspasar la línea fronteriza, incluso les separan a los hijos menores. Más de
2.000 criaturas habían sufrido esa separación en el último año.
En octubre de 2018 Trump había condenado a los inmigrantes
latinos que pugnaban por entrar a territorio estadounidense huyendo del hambre
y conflictos en sus naciones centroamericanas. «¡Esta es una invasión de
nuestro país!», dijo y envió 5.200 soldados a reforzar la frontera.
El autor de la masacre del 3 de agosto en el Walmart de El
Paso, Patrick Crusius, antes de empezar a los tiros con su fusil subió a un
foro web de xenófobos sus comentarios de por qué estaba a punto de asesinar
gente. Su manifiesto destilaba odio hacia los inmigrantes.
Queda a la vista la identificación política e ideológica del
criminal con el ocupante del Salón Oval, porque una de las constantes de sus
políticas viene siendo la condena a los inmigrantes como delincuentes e
invasores. No se crea que solamente calumnia así a los mexicanos de a pie. El
14 de julio les reclamó a cuatro mujeres de la Cámara de Representantes «que se
vuelvan a sus países». El úkase fue para Ayanna Pressley, Alexandria
Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib e Ilham Omar.
Varios factores.
Al día siguiente de El Paso, en Dayton (Ohio), hubo otro
tiroteo a manos de otro asesino joven y blanco, Connor Betts, que dejó 10
muertos y muchos heridos. Según la ONG Gun Violence Archive, el número de
tiroteos masivos (donde las víctimas son al menos cuatro, sean muertos o
heridos) en lo que va del año asciende a 252. Según esa fuente, durante 2019
hubo 32.553 incidentes armados que dejaron 8.577 muertos, 17.016 heridos y 377
víctimas menores de 11 años, entre heridos y fallecidos.
Por supuesto, un fenómeno tan grave como ese no puede tener
una sola causa sino que concurren varias.
El diagnóstico más simplista adjudica estas masacres a que
hay gente con problemas mentales. Sí, pero las estadísticas arrojan que sólo el
15 por ciento de los involucrados padecía esas enfermedades. Claro que en el
imperio hay mucha gente loca, o enloquecida, pero eso no explica el problema.
Otra evidencia, cierta, es que en EE.UU. hay autorización
legal para comprar y portar armas, en base a la II Enmienda. Resultado: sobre
321 millones de habitantes hay 290 millones de armas, unas 89 armas cada 100
personas. Incluso se pueden comprar fusiles de asalto en trámites que insumen
15 minutos.
Por ejemplo, Walmart los vende y aseguró que no piensan
dejar de ofrecer armas y municiones ni siquiera luego de la masacre de El Paso.
Su vocero Randy Hargrove, declaró: «Desde Walmart estamos enfocados en apoyar a
nuestros asociados, nuestros clientes y toda la comunidad de El Paso».
Quiere decir que los negocios de las empresas fabricantes de
armas y las diversas cadenas de comercialización son parte del problema, y no
de la solución. Y junto con ese lobby aparece la pata política,
ultraderechista, de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), que fogonera la
venta y el uso de armas, y tiene un intenso poder político al mover a 4
millones de votantes y unos cuantos millones más de dólares de aportes a los
candidatos de uno y otro partido del bipartidismo yanqui.
Nobleza obliga, si bien el problema de las armas y la
xenofobia es de ambos, los demócratas han propiciado algunas limitaciones a la
venta de armamento, sobre todo luego de algunas masacres.
Las dos últimas también van a originar movidas similares en
el Congreso, pero hasta ahora siempre han fracasado.
Por cierto que el número de masacres y de víctimas fatales y
heridos (más las heridas psicológicas que quedan en los sobrevivientes y sus
familias) podría acotarse parcialmente con una severa limitación de la venta de
armas.
Sin embargo el meollo del drama es político y cultural, no
legal ni administrativo. EE.UU. es un imperio belicista que naturaliza la
invasión y los crímenes en otras naciones, a las que oprime, desprecia y
discrimina. Si su gobierno comete esos crímenes en el exterior, ¿qué tiene de
extraño que muchos de sus habitantes los copien fronteras adentro?.
Lo cultural tiene mucho que ver. Buena parte de los 321
millones de estadounidenses, a despecho de grandes pensadores como Noam
Chomsky, tienen un bajo nivel cultural. Mucho Hollywood, héroes como Charlton
Heston, Batman y cow boys; mucho juego, casinos, droga, Wall Street y
espionaje, etc.
Pregunta final, que aclara el concepto: ¿por qué tantas
masacres en EE.UU. y ninguna en Cuba? Respuesta obvia, en el país socialista
hay otros valores y una cultura de gran nivel. Pueden ser pobres de dólares por
culpa del bloqueo, pero son muy ricos en cosas que no cotizan en Bolsa.
ortizserg@gmail.com
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