Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Todos los procesos de cambio van a encontrar siempre duros
detractores. Es cuestión de revisar la historia universal, y muy especialmente
la de nuestro Continente, para comprobar todo lo ocurrido durante la gesta, por
ejemplo, de los héroes y libertadores de América, hasta la de un Salvador
Allende y otros genuinos mandatarios propuestos a luchar por la dignidad de sus
pueblos.
Nicolás Maduro no podía esperar otra actitud del gobierno de
Estados Unidos y de las grandes empresas y consorcios que han colonizado
nuestra región, especialmente en el país que tiene las mayores reservas
petroleras del Planeta y está tan cerca de la codicia norteamericana y su
enorme poder militar y comunicacional. Toda una maquinaria de guerra para
desestabilizar y derrocar regímenes e invadir toda suerte de países para
apoderarse de sus riquezas y destino político.
Todos los que se proponen concitar el apoyo y el fervor
popular para cambiar la historia de sus naciones incurren, desde luego, en
errores de distinta naturaleza y casi inevitablemente llegan a ejecutar
acciones que dañan la integridad y los derechos de sus opositores y disidentes.
Pero también es razonable asumir que siempre estos procesos van a despertar la
ira y las conspiraciones criminales de los que necesariamente deben ser
afectados en sus intereses; de los que se organizan para atentar contra de la
infraestructura y las fuentes de la producción del país; de los que rápidamente
se ponen a disposición del imperialismo y aquellos poderes contrarios a que
haya pueblos dispuestos a torcerle el rumbo a las inequidades fragrantes y
consagradas. Situación que vivía Venezuela con sus enormes riquezas en manos de
unos pocos y de las llamadas empresas transnacionales.
Lo que no puede pretender Maduro es que sus transformaciones
sean asentidas por el Imperio y el orden internacional que ha consagrado las
ideas neoliberales y toleran la democracia y la soberanía popular solo hasta
que ven la necesidad de promover dictadores y tiranos que salven o restauren el
sistema económico social que los favorece. Libia, Irak, Palestina, Cuba, Irán y
otros numerosos ejemplos sirven para explicarse cómo las naciones más poderosas
acostumbran a borrar con el codo lo escrito con la mano, tanto en la Revolución
Francesa, la Emancipación Americana y otros grandes acontecimientos
libertarios.
Los chilenos sufrimos en carne propia la furia del
Departamento de Estado, del Pentágono, de la CIA y tantas otras entidades para
consumar en 1973 el derrocamiento y magnicidio de nuestro régimen democrático.
Para lo cual decidieron financiar y alentar a los militares traidores, a los
partidos reaccionarios y, como siempre, reducir o seducir a los llamados
centroizquierdistas que, con el tiempo devienen invariablemente en
centroderechistas, como tan bien lo expresa ahora nuestra escena política. Fue así como, una vez acometido el asalto a
La Moneda, tomaron posesión de nuestros yacimientos, empresas públicas, medios
de comunicación, universidades y tantas otras entidades. Además de asesorar por
largo tiempo a Pinochet para organizar campos de concentración, tortura y
exterminio, e impregnar enseguida de autoritarismo y leyes terroristas toda
nuestra institucionalidad. En el acompañamiento, también, de crímenes que se
cometieron en territorio norteamericano, Argentina, Italia y otros países.
Lo que nadie puede negar es que Hugo Chávez y su revolución
bolivariana llegaron al poder después de la corrupción de su clase política,
los partidos y sus gobiernos. Ganando sucesivas elecciones y consolidando un
sistema electoral, después, que fuera calificado por el ex presidente Carter
como uno de los más probos y transparentes del mundo, junto con su proceso
constituyente y su nueva Carta Fundamental. Porque no se puede ignorar,
tampoco, la raigambre que mantienen las ideas chavistas en el pueblo
venezolano, su enorme capacidad de movilización enfrente de la dispersión y las
contradicciones que manifiestan sus opositores, a los cuales el Gobierno de
Maduro les reconociera un triunfo en los comicios legislativos para llegar a
instalar al propio Guaidó como presidente del Parlamento.
Difícil sería explicar lo anterior bajo un régimen
verdaderamente dictatorial, como se lo acusa, al tiempo que explicarse el
severo bloqueo impuesto por Trump a la economía venezolana, en la que no ha
trepidado en confiscar depósitos de este país en el extranjero y apropiarse de
sus refinarías sin consentimiento alguno del derecho internacional. Junto con
ejercer toda suerte de amenazas y alentar la postura fratricida de Colombia,
Brasil, Perú y Chile, entre otros, en contra de Venezuela. De gobernantes que
son, por supuesto, discípulos de los regímenes militares alentados en la década
de los sesenta y setenta en América Latina. Cuyo caso más vergonzoso es el de
Sebastián Piñera que hasta llegara a Londres para solidarizar con Pinochet y
salvarlo de un juicio internacional. Para luego garantizarle de por vida su
impunidad.
Posiblemente sea un error el de Maduro pretender concitar
apoyo mundial a su gobierno después de lo sucedido en Chile y tantos otros
países. Que haya tenido la ilusión de que un informe de la señora Bachelet
pudiera resultar ecuánime, por más abrazos y besos con ésta en el pasado. Solo
tendría que haber preguntado cómo llegó la expresidenta chilena a ese alto
cargo en las Naciones Unidas, después de sus horribles bemoles en materia de
probidad gubernamental, tráfico de influencias y crímenes cometidos contra los
mapuches bajo sus gobiernos, cuanto de la mano de su socialista subsecretario
de Interior y su operación Huracán. Porque ella podría haber aspirado a una
serie de otros cargos internacionales para prolongar su carrera política y
peculio, pero jamás a uno que tuviera que ver con los Derechos Humanos, cuando
por dos períodos gobernó una de las naciones más desiguales del mundo, sin que
haya alterado lo más mínimo nuestra distribución del ingreso y la dependencia
extranjera.
De allí que Maduro esté ahora tan complicado y ante una real
crisis, luego de la férrea oposición extranjera a sus propósitos, la caída del
ingreso petrolero y las enormes demandas económico sociales que abrió su
proceso. A lo que hay que sumar el desabastecimiento alentado por la industria
y el comercio, tal como lo conocimos en Chile. De todas maneras, debiera
renunciar a la bendición de Estados Unidos y de los mismos países que en su
momento traicionaron el sueño de la patria común de Bolívar. Preferible sería
conformarse con el apoyo de China, Rusia, Turquía y otras poderosas naciones
que todavía tendrán que comprobar si su adhesión es sincera y no interesada.
Para ocupar, justamente, el espacio que dominaba Estados Unidos.
Debiera también valorar y cuidar mucho Nicolás Maduro la
fidelidad de sus Fuerzas Armadas, las que desde hace largos años marcan
diferencia con las de otras naciones del continente en materia de formación
profesional, composición social y vocación democrática. Proponerse, más bien,
ganar amigos en las expresiones realmente progresistas y de izquierda del
mundo, despreciando los vaivenes y fragilidad ideológica de toda esa suerte de
oportunistas que en el pasado hacían gárgaras de antiimperialismo y ahora se
los ve debajo de la mesa del gobierno de Chile, por ejemplo, para recibir sus
migajas o agenciarse algunos cargos menores o fugaces como el que se le otorgó
al primer Canciller de Piñera por traicionar sus ideas o “pecados” de juventud.
No le vaya a pasar lo mismo a Maduro de lo ocurrido con la
Unidad Popular, varios de cuyos dirigentes ya estaban escondidos al momento del
11 de septiembre, mientras Allende combatía y moría en La Moneda. Los mismos políticos que después terminaron
renegando de todo su pasado a la primera invitación de Washington y que, ahora,
se instalan a la vanguardia intelectual en la guerra contra Venezuela, bien
premunidos de recursos e impudicia.
Evidentemente, hay que sacar lecciones de la historia y no
rendirse a la campaña de desinformación alentada por los medios de comunicación
estadounidenses y sus sucursales en nuestra televisión, diarios, radios y redes
de internet. El Gobierno de Maduro ha cometido graves errores, si se quiere,
pero el peor podría ser la búsqueda de reconocimiento de los que son y serán
enemigos de todo cambio y objetivos de justicia. Y que ante el fracaso
experimentado en Cúcuta, por ejemplo, ahora alientan mesas de diálogo e
intermediación internacional.
La ética debe acompañar siempre los cambios. “La revolución
es moral o no es revolución”, escribió Peguy, pero ello no debe llevar a los
reformadores a tolerar las acciones criminales de los detractores, el sabotaje
y la mentira organizada. Nos parece muy encomiable, sin embargo, que los que
mataron a un opositor y conspirador encarcelado sean ejemplarmente juzgados,
como ya lo han decidido el Mandatario Venezolano y su Ejército. Ojalá que ello
hubiera ocurrido alguna vez bajo las dictaduras militares del Cono Sur o,
incluso, bajo los gobiernos pretendidamente democráticos que les siguieron.
Por cierto que no es grato ver a cientos de miles de
venezolanos emigrar hacia otros países, muchos de los cuales luego han
comprobado su enorme error y desazón. En todo caso, estos movimientos parecen
ser inevitables y reiterados, de lo cual sabemos también nosotros los chilenos
cuando llegamos a tener más de un millón de compatriotas en el exterior dentro
de una población que entonces no superaba los 12 millones de habitantes. Es
decir, tres o cuatro veces menos que la venezolana actual. Cuando todavía hoy
son más los chilenos en el extranjero que todos los inmigrantes avecindados en
nuestro territorio en estos últimos años.
Sería muy triste para todo nuestro continente el fracaso del
proceso político venezolano. El gobierno de ese país cuenta con una de las
geografías más ricas de América, con un respaldo popular contundente y que
nadie puede ignorar, además de la fidelidad profesada por los militares
bolivarianos. Por el contrario, su enemigo principal, el presidente Trump, cada
día está más desacreditado en el mundo, así como crecen los estadounidenses
renuentes a seguirlo en sus disparatados caprichos y despropósitos. Ni qué
decir los jefes de estado títeres de la Casa Blanca, como el de nuestro país,
con una penosísima adhesión popular, a causa de haber traicionado una vez más
las aspiraciones de los chilenos, rendido a los intereses foráneos y cediendo
toda nuestra soberanía al Imperio. Lo que se revelara en su infeliz encuentro
con el mandatario norteamericano cuando quiso anexar nuestra estrella patria a
las de la unión estadounidense. Lo que sonrojó incluso a su huésped.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario