Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Se dice que una de las características de la democracia es
la alternancia en el poder, esto es que las distintas expresiones políticas
puedan acceder al Ejecutivo y en otros períodos solo se conformen con ejercer
una oposición, ojalá constructiva, al gobierno de sus adversarios. Sin duda que
esta alternancia no basta para considerar a un régimen como “democrático”, si
es que no existen también diversidad informativa, la plena independencia de los
poderes del estado y un voto ciudadano verdaderamente libre e informado, entre
otras varias exigencias.
Ciertamente, en Chile esta alternancia está plenamente
vigente. Además de las administraciones de la Concertación y la Nueva Mayoría,
la derecha propiamente tal ha accedido en estos últimos años a La Moneda en dos
oportunidades, lo que le permite a muchos asegurar que nuestra transición a la
democracia es un fenómeno ya culminado, aunque todavía nos rija la Constitución
de Pinochet, un régimen autoritario, así como se mantenga una profunda
desigualdad económica y social en la población.
Pero que unos y otros se alternen en el gobierno lo cierto
es que ocasiona muchas paradojas y hasta miserias. Se puede apreciar en estos
meses cómo los que tuvieron la oportunidad de gobernar por varias décadas, una
vez en la oposición se ponen a golpear la mesa exigiendo reformas que nunca
emprendieron cuando tuvieron la mejor posibilidad de implementarlas. Tal como han surgido expresiones de
ultraderecha o del pinochetismo que, en su desfachatez, acusan a la
administración actual de estar cediendo muy dócilmente a las demandas de la
autodenominada centro izquierda.
El impulso, por ejemplo, que La Moneda le está dando a la
reforma tributaria o a la previsional, en su empeño de “igualar la cancha” a
favor del acceso a la salud, la educación y otros derechos universalmente
reconocido posiblemente le asegure a la derecha instalar a un sucesor de Piñera
en el Ejecutivo y, por qué no, mejorar su representación en el Congreso
Nacional, donde por ahora la derecha continúa en minoría.
De esta forma es que a cada rato, y hasta con repugnancia,
observamos en la oposición exigencias verdaderamente escandalosas si se
considera la total negativa de estos sectores a concretarlas cuando fueron
gobierno. Una de ellas es el pago a la deuda histórica de los profesores,
demanda que viene desde la Dictadura y la cual fuera desestimada por todos los
gobiernos que le sucedieron. Los pensionados, igualmente, son testigos de cómo
se les hizo un verdadero desaire a las reformas impulsadas por NO+AFP,
frustración que se repite en los estudiantes y las múltiples organizaciones de
trabajadores que hoy van a la huelga, incluso, en la esperanza que sea un
gobierno de derecha el que paradojalmente pueda satisfacer sus aspiraciones.
El populismo podríamos decir campea en los planteamientos de
varios partidos y bancadas parlamentarias, aunque la posibilidad de que sus
promesas sean confiadas por el pueblo es algo todavía muy difícil, habida los reiterados
desengaños y la posibilidad de que quienes gobiernan actualmente sean los que
implementen algunos cambios, aunque sin alterar el régimen neoliberal que
todavía campea en nuestra economía.
Hasta en materia de DDHH hay quienes aseguran que la sensibilidad de la
derecha se ha demostrado algo mejor que la de quienes desde La Moneda les
dieron constantes portazos a los familiares de los detenidos desaparecidos y
las organizaciones de presos políticos. Y solo se acotaron a esa “justicia en
la medida de lo posible” advertida por el presidente Aylwin.
A ratos parece que el tango Cambalache se ha instalado como
himno oficial de nuestra política. Muchas veces apreciamos que no hay
diferencia entre las promesas del centro derecha y la centro izquierda, en lo
que a menudo se podría también incluir a dirigentes de los sectores más
vanguardistas. Este tiempo ha sido, como sabemos, el de la drástica mutación
ideológica de algunos furibundos izquierdistas de antaño, lo que seguramente se
expresa en el quiebre interno de los socialistas y demócrata cristianos,
fenómeno que tiene muy a maltraer la posibilidad de un amplio pacto para
enfrentar los próximos desafíos electorales. A la vez que los “republicanos” de
José Antonio Kast (que todavía alaba el régimen militar) podrían desertar del
apoyo que a regañadientes le dieron a Piñera para ser reelegido.
Esta alternancia política tiene efectos, también, en la
conducta de las organizaciones sindicales y gremiales. Para la CUT, el Colegio
de Profesores y otras entidades es distinta la actitud que asumen si los
partidos en que militan sus dirigentes están o no en La Moneda. Ya observamos
en el pasado cómo se atenuaron las demandas salariales y los reajustes de
sueldos concedidos por el bacheletismo, cuando comunistas, socialistas,
penedés, radicales y demócratas cristianos estaban gobernando. Así como existen
dirigentes empresariales que en público o privado aseguran preferible para sus
intereses que no gobierne la Derecha. Lo que nos hace recordar esta sentencia
del recién fallecido senador Carlos Altamirano, cuando proclamó que Ricardo
Lagos había hecho “el mejor gobierno de derecha de nuestra historia”.
Pero más allá de lo que se dice y cumple desde el gobierno o
la oposición, lo cierto es que lo más característico de la política chilena ha
sido la metamorfosis de sus protagonistas, lo que ha tenido como consecuencia
–nos guste o no- la verdadera fusión ideológica de los partidos organizaciones
sociales. Salvo algunas expresiones de ultra izquierda o ultraderecha, casi todos
los actores han ido confluyendo hacia el centro, acotándose a la moda del
liberalismo y una casi idéntica visión de las cosas. Ya no hay quienes postulen
una revolución, por moderada que se proponga ser; ya nadie, tampoco, se atreve
a defender desembozadamente a Pinochet.
Así como en materia internacional lo que predomina es la
facilidad en que unos y otros se tragan las campañas de desinformación
propiciadas por Trump, sus aliados y voceros comunicacionales nacionales y
extranjeros. Aunque, por supuesto, existan todavía analistas y activistas
informados y perseverantes a los cuales la televisión y los grandes medios no
les dan cobertura. Una lacra cultural que mucho se explica, ciertamente, en los
pobres recursos y la alta ignorancia de muchos comunicadores, para los cuales
resulta más barato en su quehacer importar las mentiras o fake news fabricados
desde la OEA, el Departamento de Estado y los países ansiosos de petróleo.
Se dice que el oportunismo y el transformismo son fenómenos
universales, un “mal de muchos”, así como la corrupción política y la apatía
ciudadana. De todas maneras, en Chile debemos lamentarnos mucho más todavía del
escandaloso derrumbe ideológico cuando miramos a nuestro pasado, a los grandes
arquetipos propiciados por servidores públicos de alta solvencia moral como el
mismo Allende, Frei Moltalva y tantos otros líderes políticos, morales y
religiosos que el país tuvo la suerte de tener. O si consideramos el horroroso
quiebre institucional de 1973 y su grave costo en vidas y esperanzas. Si
recordamos, así mismo, la lúcida heroica lucha que por generaciones acometieron
las organizaciones laborales, de los estudiantes y las víctimas de la
discriminación social.
Cuando claramente existen tantas necesidades urgentes y
aplazadas en uno de los países más desiguales de la Tierra. Pese a lo que dicen
nuestros presuntuosos políticos.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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