Por Damián Alifa:
A partir del 10 de enero, la oposición junto a los EEUU,
iniciaron una escalada política que le arrebató la agenda al gobierno y lo
arrinconó durante 45 días. Evidentemente esta estrategia implicaba un rápido
derrocamiento del gobierno de Maduro, suponiendo una sublevación de los rangos
medios con mando y conducción de tropas (“COMACATES”) de las Fuerzas Armadas
venezolanas. En este sentido, la
Comunidad Internacional, el chavismo y la oposición, pusieron sus miradas sobre
los cuarteles, los militares tenían la última palabra.
La estrategia que permitiría un “quiebre” en las Fuerzas
Armadas se basaba en: 1) la amenaza de entrar en una confrontación con los EEUU
u alguna fuerza extranjera multilateral 2) la advertencia de sanciones
personales a militares y sus familiares. 3) la existencia real de efectivos
militares y policiales descontentos o ideológicamente asociados a la oposición
4) la negociación tras telones de la Embajada Americana con militares. No
obstante, los rangos medios opositores no pudieron articularse debido a un
esquema de labores de inteligencia militar interna en la institución armada.
Llegado a la mitad de los 45 días y habiendo alcanzado en
“punto de máxima presión” –Trump dixit-, la desconcertante ausencia de
respuesta efectiva por parte de los militares venezolanos, llevó a los EEUU a
replantear su esquema. Elevan la presión internacional y centran su llamado en
el Alto Mando Militar. La estrategia norteamericana quedaba en manos de la
respuesta de Padrino López, Remigio Ceballos, Suárez Chourio, entre otros. Para
promover esto, generan un incentivo y dos amenazas.
El incentivo consistía en la Ley de Amnistía que prometía el
“perdón” por crímenes cometidos a los militares que se colocaran del lado del
gobierno paralelo. Por otro lado, la primera amenaza suponía que si el Alto
Mando Militar no dejaba pasar la “Ayuda Humanitaria” estarían cometiendo un
crimen de lesa humanidad y serían juzgados en la CPI como violadores de
Derechos Humanos. La segunda amenaza, insistía en una opción de fuerza por
parte del aparato militar norteamericano.
El Alto Mando no responde como esperaban. La amnistía, lejos
de un incentivo, implicaba condiciones inaceptables, incluso para un jefe
guerrillero con dos mil hombres a su cargo, mucho menos, el Alto Mando Militar
iba a entregar a un gobierno hecho a su medida bajo estos preceptos. En
consecuencia, los militares detienen el ingreso de la “ayuda humanitaria” en
claro desafío a los Estados Unidos. Después de semejante reto y de las
constantes amenazas, el gobierno norteamericano tenía su turno en la jugada
¿cumpliría la amenaza de una intervención militar? Elliot Abrams contesta varias
semanas después, ante el espaldarazo ruso al gobierno venezolano, que “es
prematuro” hablar de eso.
Hasta este momento, a pesar de tener amplias movilizaciones,
la oposición había jugado con las cartas de los EEUU, se había embarcado en la
autoproclamación de Guaidó y dependía totalmente de las decisiones de los EEUU.
Por su parte, el chavismo retoma la iniciativa, detiene a Marrero, inhabilita a
Guaidó, convoca a movilizaciones, invita a gobiernos y partidos extranjeros,
logra una posición un tanto más moderada de Europa, quien en un principio, se
había sumado a la estrategia de los EEUU y la izquierda latinoamericana propone
el mecanismo de Montevideo e ingresa públicamente tropas rusas en calidad de
cooperación militar dentro territorio nacional.
Ahora la oposición se encuentra en la siguiente encrucijada
de opciones inciertas: 1) la vía propuesta por María Corina Machado, Diego
Arria y Ledezma, que implica la aprobación del artículo 187, lo cual le daría
ciertas herramientas al Lobby de Florida para presionar hacia una intervención
militar. 2) aceptar ir a una negociación política con el gobierno o 3) ganar
tiempo y esperar a ver los efectos reales de las últimas sanciones económicas
sobre el escenario político.
Las tres opciones poseen grandes contratiempos y en todos se
ve gravemente afectado el liderazgo de Guaidó. La primera (intervención)
resulta poco probable que el stablishment de los EEUU reaccione favorablemente
a la “presión” de la oposición venezolana o a las gestiones que pueda hacer Rubio
y su gente, si los EEUU vuelven a quedarse sin respuesta, el liderazgo de
Guaidó se desmoronaría. La segunda opción, es complicada: 1) la negociación es
mal vista por un sector de la oposición 2) la oposición estaría aceptando una
negociación, no en el punto de “máxima presión” y escalada de sus fuerzas,
sino, en el marco de un reflujo y perdida de la iniciativa política, por tanto,
tendría que rebajar considerablemente sus expectativas de lo que pudiera ceder
el gobierno y es importante recordar que la oposición se puso la vara muy alta
“cese de la usurpación” como única negociación posible. 3) si la oposición
acepta un acuerdo de ir a unas elecciones que no sean generales, corre el
riesgo de que el desmoronamiento interno sea tan grande que la pierdan 4) la
autoproclamación como presidente de la República saca a Guaidó de las
condiciones de negociación, pues no será reconocido como tal por el gobierno,
diferente, si pudiese acudir como presidente de la Asamblea Nacional, ya es
algo tarde para eso.
Por último, el ganar tiempo y esperar a ver el resultado de
las sanciones, coloca en tela de juicio la efectividad del liderazgo de Guaidó,
aviva las pugnas internas y termina por postergar la misma disyuntiva actual:
Negociación o Salida Militar.
El gobierno va al diálogo buscando hacer control de daños,
especialmente después del informe de Bachelet, intentando bajar las tensiones
con Europa y lavar un tanto su imagen ante el mundo. Ya cedió ante el ingreso
de la ayuda humanitaria por la Cruz Roja Internacional y podría estar dispuesto
a ceder en liberar algunos presos políticos. No obstante, no está aún planteada
una presión suficiente como para permitir un cambio de CNE. Ante esto, el
gobierno preparará unas elecciones parlamentarias, autorizará toda la participación
internacional posible, pero no accederá a cambiar al árbitro. Si la oposición
va a esas elecciones, se fraccionará y no garantizará la mayoría. Si la
oposición no va a las elecciones, corre el riesgo de perder la Asamblea
Nacional y continuar la senda de su desmoronamiento.
Es claro que por ahora no están las condiciones para un
acuerdo político en Venezuela. Los términos del gobierno prevalecen en el corto
plazo y no se sabe si la oposición pueda mantenerse unida para el cambio de las
condiciones en el mediano plazo (efecto de las sanciones). Continua lo que
llaman algunos el “empate catastrófico”, con variaciones en la escala e
intensidad en las próximas semanas. Aunque nos embargue el deseo de
entendimiento entre las partes, paz y solución política concertada para el
país, está tendrá que esperar. Elliot Abrams será el encargado de replantear la
estrategia de los EEUU, tiene el turno en la jugada de ajedrez, ¿habrá un cisne
negro que no estaremos viendo?
daalifa@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario