Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Sebastián Piñera debe ser de los políticos y empresarios que
más le debe a Augusto Pinochet y a la dictadura que se prolongó en Chile por
diecisiete años. El no llegó a 1973 con una holgada situación: muchos
recordamos que su madre atendía un kiosco en el Campus Oriente de la
Universidad Católica donde vendía sándwiches, refrescos, dulces y otros a los
estudiantes, profesores y funcionarios del recinto. Lo hacía, sin duda, para
financiar los gastos de sus hijos, puesto que los ingresos de su marido, un
excéntrico diplomático, simplemente no alcanzaban para “mantener la casa”, como
ella misma lo comentaba.
Fue bajo el Régimen Militar que en pocos años Sebastián se
hizo multimillonario mediante negocios u oportunidades que siempre lindaron con
el fraude y la apropiación indebida. Un buen tiempo estuvo, incluso, prófugo de
la justicia. Y por largos años sus movidas abochornaron a muchos empresarios,
como a buena parte de la clase política, especialmente cuando decidió ser
candidato a senador, sobornando para lograr su nominación a muchos dirigentes
del que sería su partido: Renovación Nacional: A pesar de que su padre y él
mismo eran de los típicos exponentes de la familia demócrata cristiana; del
sector, por cierto, más recalcitrante como para convertirse en un entusiasta
partidario del Golpe Militar. Justamente son las ideas adolescentes de Piñera,
las que hasta hoy le merecen más reparos y sospechas a la derecha que gobierna
con él. Aunque ahora con más entusiasmo que durante su primera administración.
Piñera, hay que recordarlo, formó parte de aquellas
caravanas de incondicionales que viajaron a Londres para exigir a viva voz la
libertad del Dictador, a quien reconocieron hasta el final como su líder y el
refundador de nuestra República. Haciendo caso omiso, por supuesto, de la larga
interdicción democrática que vivimos los chilenos y las espeluznantes
violaciones de los Derechos Humanos que los tribunales de justicia siguen
acreditando hasta hoy. Cuando acaba de reconocerse por un juez el magnicidio del
ex presidente Frei, a quien Tatán (como entonces se le apodaba) conoció muy
bien por la amistad que el estadista mantuvo con sus progenitores.
El dinero, bien o mal habido, suele ser un ingrediente muy
importante en el éxito político. Especialmente en nuestro país en que los
candidatos a La Moneda, el Parlamento y los municipios suelen gastar (o
invertir) más de lo que percibirán como remuneraciones por el desempeño de sus
cargos. Cuestión que está en la base de la corrupción que hoy el país ya no
puede soslayar, así como en las espurias relaciones del gran empresariado
nacional y extranjero con las autoridades de turno. De esta forma, llegar a
sentarse en el “sillón de “O’Higgins u ocupar un curul en las cámaras
legislativas se deriva en un pago incesante de favores para quienes sustentaron
sus campañas electorales. El cobre, como ahora el litio, y todo lo que atesora
nuestro suelo, subsuelo, la propia Cordillera de los Andes y nuestro ancho
acceso al Océano ya no son parte de nuestra soberanía nacional gracias a las
decisiones e Pinochet y de cada uno de sus sucesores o, más bien,
continuadores.
En su primer gobierno, Piñera continuó haciendo negocios
desde el Palacio Presidencial, pese a aquel “fideicomiso ciego” que dispusiera
respecto de sus bienes, al menos de los que no alcanzó a traspasar a sus
familiares. Una maniobra más bien tuerta que ciega, como se le ha imputado, y
que esta vez los opositores no exijan con tanto ahínco, seguramente porque en
esto de la corrupción ya son muy pocos los miembros de la clase política que se
atreven a lanzar piedras o escupir al cielo.
Pero en nuestra interminable transición a la democracia, en
que todavía sigue vigente la Constitución de Pinochet y una larga serie de
leyes e instituciones heredadas del Tirano, lo que más puede sorprendernos es
el empeño de Sebastián Piñera en acometer toda suerte de declaraciones y
acciones para denunciar al régimen de Nicolás Maduro, sumarse a la voluntad de
la Casa Blanca por desestabilizarlo e, incluso, alentar la intervención militar
en el país. Para quienes conocimos su fervor pinochetista, sin embargo, esto no
nos resulta tan extraño si observamos que el acoso que hoy sufre Maduro es el
mismo que afectó a Salvador Allende. Si pensamos que también entonces desde
Washington se alentó la insurrección militar de 1973, se compraron a varios
políticos de centro y derecha y posteriormente se definieron las primeras
directrices del mandato castrense.
También en el caso nuestro, se dijo que la Unidad Popular
amenazaba la institucionalidad democrática y el Estado de Derecho, disponiendo,
además, las patronales del comercio y la industria el desabastecimiento de los
productos más esenciales… especies que curiosamente reaparecieron a las pocas
horas de que Pinochet tomó el mando supremo de la nación y estableciera los
primeros campos de concentración, exterminio y tortura.
El Presidente Trump quizás comprenda, o le hayan soplado, lo
importante que es el apoyo que ha obtenido de Piñera desde el momento mismo que
éste le ofrendara, para bochorno universal, la única estrella de nuestra
bandera al pabellón norteamericano, donde se representan, como se sabe, los
múltiples estados anexados con la guerra de secesión o arrebatados a México y a
otras naciones. En esa criminal secuencia de invasiones y conspiraciones
emprendidas por la superpotencia en su “patio trasero”, como en todo el mundo.
Especialmente allí donde haya petróleo y otras reservas estratégicas.
Al lado del poder militar del Pentágono, sin duda, el
respaldo de Piñera es apenas simbólico. Sin embargo, es la experiencia de los
golpistas chilenos como de nuestro actual presidente y otros políticos chilenos
lo que los constituye en aliados ideológicos muy necesarios para encarar al
régimen chavista y lograr el apoyo de los gobernantes más incautos o
repugnantes del Continente, como el mandamás de Colombia y el neo nazi
instalado recién en Brasilia. Todos tienen en curioso mérito de haber tomado
hipócritamente las banderas de la democracia y la libertad para haber
consentido y colaborado con los regímenes castrenses más sanguinarios y
autoritarios de América Latina.
Creemos que es la inconmensurable codicia de nuestro jefe de
estado la que lo lleva a ponerse a la vanguardia de esta cruzada que hoy
observamos contra el régimen venezolano. Dentro de nuestras fronteras ya queda
poco por privatizar y desnacionalizar, de allí que la apuesta ahora para Trump
y sus secuaces sea la posibilidad de asaltar las reservas petroleras y ese
sinfín de riquezas que guarda uno de los países más extensos y bien dotados de
América del Sur. No se trata, ciertamente, de la democracia y la paz que
proclaman; tampoco de su estirpe humanitaria. De ser así, Estados Unidos
acogería a los inmigrantes que se agolpan en sus fronteras, acudiría con ayuda
alimenticia y farmacéutica a Haití y a otras múltiples naciones más pobres y
desamparadas que Venezuela. Le exigiría a Arabia Saudita juicio y castigo a los
criminales que hace poco ultimaron en su embajada turca, junto con exigir
elecciones libres en los países asiáticos y africanos que tiene como
incondicionales aliados.
Pero Piñera y otros voraces políticos y empresarios lo que
quieren realmente es ponerse al acecho. Esperar que Estados Unidos les haga el
trabajo sucio que antes les hizo en Chile y otras naciones del Cono Sur a las
empresas transnacionales. Porque también estos personajes pueden colaborarle
mucho, enseguida, en la apropiación de las industrias y los recursos naturales,
aunque cobrándole esa tajada que, como en el caso de Piñera lo hizo
multimillonario. Como que también
pudieran serles útiles a Trump para corromper a los militares y policías (como
hoy lo están en Chile), a fin de ponerlos al servicio de los poderosos y
convertirlos en verdugos de los más pobres y discriminados. Tal como
actualmente se evidencia en la represión que hoy ejercen nuestros agentes del
Estado en la Araucanía, las poblaciones marginales, cuanto en contra de los
jóvenes y trabajadores inconformes con nuestro estado de desigualdad
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juanpablo.cardenas.s@gmail.com
Puede parecer qque ya no existen movmientos progresistas y partidos de izquierda por el silencio bullicioso de la corrupción, Sin embargo llegará el momento en que el pueblo que suda y muere fabricando riquezas de unos pocos y otros que ya no creen en Chile como país libre e independiente del imperio perverso, guerro, asesino, ladrón que se tiene su cueva en Norte América USA-Sion. Sin embargo la historia nos enseña aunque no la enseñen por mandato de una minoria bandida, corsaria, lumpen de los lumpen que cualquier dia o momento esos vagabundos vende patria amanecerán colgados de los faroles de las calles. Esa situación del despertar nadie la puede parar. Entonces, como dije en otro artículo, es bueno que los sinverguenzas que venden los riquezas del país se vayan a confesar a la parroquia más cercana porque a la catedral no podrán entrar. Esperar no es pierda de tiempo, sólo que los izquieristas y progresistas se unan y no sean esclavos del miedo.
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