Sobre una posible intervención militar en Venezuela
La visceralidad con que Donald Trump maneja su política
exterior, lo ha llevado a un callejón sin salida en Venezuela. Arrastrado por
sus operadores político-militares en el eje Miami-Bogotá-Madrid, se encuentra a
las puertas de una nueva derrota diplomática que hundirá aún más su precario
liderazgo internacional.
Una guerra, librada a través de sus aliados en Suramérica
parece ser la única opción, pero una cosa es el marketing mediático y otra muy
distinta la realidad operacional.
La Fuerza Armada Bolivariana se mantiene cohesionada en
torno a la Constitución del país y del liderazgo de su Comandante en Jefe,
Nicolás Maduro. A pesar de individualidades sin ningún peso real dentro del
aparato militar, no existe nada que nos indique que el bastión que define la
estabilidad del sistema político en Venezuela, vaya a derrumbarse.
Gina Haspel, experta en operaciones encubiertas, ha sido el
gran artífice de la campaña para intentar quebrar la voluntad de la Fuerza
Armada Bolivariana. Su objetivo es organizar y alimentar al ejército paralelo
que se está preparando en Colombia y que ya ha sido denunciado por el Gobierno
venezolano. Para tal fin, cuenta con amplios perfiles de los oficiales que han
sido dado de baja por actos ilegales o anti éticos, además de información sobre
aquellos que poseen dinero, familiares y propiedades fuera de Venezuela.
Cualquier elemento es usado como punto de presión.
Haspel necesita una vanguardia mediática, pues no puede
mostrar a las cámaras de televisión el grueso del ejército paralelo, conformado
mayoritariamente por paramilitares y elementos de bandas criminales ligadas
fundamentalmente al narcotráfico. Sin embargo, a pesar de la cruenta guerra de
intimidación, no se ha logrado más que puntuales y tímidas declaraciones
desconociendo a Nicolás Maduro. Si pensamos en que la FANB cuenta con más de
500.000 efectivos y en estos momentos, se aproxima a incorporar más de dos
millones de milicianos a la defensa del territorio, lo que ha logrado Haspel
luce absolutamente insignificante.
Otro aspecto se corresponde con la realidad interna de cada
uno de los países que serán usados como punta de lanza para la agresión bélica.
Colombia vive en guerra desde hace más de cincuenta años. En
estos momentos, fracasadas las conversaciones con Ejército de Liberación
Nacional (ELN) y con el incumplimiento de los acuerdos de paz firmado con las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército colombiano
reconoce que dejaría amplias vulnerabilidades en su propio territorio si se
comprometiera en un conflicto fuera de sus fronteras.
A ello, le sumamos la imposibilidad que tiene Colombia para
hacerle frente a los desplazados que provocaría un conflicto militar con
Venezuela.
Brasil, no se encuentra mejor. En estos momentos se especula
muchísimo sobre el verdadero estado de salud del presidente Jair Bolsonaro. La
narrativa oficial, atribuyen la operación a la que fue sometido hace más de una
semana, al evento aún no aclarado del todo, en el que fue apuñaleado mientras era
candidato presidencial. Una lucha por la sucesión del poder parece abrirse paso
en Planalto. Si le agregamos a esta tensión, los señalamientos de corrupción
que ha recibido Flávio Bolsonaro y la negativa del ejército brasileño a aceptar
una base militar norteamericana en su territorio, podemos atestiguar que las
condiciones políticas en Brasil no son del todo propicias para quienes desean
involucrarlo en la guerra.
¿A qué le teme Estados Unidos?
El 3 de octubre de 1993, rebeldes somalíes derribaron dos
helicópteros Black Hawk, asesinando a más de 18 soldados de las fuerzas
especiales e hiriendo a otros 73. Las imágenes transmitidas por cadenas de
noticias como CNN, en la que se podían apreciar como los rebeldes desfilaron
por las calles de Mogadiscio con los cuerpos de los soldados, generó tal
rechazo en la opinión pública de Estados Unidos, que la Administración de
Clinton tuvo que verse forzado a retirar sus tropas de Somalia unos meses
después.
En una época de amplísima interconexión digital, Estados
Unidos no puede darse el lujo de someterse a más derrotas que serán viralizadas
instantáneamente. Por esta razón, ha optado por subsidiar la guerra a través de
mercenarios, como lo hizo en Siria y Libia, pero además, en hacer que otros
países la peleen por ellos. No obstante, el problema sigue latente: ¿está
dispuesta la población brasileña y colombiana, ver a sus soldados morir por un
conflicto cuyo único beneficiario, tal y como lo ha expresado abiertamente John
Bolton, serán las empresas petroleras estadounidenses?
A través de la propaganda mediática, se ha querido vender la
idea de que una guerra contra el país suramericano, sería una especie de
"operación quirúrgica" al mejor estilo de las películas
hollywoodenses. Sin víctimas, más allá de los combatientes militares y civiles
que se opongan a que Nicolás Maduro sea apartado del poder, y con los
partidarios de la oposición escondidos cómodamente en sus casas, siguiendo todo
en tiempo real a través de las redes sociales.
El Pentágono ha hecho un análisis exhaustivo de las
capacidades armamentísticas venezolanas, y sabe que miente cuando afirma que la
intervención será corta y que además no encontrará resistencia.
Yuri Liamin, experto militar, considera que la prioridad de
Estados Unidos es fracturar las Fuerzas Armadas Bolivarianas, para no tener que
enfrentarse al armamento ruso que incluye sistemas de defensa aérea de largo
alcance S-300VM Antey-2500, Buk-M2E y el Pechora-2M de mediano alcance, así
como un gran número de tanques T-72B1V, BMP-3, BTR-80A, SAU Msta-S, armas
autopropulsadas Noah-SVK, MLRS Grad y Smerch.
Liamin, apunta especialmente al poder aéreo del Estado
venezolano, que cuenta con aviones de combate Su-30MK2, lo cual lo ubica como
uno de los primeros de Suramérica.
Otra complejidad para Estados Unidos, son las fuerzas
terrestres venezolanas, equipadas con sistemas Igla-S MANPADS y ZU-23 / 30m1-4,
así como los comandos de operaciones especiales, especialmente los grupos de
francotiradores altamente entrenados y apertrechados con fusiles Dragunov SVD,
capaces de detener por sí solos a un contingente entero de soldados enemigos.
Pero quizá, el mayor de los obstáculos de aquellos que
claman por un desenlace militar en Venezuela, es precisamente la propia
doctrina militar de defensa integral del país, que contempla "la guerra de
todo el pueblo", así como un ágil y poderoso sistema de adiestramiento
conocido como el Método Táctico de Resistencia Revolucionaria.
Si se cumplen las expectativas del Gobierno venezolano de
fortalecer la Milicia Bolivariana con dos millones de miembros antes de abril,
y de organizarlos en unas 50.000 unidades de defensa a lo largo de todo el
territorio nacional, es posible generar un poderoso elemento de disuasión (y
quizá de conciencia) para quienes no quieren un desastre militar de escala
continental.
El asedio psíquico como último recurso
Entendiendo la realidad operacional, Estados Unidos ha
optado durante las últimas horas por mantener saturadas las redes sociales, de
noticias falsas y rumores sobre la entrada de la 'ayuda humanitaria' en
Venezuela. La intención es tratar de quebrar la unidad de la Fuerza Armada
Nacional Bolivariana y del propio pueblo venezolano que apoya el proyecto
bolivariano.
Mientras los partidarios de la oposición se encuentran
aterrorizados en sus casas, presos de los últimos audios o mensajes que proclaman
el fin del mundo, quienes desean la paz del país deben comprometerse a una
opción que libere la 'mente colectiva' del asedio que se le quiere imponer.
Esto no implica tomar un camino pasivo o desatender la
amenaza, sino dotarla de nuevos significados: repolarizar a la población en
torno a la necesidad del proyecto político, organizarla y formarla para la
defensa del territorio, lograr el mayor consenso y diálogo entre todos los
sectores que se opongan a la guerra y a la intervención militar; y por último,
vencer la agresión económica a la que se ha sometido al pueblo venezolano.
En estos momentos, el enemigo se llama desesperanza y su
arma más potente es la que busca hacernos creer que Venezuela es un país
aislado, desvalido, sin posibilidad de respuesta ante una agresión y que espera
de manera resignada el apocalipsis que le ofrecen. Nada más ajeno a la verdad.
Recuérdese que hace 200 años, este mismo país venció para el
momento al que era el imperio más poderoso de la tierra. Ojalá, no haya que demostrar,
de nuevo, de qué es capaz y se le permita, al igual que lo piden los versos de
la poeta palestina, Suheir Hammad, una vida lejos de la tragedia bélica.
"No bailaré al ritmo de su tambor de guerra.
No prestaré mi alma y mis huesos a su tambor de guerra.
No bailaré a su ritmo.
Conozco ese ritmo, es un ritmo sin vida.
Conozco muy bien esa piel que usted golpea.
Estuvo viva aún después de cazada, robada, expandida.
No bailaré al ritmo de su tambor de guerra.
Yo no voy a odiar por usted, ni siquiera voy a odiarlo a
usted.
No voy a matar por usted. Especialmente, no moriré por
usted.
No voy a llorar la muerte con asesinato ni suicidio.
No bailaré con bombas porque todos los demás están bailando.
Todos pueden estar equivocados.
La vida es un derecho, no un daño colateral o casual.
No olvidaré de dónde vengo. Yo tocaré mi propio tambor.
Reuniré a mis amados cercanos y nuestro canto será danza.
Nuestro zumbido será el ritmo. No seré engañada.
No prestaré mi nombre ni mi ritmo a su sonido.
Yo bailaré y resistiré y bailaré y persistiré y bailaré.
Este latido de mi corazón suena más alto que la muerte.
Su tambor de guerra no sonará más alto que mi aliento".
0 comentarios:
Publicar un comentario