Por Omar Aguilar M.:
El Obispo “Siempre debe corregirse a sí mismo y preguntarse:
¿soy un administrador de Dios o soy un hombre de negocios? Papa Francisco
La frase, aunque contundente, no parece clara para muchos
obispos o tal vez si es clara, pero sus ojos están cegados por la ira, el odio,
la arrogancia y los deseos insanos. De nada sirve decírselas con voz clara y
resonante, porque sus oídos están ensordecidos por el ruido del dinero, del
motor rugiente de sus carros de lujo y el estruendo de las campanas de su
avaricia. Cuando un corazón se ha envilecido, cuando un alma se ha corrompido,
las palabras, las frases y las buenas intenciones, se vuelven como la semilla
que cae sobre la piedra, como la lluvia que cae sobre un campo yermo o como un
grito lanzado al más profundo vacío.
Los que somos creyentes y ¡vaya que somos muchos!, abrigamos
siempre la esperanza de un cambio profundo en el actuar de nuestros líderes
religiosos. Soñamos con una iglesia renovada en la que el amor a Dios sobre
todas las cosas, sea el pregón, sea el eje central de la homilía y que el
saludo de paz al final de la eucaristía, sea un saludo de amor, de solidaridad
y de verdadera hermandad.
Pero lejos de eso, asistimos en estos tiempos, a una
profundización de los antiguos errores de los líderes de la iglesia católica, a
una pérdida alarmante de los supremos valores cristianos. Somos testigos de la
politización de la religión y del desolapamiento de una iglesia que no se guía
por su crecimiento espiritual, sino por su rentabilidad económica. Vivimos en
tiempos de una iglesia que no pesca hombres, sino marionetas; de una iglesia
que no alimenta la fe, sino que la asesina con la daga de la vergüenza y el
error.
Los escándalos de corrupción y abusos a menores, salpican el
mundo católico y ocupan extensos reportajes en primeras planas y en los
principales noticiarios. Menos sonados y mediáticos son el involucramiento de
líderes religiosos en otros actos de violación a derechos humanos, en actos
terroristas, en el apoyo a determinados grupos políticos u otras acciones fuera
de la ley.
A pesar de que la respuesta social es contundente, la
respuesta institucional es retardada en algunos casos o totalmente inexistente
en la mayoría de los mismos. En dependencia del contexto político en que se den,
del país en que se den o de a quienes afecta; la repuesta es a favor o en
contra. Si en los años 80 se ensordecieron ante el clamor del ahora canonizado
San Arnulfo Romero en contra de la represión de la guardia genocida contra el
pueblo salvadoreño, hoy ensordecen ante la protesta de los pueblos contra
líderes religiosos que apoyan el terrorismo o que azuzan la violencia. Pasaron
muchos siglos para que el máximo líder de la iglesia católica, pidiera perdón
por los pecados de hijos de la iglesia, pero los pecados se siguen cometiendo
una y otra vez contra individuos, colectivos y hasta pueblos enteros.
En Nicaragua, una buena parte de la cúspide religiosa, no
solo no han condenado la ola de terror que implantaron los grupos
golpista-terroristas en el país, sino que han sido artífices de estrategias tan
perversas como los tranques de la muerte y se ufanan de ser los actores
intelectuales del fallido golpe de estado. No se puede y no es válido en nombre
de Dios, derramar la sangre de hermanos para defender intereses mezquinos, para
mantener el orden tradicional y abanderar causas que buscan romper el orden
constitucional.
Al igual que en Cuba o Venezuela, en Nicaragua los obispos
que se quitaron la careta durante el fallido golpe o han sido desenmascarados posteriormente;
se escudan en sus vestimentas y aducen que hay una persecución política de la
iglesia, de los líderes religiosos, que hay una confabulación para destruir la
fe y que los fantasmas del comunismo han revivido y se yerguen sobre la
religión.
A pesar de todo, del abierto y descarado involucramiento de
líderes religiosos en el fallido golpe de estado y en las acciones que se
siguen promoviendo contra el gobierno nacional y el sandinismo en general, aún
persiste la creencia de la infalibilidad de la iglesia y del clero, de su
imposibilidad de errar en su enseñanza de la verdad revelada; porque no son
hombres comunes sino iluminados por el Espíritu Santo, porque son almas puras,
libres de pecado y libres de las tentaciones humanas. Los líderes religiosos,
se aprovechan de las creencias y temores para actuar con desenfreno y abusiva
libertad.
Muchos cristianos y sobre todo los más pobres, no ven ahora
mismo en la iglesia católica un liderazgo que les proteja de la explotación y
exclusión, que les redima, que guarde distancia de las clases dominantes y de las nuevas formas
de liderazgo aterrorizante. Tocará más tarde que temprano a la jerarquía
católica, pedir perdón, por ser parte, bendecir y apoyar esta violencia, que si
bien es cierto ha bajado sus decibeles; sigue siendo una causa de
inestabilidad, polarización y profundas contradicciones sociales.
Es más que necesaria la separación de la iglesia de
intereses mezquinos, de los movimientos políticos ideológicos que legitiman la
pobreza, el odio, la venganza y la violencia. Es importante que la iglesia
preserve el ámbito común frente a cualquier apropiación de carácter particular,
lo que exige entre otras cosas la neutralidad política e ideológica, y el apego
a los pobres y marginados que son la esencia del cristianismo.
Debido a todo lo que ha pasado, la frase recién expresada
por Cardenal Brenes de que “la iglesia trabaja en silencio”, no solo pierde
contundencia, sino que más que dar esperanza da temor de que continúen
silenciosamente apoyando mecanismos que lejos de erradicar el odio y la
violencia, los perpetúen y los conviertan en modos de resolver los problemas y
las diferencias. Solo nos queda desear que la ceguera y la sordera no
continúen, no se vuelvan permanentes y no se conviertan en una pandemia.
Es claro que nadie está persiguiendo ni condenando a la
iglesia y sus prelados. Son perseguidos por su propia historia, son condenados
por sus propios errores, por sus propias debilidades e intereses mezquinos.
Pero quedan verdaderos líderes religiosos que pregonan el bien, que predican el amor a Dios, que practican las
enseñanzas de Cristo y merecen nuestro respeto, nuestra confianza y en ellos
debemos depositar las esperanzas de renovación del catolicismo.
No podemos perder nuestra fe, nuestra creencia en el Dios
omnipotente y misericordioso que perdonó al mundo a pesar de sus pecados y guio
a Noé en su misión salvadora, que entregó a su propio hijo para expiar nuestras
culpas. El centro de nuestras creencias debe ser Jesucristo y sus enseñanzas y
debemos juntarnos para hablar de Dios, de amor, de esperanza; ya sea en
nuestros hogares, en nuestros centros de trabajo, en nuestras reuniones
comunitarias y en todos aquellos espacios en que se pregone el verdadero amor a
Dios y al prójimo.
#NoviembreVamosAdelante
#NicaraguaEnPazYbien
oaguimar28@yahoo.com
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