La policía dejó que los calabozos de la Comisaría Tercera de
Transradio ardieran con el fuego, algo que le costó la vida a ocho de los 27
detenidos que había en el lugar.
“Ahora se van a quemar como las ratas que son”, dijo uno de
los policías que observaba el fuego que arrasaba las vidas en los calabozos de
la Comisaría Tercera de Transradio, en el partido bonaerense de Esteban
Echeverría. El fuego, desatado por alguno de los detenidos como única forma de
protesta, se enroscaba en los cuerpos. Ni los gritos ni los pedidos
desesperados de auxilio eran escuchados por los uniformados que, como sucedió
hace casi dos años en la Comisaría Primera de la ciudad de Pergamino, se
limitaron a cortar el agua de los calabozos, observar y disfrutar de la
masacre.
En la madrugada del 15 de noviembre, algunos de los 27
detenidos de la comisaría comenzaron a prender fuego colchones y frazadas,
porque los agentes policiales habían cortado la luz para que, de esa manera, no
pudieran escuchar música. Mucho antes de esa madrugada fatídica, el Juzgado de
Garantías N° 2 de Lomas de Zamora, con sede en Monte Grande, había ordenado la
clausura del establecimiento. En la resolución emitida por el tribunal, se
exigió al Ministerio de Seguridad y al Poder Ejecutivo de la provincia de
Buenos Aires que desalojara de “manera urgente” los tres calabozos del lugar y
trasladara a las personas privadas de libertad a otras dependencias. Ante este
pedido, teniendo en cuenta el déficit edilicio y la precariedad en que se encontraba
la comisaría, “ninguno de los funcionarios dio respuesta a la grave situación”,
denunció la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) el mismo día de la
masacre.
Ese 15 de noviembre, la policía bonaerense logró otro récord
en su lista de tropelías: ocho de los detenidos murieron, transformando el
hecho en la masacre más grave que conoció el país cometida en una comisaría.
Walter Barrios, Jorge Luis Ramírez, Eduardo Rogelio Ocampo, Jeremías Aron
Rodríguez, Juan Bautista Lavarda, Miguel Ángel Sánchez, Elías Soto y Juan
Carlos Fernández son los nombres de las nuevas víctimas de la temible
Bonaerense.
Un lugar horrible
La comisaría era un lugar “horrible”, asegura a La tinta
Melany, la novia del fallecido Elías Soto. La joven relata que la seccional
contaba con las celdas 1 y 2, y otro calabozo más que todos conocían como El
Buzón. “En la celda 1, donde estaba mi novio, eran 15 más o menos. En la otra,
eran siete u ocho, y, en El Buzón, eran cuatro. Sinceramente, adentro era
horrible: no tenían cómo dormir, dormían en el piso”, recuerda Melany.
La primera denuncia realizada por la CPM con respecto a la
Masacre de Transradio fue una verdad conocida por todos, pero de la que ninguna
estancia estatal se responsabiliza: la superpoblación en las comisarías y la
prohibición legal de mantener detenidos en esas seccionales. La Comisaría
Tercera no sólo debía tener clausurado los calabozos, sino que su capacidad era
para alojar a diez personas, pero, el día de la masacre, esa cifra ascendía a
27.
“La primera vez que entré, me puse a llorar, porque el lugar
era horrible. No me esperaba eso”, resume Melany.
Juana, la hermana del también fallecido Juan Carlos
Fernández, describe las condiciones de la comisaría como “deplorables”. “No era
un lugar para tener mucha gente –explica Juana-. Pero era un grupo (de
detenidos) que se cuidaba, se compartían las cosas, no eran conflictivos. Eso
te dabas cuenta en las visitas. Era un grupo unido, no se peleaba, se
compartían la comida”.
Ni fuga ni motín
Como sucedió también en la masacre de Pergamino, la primera
versión de lo ocurrido -pergeñada por la policía y difundida por los grandes
medios- fue que los presos habían encabezado un motín. Sin dar respiro a las
noticias, se conoció otra versión que apuntaba que algunos detenidos habían
intentado fugarse, algo que los familiares de las víctimas descartan.
“Para mí, no hubo un intento de fuga ni un motín ni nada
–asevera Melody-. Cuando estábamos en las visitas, estaban las puertas abiertas
y tranquilamente se podrían haber escapado en ese momento, y no hubiesen
esperado hasta esa madrugada. No creo que fue un intento de fuga como dijo la
policía y los medios”.
Sobre estas versiones, Juana es enfática al manifestar que
“nada que ver a lo que dicen: que se peleaban, que fue un motín, eso es todo
mentira”. Al describir el interior de la comisaría, la hermana de Juan Carlos
Fernández rechaza que algún detenido pudiera fugarse. “Para salir de los
calabozos, tenías que pasar cuatro puertas de hierro. ¿Te parece que con una
lima pueden cortar el hierro? Con una lima, como supuestamente dicen los
policías. Es imposible. En cuanto limaron una de las puertas, ya tienen encima
a la policía en la otra puerta”. A esta descripción, Juana agrega: “De la
comisaría hasta las celdas, había un pasillo de un metro de ancho, más o menos.
Y ahí empezaban las celdas. Imagínate que se quemó la celda. Si se hubiesen
querido fugar, como dijeron, algunos de los detenidos quemados tendrían que
haber estado tirados en el pasillo. Y murieron todos adentro de las celdas”.
Recuerdos
Melany ahora recuerda la última vez que estuvo con Elías, el
miércoles anterior a la masacre. “Estaba feliz, estaba bien –dice-. Era una
persona amorosa, amable, a pesar de los errores que tuvo, siempre fue
respetuoso, ayudando a los demás. Fui su primera novia, estábamos juntos desde
los 15 años. Desde que nos pusimos de novios, nunca nos peleamos. Me quedo con
un gran recuerdo de Elías. Él se llevó una gran parte mía”.
La novia de Elías también tiene un recuerdo amargo: el
momento en que se enteró de lo que sucedía en la comisaría. Por supuesto, los
familiares conocieron lo ocurrido de casualidad, porque los policías de
Transradio nunca se comunicaron para avisarles lo que sucedía. “La tía de Elías
fue al hospital Santa Marina, donde los detenidos fueron trasladados, y como
ella justo tenía turno con el médico, se enteró que la Comisaría Tercera se
había prendido fuego. Ahí les avisó a los padres de Elías y fueron a la
comisaría. De la comisaría nunca llamaron”.
El recuerdo doloroso de Juana es similar al de Melody: “El
jueves a la mañana, nos enteramos por Facebook, que habían publicado que la
comisaría se había prendido fuego. Me informé sobre eso, prendimos la tele y
vimos que había gente en la comisaría. Cuando llamamos a la comisaría, nos dijeron
que mi hermano estaba en un hospital, pero estaba en otro, entonces nunca lo
encontramos”. “Nos estaban pelotudeando –remarca Juana sobre lo que los
policías les comunicaban-. Nunca nos avisaron, jamás. Cuando nos enteramos del
rumor, llamamos a la comisaría y nos dijeron que mi hermano estaba en el
hospital Italiano de Lanús, que nunca habíamos escuchado. Me tomé un remís con
mi hermano y mi hermana, y el chofer nos dijo que no sabía dónde quedaba ese
hospital. Nos comunicamos otra vez a la comisaría, hablé yo con toda la
angustia y le dije que quería saber en qué hospital estaba. Ahí me dijeron que
estaba en otro. No me dijeron ni siquiera en qué condición se encontraba mi
hermano. ‘Cómo carajo no sabés a dónde está mi hermano y en qué condiciones. ¿Mi
hermano está vivo o está muerto?’, les grité por teléfono”.
Las cifras del horror
Las denuncias por la situación de precariedad y violaciones
a los derechos humanos dentro de las comisarías bonaerenses se multiplicaron en
los últimos años. En el comunicado difundido el mismo 15 de noviembre, la CPM
reveló que la seccional tercera de Transradio se encontraba “en las peores
condiciones estructurales”. Según las investigaciones del organismo de derechos
humanos, la cantidad de personas detenidas en comisarías de la provincia creció
un 14 por ciento en el último año y acumula un 93 por ciento desde diciembre de
2015.
Actualmente, las comisarías provinciales se encuentran
superpobladas en un 264 por ciento. Con espacio para mil personas, las
seccionales alojan a 3.500 detenidos. La CPM agregó que, entre el 2016 y el
2018, se produjeron 56 muertes bajo custodia del Estado en comisarías. El
organismo también alertó que, en la provincia de Buenos Aires, hay 252
comisarías inhabilitadas (el 55 por ciento del total), de las cuales 109 son
utilizadas para alojar detenidos. Con respecto a esta última cifra, el Centro
de Estudios Sociales y Legales (CELS) apuntó que, hasta el 31 de octubre de
este año, en la provincia, existían 331 comisarías clausuradas, es decir, un 68
por ciento del total de las dependencias. El CELS advirtió que, pese a las
clausuras, hay 1.835 personas alojadas en comisarías que están inhabilitadas
por la justicia o por el propio estado provincial.
Las sospechas
Pegado a la comisaría de Transradio, se encuentra el
Destacamento Primero “9 de abril” de los Bomberos Voluntarios. Aunque todavía
no se conocen detalles judiciales sobre la investigación en curso -caratulada
como “incendio seguido de muerte” por el fiscal Fernando Semisa, de la Unidad
Funcional de Instrucción (UFI) 4, especializada en Violencia Institucional de
Esteban Echeverría-, la duda más fuerte que sobrevuela la madrugada del 15 de
noviembre es qué sucedió con los bomberos que no alcanzaron a apagar el fuego y
rescatar a los detenidos. De los policías que estaban esa madrugada en la
dependencia y que todavía siguen en funciones y sin conocerse sus nombres
públicamente-, no se podía esperar demasiado. Además, según la CPM, el 80 por
ciento de las comisarías no cuentan con elementos para prevenir incendios.
Sobre la seccional tercera de Transradio, también
sobrevuela, como una reiteración cruel de la Historia, lo que sucedió el 2 de
marzo de 2017 en la Comisaría Primera de Pergamino. En este caso, los policías
se negaron a llamar a los Bomberos Voluntarios y, cuando lo hicieron, después
de cuarenta minutos con el fuego ardiendo, entorpecieron sus labores.
Algunos de los familiares de las víctimas de Transradio
conocen la versión de que uno de los bomberos, que esa noche se encontraba de
guardia, se comunicó con la madre de uno de los detenidos fallecidos. Según lo
que pudo conocer este medio, el bombero afirmó que los policías les prohibieron
el paso hacia las celdas. El mismo modus operandi que en Pergamino.
De Pergamino a Esteban Echeverría
Cristina Gramajo, madre de Sergio Filberto, y Silvia Rosito
y Ludmila Díaz, madre y prima de Fernando Latorre respectivamente, conocen de
dolores profundos, pero también de luchar para alcanzar la justicia. Sergio y
Fernando son dos de las siete víctimas de la Masacre de Pergamino.
El 22 de noviembre, Cristina, Silvia y Ludmila escribieron
un texto que fue publicado por la Agencia para la Libertad (APL). En esos
párrafos, no dudaron en afirmar que, “como de costumbre, la versión policial
informa de un intento de fuga, pelea o motín, y no de lo que fue: una ¡Masacre!
(…) Al igual que en Pergamino, las versiones policiales y los medios
hegemónicos de comunicación trataron de instalar una versión falsa de lo
ocurrido”, aseguraron.
En el texto, contaron que los familiares de Pergamino
viajaron a Esteban Echeverría para acompañar y solidarizarse, al mismo tiempo
que advirtieron que las similitudes de ambos casos “son escalofriantes”.
“Revivimos, nuevamente, las emociones y sensaciones de aquel 2 de marzo del
2017 –expresaron-. La muerte, nuevamente, acarició nuestras almas y era una
necesidad humana reunirnos con los familiares de Esteban Echeverría y
demostrarles que, a pesar del dolor diario y la lucha constante, se puede
sobrevivir y que, hoy, ellos son quienes representan la voz de su ser querido”.
Por último, en el texto, responsabilizaron al Estado por las
ocho muertes, mientras que denunciaron que “nuevamente, una gran cantidad de
derechos fueron ultrajados, nuevamente, una infinidad de irregularidades
intentan ocultar lo ocurrido y, nuevamente, una gran parte de la sociedad
festeja y disfruta del sufrimiento y dolor ajeno”.
leandroalbani@gmail.com
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