Irán no es un estado terrorista sino blanco del terrorismo
del ISIS
El 19 de mayo pasado el pueblo de Irán reeligió
democráticamente al presidente Hassan Rohani. Pero el 7 de junio la capital de
Irán fue sacudida por dos atentados terroristas del ISIS. Donald Trump siguió
mintiendo con que Irán es un país terrorista.
En septiembre de 2014, cuando estrenaba internacionalmente
su rol como presidente electo democráticamente el año anterior, Hassan Rohani,
concurrió a la ONU y se refirió a la lucha contra el terrorismo. Hablaba en
concreto de las acciones terroristas del Estado Islámico, Daesh o ISIS en zonas
de Siria e Irak, pero que también afectaban con atentados a Francia, Bélgica y
Reino Unido.
El mandatario persa dijo entonces que “ciertos países
ayudaron a crear el extremismo y ahora son incapaces de frenarlo”. Agregó: “los
errores estratégicos de Occidente en Medio Oriente, Asia Central y el Cáucaso
han convertido esas partes del mundo en un paraíso para terroristas y
extremistas”.
Era un palo directo a Estados Unidos y sus aliados en Medio
Oriente, como Arabia Saudita, Qatar y Turquía, sin olvidarse del rol propicio
de Israel, en montar, financiar y justificar el accionar de aquellas
organizaciones con el fin de atacar a sirio Basher al Assad y al iraní Mahmud
Ahmadinejad y luego a Rohani.
Al momento de su mensaje en Nueva York, en el imperio
gobernaba Barack Obama, quien -sin dejar de demonizar a Irán- participaba de
arduas negociaciones junto a otros cinco grandes (Reino Unido, Francia,
Alemania, China y Rusia) sobre el programa atómico de los persas. Felizmente,
en julio de 2015 se arribó a un acuerdo de ese G5+1 con Irán, demostrándose que
aquel programa denostado tenía fines pacíficos. Y con las garantías del caso,
inspecciones mediante, a Washington no le quedó más remedio que levantar las
sanciones votadas contra la economía persa.
Esa demonización contra la república islámica fue moneda
corriente en Argentina. La derecha política, judicial, de los servicios de
inteligencia y las embajadas de EE UU e Israel, con el inestimable concurso de
los grandes medios de intoxicación masiva habían sentado a Teherán en el
banquillo de los culpables, sin pruebas, por los atentados contra la embajada
de Israel y la AMIA, en 1992 y 1994. Esa campaña anti iraní, lejos de ceder con
la firma del Memorándum de Entendimiento con Irán, en 2014, se volvió aún más
furibunda y derivó en acusaciones infundadas del fiscal Alberto Nisman contra
la entonces presidenta, Cristina Fernández de Kirchner y otros funcionarios,
por encubrimiento y hasta “traición a la Patria”.
Como Obama ya negociaba con Teherán, cabe deducir que las
patrañas de Nisman y las cúpulas de la AMIA y Daia representaban a la derecha
del partido republicano e Israel.
Con la firma de los acuerdos de 2015, el mandatario iraní
empezó a mejorar la situación económica de su pueblo, sin muchas sanciones
internacionales (otras siguen aún hoy), en tanto mejoraba algo el precio
internacional del crudo, uno de sus fuertes, y los ingresos del fisco.
Rohani se veía venir el bombazo del Estado Islámico, de allí
que ante la ONU profundizó la polémica sobre el terrorismo, sus aliados y
protectores.
Venía bien
El 19 de mayo pasado Rohani fue reelegido con el 57% de los
votos en la primera vuelta, tras derrotar al también clérigo Ebrahim Raisi,
quien tuvo 38,3%. El ganador tuvo 23,5 millones de votos, un 57%, más que en su
primer mandato, cuando había cosechado 18,6 millones de votos y el 50,7 del
total. En el comicio de mayo votaron –según el informe de la cadena oficial
Irib- 41,2 millones de iraníes, un 73% del padrón.
Rohani, moderado frente al más conservador Raisi, ganó en
comicios democráticos, sin irregularidades ni denuncias, con resultados
aceptados por todas las partes, a diferencia de 2009 cuando Ahmadinejad logró
su reelección y una oposición alentada por Washington promovió disturbios.
Rohani recogió el fruto de los avances tras firmar los
acuerdos internacionales de 2015, como la recuperación de fondos millonarios
inmovilizados por las sanciones, nuevos acuerdos de inversiones en el país y
construcción de refinerías en el exterior, etc.
El desempleo, en el pico de mayor aislamiento, había
ascendido al 12,5 por ciento y al 27 entre los jóvenes, guarismos que habían
comenzado a mejorar en los últimos dos años.
En líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, aseguró que “el
ganador de las elecciones son ustedes el pueblo y el sistema de la República
Islámica, que aún con las conspiraciones de los enemigos logró captar la
confianza de este gran pueblo”.
Las agencias noticiosas internacionales no tuvieron más
remedio que mostrar imágenes de un pueblo que iba a votar masivamente, con
mujeres en igualdad con los hombres, con los creyentes de diversas religiones y
derechos políticos respetados. Y esa democracia real contrasta con el cuadro de
la región: en Israel los palestinos son tratados como parias en su tierra y
privados de todo derecho, incluso a formar su propio estado; en Arabia Saudita
y otros las mujeres no pueden ni manejar una automóvil ni ejercer un trabajo
sin autorización de su esposo o padre, y recién ahora pueden votar en las
elecciones municipales. Y no es que haya muchos otros ejercicios del derecho a
voto porque obviamente al rey Salmán, en Ryad, no lo eligió la voluntad
popular.
La elección de Irán fue un ejemplo para la región y el
mundo, con derechos para chiitas, sunnitas, alawitas, judíos, kurdos y minorías
nacionales.
El terror
Aquellos avances iraníes los pusieron otra vez en la mira
del terrorismo de buenos vínculos con el imperio. Había otro factor más, de
gran importancia: el ISIS estaba histérico contra Rohani porque éste había sido
un factor primordial, junto al ruso Vladimir Putin, en las victorias de Al
Assad en Siria en el último año. Como consecuencia, el grupo terrorista había
perdido la ciudad de Aleppo; en Irak, varias ciudades que estaban bajo su control,
como Mosul, fueron recuperadas. El califato de Abu Bakr al-Baghdadi empezó a
desmoronarse.
Ese Irán un poco más próspero y bastante más democrático,
importante para ayudar a la soberanía de Siria, no podía salirle gratis. Y eso
se vio con más claridad el 7 de junio pasado, cuando su capital fue escenario
de dos atentados terroristas reivindicados por el Estado Islámico mediante su
agencia de noticias Amaq. Se atacó a la sede del Parlamento y el mausoleo de
Khomeini, dejando 13 muertos y 46 heridos. Seis de los atacantes fueron
abatidos por las fuerzas de seguridad iraníes y uno se inmoló accionando
explosivos. Otros cinco fueron detenidos.
Rohani deploró que “los que quieren el mal para el Irán
islámico reclutaron elementos reaccionarios y yihadistas para intentar esconder
sus fracasos regionales y hacer olvidar el descontento dentro de su propia
sociedad”. Estaba acusando directamente a EE UU y Arabia Saudita, aunque sin
nombrarlos. En cambio sí hablaron con todas las letras los Guardianes de la Revolución
(Pasdaran), el ejército de elite, que denunció la “implicación” de estos dos
países en los atentados.
Las denuncias de la nación islámica no fueron una novedad
tras esos actos terroristas pues hace muchos años que Irán, Siria y otros
países vienen señalando esa responsabilidad en la promoción de Al Nusra, ISIS y
Al Qaeda.
Algunos de los señalados no han podido desmentir las
acusaciones y se han limitado a decir que fue cosa del pasado o de otras
administraciones. Otros se han enrostrado mutuamente las culpas de haber
propiciado a tales organizaciones, como sucedió días atrás cuando Arabia
Saudita y otros gobiernos rompieron relaciones con Qatar acusándolo que había
colaborado con el terrorismo, como si ellos no lo hubieran hecho.
Está clarísimo que EE UU y sus aliados atlantistas de la
OTAN de suelo europeo, y las monarquías de Arabia Saudí, Qatar, Emiratos, etc.,
Turquía y el mismo Israel han colaborado de diversas formas con las
agrupaciones terroristas. Las juzgaron una vía útil para combatir a Al Assad en
Damasco, al gobierno del Líbano y la fuerza político-militar Hizbollah, y sobre
todo a la república islámica de Irán, sin descuidar al mismo Irak.
Algunas pruebas de esas campañas terroristas contra Teherán
estaban muy frescas. En su reciente gira por Medio Oriente, Trump participó de
una reunión con el rey saudí Salmán y otros 50 aliados musulmanes, en Ryad, y
demonizó a Irán. “Del Líbano a Irak y a Yemen, Irán financia armas y entrena a
terroristas, malintencionados y otros grupos terroristas que extienden la
destrucción y el caos por la región; el gobierno iraní habla de asesinatos en
masa, del aniquilamiento de Israel y de la muerte de Estados Unidos”, mintió el
magnate. Su conclusión de manual fue que “todos los países deben aislarlo” con
una suerte de OTAN árabe.
Tras los atentados de dos semanas más tarde, Trump expresó
que “lloramos y rezamos por las víctimas inocentes de los ataques terroristas
en Irán, y por el pueblo iraní, que atraviesa por un momento tan difícil”, sin
expresarle condolencias al gobierno. Y añadió: “los países que patrocinan el
terrorismo corren el riesgo de ser víctimas del mal que promueven”.
Es exactamente al revés. Irán no es un país terrorista al
que se le escapó la tortuga, sino una víctima del terrorismo yihadista apoyada
durante mucho tiempo por Washington y sus monarcas aliados.
ortizserg@gmail.com
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