Por Manuel Laguarda:
A propósito del imperialismo y de los imperialismos
El concepto de imperialismo es central para los principios,
valores y definiciones de la izquierda. Movimientos y partidos de izquierda en
distintas partes del mundo, entre ellos el Frente Amplio, se definen como
“antiimperialistas”. ¿Cuál es la vigencia y pertinencia de esta definición?
¿Qué aspectos del concepto se mantienen y cuáles han cambiado en las últimas
décadas? Esta será la discusión de Dínamo este mes.
La definición antiimperialista es parte de la identidad de
la izquierda. Esto es así porque la categoría imperialismo sigue siendo válida
para comprender muchos de los dramas e injusticias del mundo contemporáneo, así
como algunas de las restricciones que pesan para limitar la capacidad de
construir democráticamente el futuro por parte de la comunidad nacional o de la
región latinoamericana.
En América Latina la referencia al imperialismo y al
antiimperialismo apunta indiscutiblemente a Estados Unidos, la potencia
hegemónica en la región desde que sustituyó en ese lugar a Gran Bretaña, por lo
menos después de la Segunda Guerra Mundial. Y las tropelías y agresiones
imperialistas jalonan la historia de nuestra región hasta el presente.
¿El imperialismo es uno solo? Si la respuesta es afirmativa,
¿se trata del imperialismo norteamericano o del imperialismo global? ¿O, por el
contrario, son varios los imperialismos, y en ese caso igual se podría hablar
de un imperialismo global que los abarca o enmarca?
El término “imperialismo” puede emplearse por lo menos con
dos acepciones. En un sentido muy amplio, aplicable a cualquier época histórica
o contexto, se utiliza como hegemonismo o dominación de un poder internacional
sobre otro, al cual condiciona o limita. En un sentido más restringido, como lo
teorizaron Hobson, Lenin, Hilferding y Luxemburgo hace más de un siglo, el
imperialismo es una etapa de desarrollo y expansión del capitalismo, el cual
para sobrevivir necesita de la expansión permanente.
Dentro de la teoría marxista, otros aportes deben ser
tenidos en cuenta. Robert Cox (1983) ha aplicado los conceptos gramscianos de
hegemonía a las relaciones internacionales para explicar el actual fenómeno del
imperialismo. David Harvey, en El nuevo imperialismo (2003), retoma los
desarrollos de Rosa Luxemburgo para plantear lo que él llama “solución
espacial”, la cual, junto con la acumulación por desposesión (privatizaciones,
reestructuraciones de las sociedades, guerras y reconstrucciones posteriores),
marca la expansión y la dinámica mundial del imperialismo, que no se limita así
a actuar subordinando a las clásicas periferias.
Leo Panitch (2004) critica a la teoría marxista clásica del
imperialismo por haber sobrestimado lo económico y subestimar lo político. La
globalización ha disuelto la coherencia de las burguesías nacionales y ha
creado una clase dominante transnacional. En esta última perspectiva podría
hablarse del imperialismo en singular, si nos ubicamos a nivel del modo de
producción capitalista en su conjunto actuando a escala mundial, y también
podría hablarse de múltiples imperialismos y de la competencia y lucha entre
ellos como rasgo justamente de la época que define al fenómeno imperialista.
Hay autores que plantean que a partir de la tercera
revolución industrial y del fuerte empuje de la globalización de los 80 y 90,
el capitalismo habría entrado en una tercera fase, o una segunda fase del
imperialismo. Es lo que describimos como hegemonía del capital financiero
transnacional, cuyo resultado es la crisis civilizatoria actual que abarca a
todo el planeta.
Asumir la globalización del capitalismo como fenómeno
incuestionable –por encima de países y de fronteras– no nos lleva al extremo de
negar el papel de los centros de poder nacionales que se disputan la hegemonía
mundial y que dan lugar a una suerte de lucha interimperialista, que recuerda a
la que precedió a la Primera Guerra Mundial. Y ahí entran en juego –por lo
menos– los imperialismos de Estados Unidos, de Rusia y de China.
En el mundo unipolar de la década de los 90 era indiscutible
la hegemonía del imperialismo de Estados Unidos, contestada en el
multipolarismo de los años más recientes. Hoy asistimos a procesos de
reestructuración del capitalismo que podrían llevar a una rehegemonizacion de
Estados Unidos. Pero pueden darse contradicciones a múltiples niveles, entre
las potencias imperialistas y, a su vez, entre ellas o cada una de ellas y el
capital transnacional. Por ejemplo, algunas de las líneas que representa Trump
y que le permitieron triunfar van en esa última dirección.
¿Cómo nos paramos ante esa realidad? Afirmando la soberanía
nacional, buscando la integración regional, apostando al multipolarismo y al
derecho internacional, enfrentando y denunciando a todos los imperialismos. Un
mundo equilibrado, con múltiples centros de poder, es preferible a un mundo
unipolar, cualquiera sea el polo.
Pero nuestra perspectiva es más radical que la de, por
ejemplo, el Foro de San Pablo (FSP), que plantea el dilema como una oposición
entre Estados Unidos y los BRICS (Rusia o China). El capitalismo global es una
totalidad. El camino no pasa por sustituir a Estados Unidos por Rusia o China.
La opción es socialismo o barbarie, y hay que plantearse una gobernanza mundial
democrática: globalizar la democracia para que ella prime sobre los mercados.
Visiones como las del FSP niegan la realidad de que Rusia y
China son potencias capitalistas e imperialistas, tanto se entienda al
imperialismo en la clásica acepción marxista, o como la necesidad del
capitalismo, que ha llegado a cierto nivel de desarrollo de expansión y
actuación a una escala mayor, entendida como dominación y hegemonismo.
En el caso de la ex Unión Soviética, sus específicas
contradicciones trabaron en su momento el tránsito al socialismo y hoy Rusia
asume un desarrollo abiertamente capitalista, con fuerte peso del Estado y
rasgos autoritarios y mafiosos. En su pretensión de hegemonizar Eurasia, el
gobierno de Putin desarrolla una política imperialista en esa parte del mundo
en continuidad con los intereses y metas geopolíticas de la época zarista y
comunista. Y financia y sostiene a la extrema derecha europea, además de cruzar
elogios con Trump, exaltar los valores más tradicionales y conservadores de la
iglesia ortodoxa y la Santa Rusia y apoyarse en ideólogos neofascistas como
Alexander Duguin.
Y China es socialista sólo de nombre. Es una formación
económico-social sui géneris sin democracia, con sindicatos controlados por el
Estado: el paraíso ideal de los capitalistas. Es el lugar donde se extrae la
mayor plusvalía de los trabajadores en el mundo. Y sus grandes empresas, que
campean por el mundo China es el paradigma exitoso de la globalización, son
asociaciones entre el Estado (o sea, el Partido Comunista) y la burguesía china
(muchos de sus miembros integran dicho partido), con participación de las
multinacionales en algunos casos.
Todo lo anterior no implica negar u olvidar todos los
crímenes del imperialismo occidental, ni exculpar a Estados Unidos de sus
antecedentes.
En el caso de los BRICS, no son una alianza estructurada o
estable. Tienen potencialidades, tienen proyectos (como fondos de
financiamiento y bancos comunes), tienen contradicciones e intereses
contrapuestos entre ellos mismos. Pero la sola presencia de Rusia y China en el
mundo actual es positiva, porque equilibra el mundo en el sentido del
multilateralismo y contrabalancea el poder de Estados Unidos.
Una real perspectiva antiimperialista pasa por denunciar a
todos los imperialismos y por defender y promover la paz, el diálogo, la
democracia y el derecho internacional.
Manuel Laguarda integra el Comité Ejecutivo del Partido
Socialista.
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