Por Leonardo Boff
Estados Unidos se ha distinguido siempre por ser un país
extremamente hospitalario, pues, con excepción de los pueblos originarios, los
indígenas, prácticamente toda la población está compuesta por inmigrantes. Es
lo mismo que Brasil adonde vinieron representantes de 60 pueblos diferentes.
El espíritu democrático y el respeto a las diferencias
religiosas están consignados en la constitución. Ahora surge un presidente,
Donald Trump, que rompe una larga tradición norteamericana: el respeto a las
diferencias religiosas, rechazando a la población musulmana, especialmente a la
venida de Siria, y la tradicional hospitalidad a todo o tipo de gente que
acudía y acude a ese país.
El filósofo Immanuel Kant (+1804) en su último escrito “La
paz perpetua” proponía la república mundial (Weltrepublik) basada
fundamentalmente en dos principios: la hospitalidad y el respeto a los derechos
humanos.
Para él la hospitalidad (usa la expresión latina “die
Hospitalität”) es la primera virtud de esta república mundial, porque «todos
los humanos están sobre la Tierra y todos, sin excepción, tienen derecho a
estar en ella y visitar sus lugares y pueblos; la Tierra pertenece
comunitariamente a todos». La hospitalidad es un derecho y un deber de todos.
El segundo principio lo constituyen los derechos humanos que
Kant considera «la niña de los ojos de Dios» o «lo más sagrado que Dios puso en
la Tierra». Respetarlos hace nacer una comunidad de paz y de seguridad que pone
un fin definitivo «a la infame beligerancia».
Pues bien, esta hospitalidad está siendo negada en Europa a
miles de refugiados, que escapan de las guerras apoyadas por los occidentales.
Esta misma hospitalidad es explicita y conscientemente rechazada por Donald
Trump para miles e incluso millones de extranjeros y trabajadores ilegales.
En este contexto vale recordar uno de los mitos más bellos
de la cultura griega, la hospitalidad ofrecida por un matrimonio anciano –
Filemón y Baucis – a dos divinidades: Júpiter, el dios supremo y su acompañante
el dios Hermes.
Cuenta el mito que Júpiter y Hermes se disfrazaron de
andariegos miserables para probar cuánta hospitalidad quedaba en la Tierra. En
los lugares por los que pasaban eran rechazados por todos.
Pero un atardecer, muertos de hambre y de cansancio, fueron
calurosamente acogidos por esta pareja de viejitos que les lavaron los pies,
les ofrecieron comida y su cama para dormir. Tales gestos de hospitalidad
conmovieron a los dioses.
Cuando se estaban preparando para reposar, quitándose sus
harapos, decidieron revelar su verdadera naturaleza divina. En un abrir y
cerrar de ojos transformaron la mísera choza en un espléndido templo.
Espantados, los buenos viejitos se postraron hasta el suelo en reverencia.
Las divinidades les dijeron que hiciesen una petición que
sería prontamente atendida. Como si lo hubiesen acordado previamente, Filemón y
Baucis dijeron que querían continuar en el templo recibiendo a los peregrinos y
que al final de la vida, los dos, después de tan largo amor, pudiesen morir
juntos.
Y fueron atendidos. Un día, cuando estaban sentados en el
atrio, esperando a los peregrinos, de repente Filemon vio que el cuerpo de
Baucis se revestía de follaje florecido y que el cuerpo de Filemón también se
cubría de hojas verdes.
Apenas pudieron decirse adiós uno a otro. Filemón fue
transformado en un enorme carvallo y Baucis en un frondoso tilo. Las copas y
las ramas se entrelazaron en lo alto. Y así abrazados quedaron unidos para
siempre. Los viejos de aquella región, hoy en el norte de Turquía, repiten
siempre la lección: quien hospeda a forasteros, hospeda a Dios.
La hospitalidad es un test para ver cuánto humanismo,
compasión y solidaridad existen en una sociedad. Detrás de cada refugiado para
Europa y de cada inmigrante para USA hay un océano de sufrimiento y de angustia
y también de esperanza de días mejores. El rechazo es particularmente
humillante, pues les da la impresión de que no valen nada, de que ni siquiera
son considerados humanos.
Los refugiados van a Europa porque los europeos estuvieron
antes durante dos siglos en sus países, asumiendo el poder, imponiéndoles
costumbres diferentes y explotando sus riquezas. Ahora que están tan
necesitados, son simplemente rechazados.
Vale la pena rescatar el valor y la urgencia de la
hospitalidad, presente como algo sagrado en todas las culturas humanas. Tenemos
que reinventarnos como seres hospitalarios para estar a la altura de los
millones de refugiados e inmigrantes en el mundo entero.
Página de Boff en Koinonía
sgeral@mst.org.br
0 comentarios:
Publicar un comentario