Por Juan Pablo Cárdenas S.:
El estallido social de octubre del año pasado fue el acto de
rebelión popular más masivo y radical de toda la historia chilena. Muchos
millones de personas de todas las condiciones sociales, por las más diferentes
causas, salieron a las calles y se enfrentaron con las fuerzas policiales y
militares en un proceso que estuvo a punto de lograr la caída del gobierno de
Sebastián Piñera, la clase política representada en el Parlamento y provocar el
derrumbamiento de todo el orden institucional heredado de la Dictadura y
sacralizado por los gobiernos que le sucedieron. Según lo dispuesto por el mismo
Dictador que posteriormente fueron las nuevas autoridades a rescatar a Londres
cuando iba a ser juzgado por un tribunal internacional.
El Covib 19 ha cobrado muchas víctimas en Chile y en el
mundo, pero muchos saben que afectó el proceso de rebelión que día a día
cobraba bríos en el país, dándole un magnífico respiro y tregua a La Moneda y a
muchos políticos que ya preparaban sus maletas completamente desacreditados por
ese cúmulo de despropósitos, abusos y corrupciones descubiertos ampliamente por
el pueblo.
Los medios de comunicación, especialmente los canales de TV,
les pusieron cámara y micrófonos a diversos parlamentarios, partidos y opinó
logos prácticamente desaparecidos y sumidos en el más profundo descrédito.
Podríamos decir que muchos de ellos resucitaron ante la opinión pública, aunque
poco se sabe si lograrán recuperar su imagen y vigencia, toda vez que el propio
Jefe de Estado sigue cayendo estrepitosamente en las encuestas y se le prodigan
los caceroleos y otras formas de protesta en todo el país, aún bajo los estados
excepción, la atemorizante presencia represiva en ciudades y pueblos y las
cuarentenas “sanitarias” que permiten cautelar el orden público o el llamado
estado de derecho.
Habría que se muy incauto para asumir que estos meses de emergencia
pandémica van a conjurar la movilización social. Por el contrario, los chilenos
se preparan para participar en el plebiscito constitucional y las otras
elecciones que deben seguirle. Por lo mismo que aparece muy poco probable que
el Gobierno, sus adláteres y cómplices de la supuesta oposición logren una
nueva postergación de estos comicios pretextando que todavía no se controla la
propagación del virus.
Cualquier intento de frenar este proceso sería la más
estúpida provocación, aunque sabemos que los poderes amenazados por el cambio
político, económico y social que se avecina son capaces de cualquier componenda
y llevar a cabo los más crudos horrores, tal como lo hicieran en 1973. Por algo
hay quienes ya ensayan acciones en la Araucanía contra el pueblo mapuche, por
más de 500 años de lucha emancipadora y que hoy se constituye en el principal
foco de resistencia del país.
Sumidos por el miedo que les provocara el Estallido Social
del 18 de octubre, y con la rapidez de un rayo legislativo, gobierno y partidos
de derecha a izquierda convinieron un acuerdo para la realización de una
consulta popular que debiera abrogar la constitución pinochetista de 1980 y
abrirle paso a una convención constituyente íntegramente conformada por
representantes directos de la nación; esto es sin la presencia de
parlamentarios o emisarios gubernamentales. Aunque en estos últimos meses, por
la exhibición que les han dado los medios, varios de éstos intentan que
prospere una forma mixta de constituyentes. Esto es de personas elegidas
directamente por el pueblo, además de representantes designados por los
partidos y los poderes del Estado.
Nada hace pensar que esta última posibilidad pudiera
concretarse. El repudio ciudadano a la política es demasiado contundente,
todavía, pero estamos ciertos que ya revolotean algunos operadores
desarrollando una campaña del terror, advirtiéndonos lo que podría suceder si
la izquierda lograra mayor gravitación y, además de la nueva Constitución, se
propusieran avanzar hacia una reforma más integral del sistema que nos rige.
Derrumbando, por ejemplo, el vergonzoso y abusivo sistema previsional, un
modelo salud que discrimina brutalmente entre pobres y ricos, además de
insistir en las consabidas demandas por una educación inclusiva y de calidad para
todos los jóvenes y niños. Especialmente después de develarse las mentiras
oficiales que nos hablaban de muchos menos indigentes y discriminados de los
que realmente existían, de muchos más trabajadores desocupados o con sueldos
precarios, como de una casta de multimillonarios como no se ven en los países
más ricos del planeta. Además de los privilegios e impunidades que todavía
gozan los militares y los cargos superiores de “representación popular”.
La más nítida forma de ponerle cortapisas al plebiscito y al
proceso constituyente es el impúdico y extemporáneo afán de algunos caudillos
en proponerse para integrar un nuevo parlamento o, incluso, suceder al actual
mandatario. Discurriendo desde ya alianzas electorales para amarrarse a las
instituciones públicas o acceder a los altos cargos. Proliferación de
precandidatos para la carrera presidencial porque simplemente se les antoja,
sin que medie siquiera alguna encuesta que los tenga bien posicionados ante la
opinión pública. Toda suerte de alcaldes, por ejemplo, que ya estaban
descontando los días que les quedaban en sus cargos y que ahora, gracias a la
pandemia, sienten la oportunidad de seguir escalando cargos públicos y hasta
llegar a colgarse la banda presidencial.
Pasaron los tiempos que en Chile se requería demostrar un
gran liderazgo, contar con sólidas convicciones y loables propósitos para
postular a la primera magistratura. Hasta los más peleles en la política hoy
manifiestan sus audaces pretensiones, alentados seguramente por el pésimo nivel
de los últimos mandatarios aquí como en todo el mundo. Es ya un lugar común
decir en Chile que, de no ser un renombrado futbolista, lo más promisorio y
lucrativo es convertirse en autoridad comunal y nacional.
Y los partidos políticos, tal como se ve, andan a la caza de
figuras artísticas, deportivas y hasta de las faranduleras de la televisión
para integrar sus nóminas y allanarse sufragios. Desgraciadamente, lo que sí se
sabe, es que hay ciudadanos dispuestos a otorgarles sus votos, sumidos como
están en la ignorancia y la falta de valores cívicos. Por lo demás, debemos
reconocer que el cohecho encuentra muchos alicientes en los rezagos y
desigualdades que avergüenzan a Chile.
Lo sensato sería que el mundo político y especialmente las
organizaciones sociales se organicen y velen, primero, por la realización del
Plebiscito, cuando ya hay muchos, como dijimos, que buscan postergarlo o
desbaratarlo. Que la unidad para derrotar al actual sistema institucional no se
debilite por las pretensiones de aquellos aventureros y oportunistas
intencionadamente alimentados en su egolatría por los medios de comunicación.
Por algo es que uno de los más fueros pinochetistas, José
Antonio Kast, está tan animado en dar por asentada su futura competencia
presidencial con algunos “comunistas” y otros izquierdistas. Buscando
desalentar, además, a los empresarios y al mundo del centro derecha en el
proceso constituyente y animarlos, cuando se haga necesario, a otra asonada
golpista para impedir el triunfo del pueblo en las urnas. Soliviantando para
ello a las Fuerzas Armadas, a los gremios patronales y apelando al capital
extranjero enseñoreado en toda nuestra actividad productiva.
Sabemos que, en los partidos políticos, aún en los que se
dicen progresistas, no decantan las distintas posiciones. Las de aquellos que
están claramente por la unidad y el cambio y las de quienes, como en otros
episodios de nuestra historia, se retacan y se hacen presa de los más
reaccionarios y que, precisamente en estos días, han logrado infiltrar el patético
gobierno de Piñera. Empeñados en seducir a los más mojigatos y oportunistas, de
la mano del Coronavirus y el terror a la democracia que muchos tienen,
efectivamente. Aunque se resistan a reconocerlo.
En efecto, ya pueden sentirse en Chile los tambores de la
traición.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario