Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
Tras la desaparición de la Unión Soviética y el fin del
mundo bipolar, Estados Unidos se quedó sin enemigo, necesitaba crear uno nuevo
ahora que el “fin de la historia” había hecho posible que el capitalismo
imperara en el mundo hasta la eternidad.
Pero tal situación provocó un desajuste en la estructuración
de los planes hegemónicos imperiales por lo que se dio a la tarea de crear ese
nuevo enemigo que le permitiera establecer un nuevo orden mundial a partir de
sus intereses. En este contexto, el narcotráfico y los migrantes indocumentados
vinieron a ocupar ese sitial como ejes de la reorganización de su poder
militar. En América Latina, estos planes tuvieron que ser ajustados cuando el
día final del siglo pasado, el último soldado del ejército de ocupación yanqui
en Panamá debió abandonar el territorio de ese país en cumplimiento de los
acuerdos Torrijos- Carter.
Aunque desde la misma firma de estos tratados, el Pentágono
había comenzado a tomar medidas para reorganizar su contingente bélico en el
hemisferio occidental, el proceso provocó no pocas contrariedades para el alto
mando castrense estadounidense. El Plan Colombia vino a ser el procedimiento
diseñado para reestructurar su presencia militar en la región, a partir ahora
de la lógica de una supuesta lucha contra el narcotráfico.
Dos hechos vendrían a tener nuevo impacto para este asunto:
en primer término, la victoria electoral de Hugo Chávez en 1998 en Venezuela
que inició un proceso de transformación de las reglas de juego en la región y,
por otro lado, las acciones terroristas perpetradas por oscuras fuerzas aún no
identificadas el 11 de septiembre de 2001 que permitieron a Estados Unidos y al
presidente Bush señalar al terrorismo como su enemigo principal. Así, a cambio
de 3.000 muertos, cifra irrisoria si se compara con los 100 a 200 mil que Trump
ha dispuesto sacrificar en pos de su reelección, Bush aprovechó de inaugurar
una estructura unipolar del mundo, emergiendo como el único ganador tras estos
tenebrosos hechos.
La fusión operativa de estos dos enemigos permitió darle
vitalidad y globalidad al concepto de narcoterrorismo. Aunque nacido en los
años 80 del siglo pasado en Colombia para identificar a los grandes carteles de
la droga que realizaban deleznables acciones armadas contra la población civil,
Estados Unidos se apropió del término a partir de 2001 y comenzó su difusión
masiva por la necesidad de registrar un enemigo tras su invasión a Afganistán
en octubre de ese año.
Desde ese momento, la mediática transnacional se ha
encargado de asociar ese apelativo a cualquier gobierno u organización política
o social que no siga los dictados de Washington y no se ajuste a su nuevo
esquema de dominación. De esta manera, han sido perversamente agrupados bajo la
denominación de “eje del mal” generalizando un concepto emitido por el
presidente George W. Bush el 29 de enero de 2002 en su discurso del Estado de
la Unión ante el Congreso de su país.
Esta conceptualización política evade que Irán, Cuba,
Venezuela y Nicaragua han sido refrendados por organizaciones internacionales
independientes de Estados Unidos y por la propia Organización de Naciones
Unidas (ONU) como países destacados en la lucha contra el narcotráfico, además
de tener un ínfimo consumo interno. La incorporación a esta lista de la
organización islámica libanesa Hezbolá se entiende solamente como parte del
mecanismo de sustentación de la política de Estados Unidos en el Asia
occidental que tiene en Israel su principal soporte.
En el momento actual, la irradiación mediática del concepto
de narcoterrorismo persigue objetivos similares en aquellas áreas del globo en
las que Estados Unidos posee intereses geopolíticos estratégicos. En el Asia Occidental, ante el vencimiento y
probable renovación del Plan de Acción Integral Conjunto con Irán sin Estados
Unidos, este país quedará aún más aislado de Europa toda vez que su postura
solo ha sido apoyada por Israel y Arabia Saudita, sus tradicionales aliados en
la región. Las sanciones a Irán han afectado de manera sólida su economía, pero
no han quebrado su voluntad de resistencia y apoyo a las posiciones
antiimperialistas y anti sionistas en la región. Europa ya ha anunciado que,
contrario a su política tradicional, en este caso no se subordinará a Estados
Unidos, lo cual deja al gobierno de Trump en una situación de debilidad en esta
estratégica zona del mundo.
En la misma condición se inscriben las recientes acciones
imperiales en América Latina y el Caribe, en particular contra Cuba y
Venezuela. La incursión naval realizada por desertores venezolanos organizados
y entrenados por una empresa de reclutamiento de mercenarios de Estados Unidos
con financiamiento de este país y de la ultraderecha terrorista de Venezuela da
cuenta de que, además de la presión por vía terrestre, ahora Washington ha
comenzado a operar por vía marítima. Expresión de ello son las maniobras
navales de la OTAN, bajo comando de Estados Unidos en el Caribe; la irrupción
de un barco portugués que transportaba mercenarios en aguas territoriales
venezolanas, que tras un encuentro violento con una patrullera de la armada
bolivariana, fue obligado a retirarse a las Antillas Holandesas; la
incorporación de un barco de los Países Bajos y el uso del territorio de las
islas holandesas del Caribe muy cercanas a las costas de Venezuela como base de
operaciones de la OTAN contra nuestro país. Así mismo, se debe considerar la
presencia de navíos británicos, franceses y españoles en el Caribe y la captura
de dos barcos cargados con cocaína que se dirigían desde Colombia, uno a Brasil
y otro a España, que después de ser capturados, fueron sujeto de un intento de
involucrar a Venezuela en el despacho de la droga diciendo que habían salido
desde su jurisdicción, cuando lo cierto es que nunca pasaron por territorio
terrestre ni marítimo de este país.
Todo esto va configurando un expediente a través del cual se
va escalando el conflicto. En momentos en que las fronteras terrestres, de la
misma manera que los aeropuertos están cerrados, y el transporte aéreo ha sido
disminuido a una mínima expresión, la vía marítima surge como la principal y
casi única ruta para las comunicaciones de Venezuela con el exterior.
Ello explica el extraordinario e insólito despliegue militar
y naval de la OTAN en el Caribe bajo disfraz de operaciones antinarcóticos en
una región por la que sólo transita el 4% del total de cocaína que Colombia
envía a Estados Unidos en su perfecto negocio de mayor ofertante y mayor
demandante. Todas las otras acciones, antes mencionadas forman parte de la fase
exploratoria que la OTAN y el Comando Sur están realizando en la preparación de
una acción contra Venezuela, esta vez con soldados profesionales y bajo mando
directo del Pentágono.
La tercerización de las operaciones persiguen el objetivo de
obtener información sobre la capacidad de respuesta técnico operativa del
dispositivo de defensa de las fuerzas armadas de Venezuela en el marco de la
concepción de “guerra de todo el pueblo”, ante lo que altos oficiales de
Estados Unidos han reconocido que las resulta muy difícil planificar y
eventualmente ejecutar operaciones toda vez que desconocen la cantidad y
calidad de la milicia y el pueblo militarmente organizado.
Ante esto, es probable que el accionar militar de Estados
Unidos se decante por operaciones quirúrgicas de captura de altos dirigentes
bolivarianos o la ocupación de alguna de las muchas islas del Caribe bajo
soberanía de Venezuela a fin de instalar un gobierno que pida ayuda a Estados
Unidos para darle falso soporte legal a una eventual operación en gran escala
contra el territorio nacional.
Otra posibilidad sería la realización de una operación de
falsa bandera en Brasil o Colombia, organizada y ejecutada por fuerzas
especiales de Estados Unidos o Israel y apoyo de los gobiernos de esos países
con el objetivo de culpar de las mismas a Venezuela, las FARC, el ELN de
Colombia, Irán, Hezbolá o a cualquiera que se le ocurra a los laboratorios de terror
de los órganos de inteligencia estadounidenses, buscando el mismo objetivo de
legalizar una acción de gran envergadura contra Venezuela.
En la memoria reciente, están las armas atómicas en Irak, la
represión del pueblo por parte de Gadafi en la Plaza Verde de Trípoli, las
armas químicas nunca encontradas en Siria, la presencia de Osama Bin Laden en
Afganistán, todo lo cual ha resultado falso, pero que han servido para
justificar invasiones de Estados Unidos que han provocado millones de muertos y
centenares de millones de dólares de daños producidos por la agresión
imperial
A estas alturas, está ampliamente demostrado -por las
propias declaraciones de sus máximos dirigentes- que Estados Unidos ha puesto
todas las variables sobre la mesa para derrocar al gobierno de Venezuela.
Habría que agregar que hoy, el contexto electoral que hace solo dos meses
favorecía ampliamente a Trump, se está revirtiendo aceleradamente tras su
desastroso manejo de la crisis provocada por la pandemia del COVID-19 y la funesta
situación de la economía de la potencia norteamericana. A esto habría que
sumarle la pública decisión de los presidentes de Colombia y Brasil de
subordinar la soberanía de sus países a Estados Unidos a fin de ganar su apoyo
para manejar el propio descrédito interno.
La alerta está dada, ante cada nueva derrota de la política
de Estados Unidos, emergen también nuevas acciones diseñadas en sus
laboratorios de generación y promoción del terrorismo. Es evidente –porque
también lo han dicho sus dirigentes- que irán escalando y apretando la horca
contra Venezuela. En esa medida, en tanto se acerquen las elecciones de
noviembre y en tanto sigan aumentando –como se ha pronosticado por los
científicos- el número de contaminados y muertos por la pandemia en Estados
Unidos, el peligro será mayor.
Hace unos años se coreaba que había que estar alerta porque
la espada de Bolívar estaba caminando por América Latina, hoy, hay que tener
esa espada presta para defender la ciudad y el país natal del Libertador.
sergioro07@hotmail.com
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