Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Es probable que una de las consecuencias positivas de la
pandemia del coronavirus sea que perpetuemos el buen hábito de lavarnos las
manos. Pero ojalá con ello no corramos el riesgo de asumir esta costumbre en un
sentido bíblico, al estilo de lo que hizo Poncio Pilatos para zafarse de sus
responsabilidades políticas y sociales. En este sentido, el alcalde se Santiago
ya ha declarado que después de esta crisis espera que a nadie se le ocurra
reeditar el Estallido Social o retornar a la Plaza Baquedano a manifestar sus
protestas. Asimismo, diversas figuras del oficialismo se soban las manos
pensando que el virus epidémico le permitirá a Sebastián Piñera completar su
gobierno y, de paso, darle una nueva oportunidad a la clase política de
recuperar su imagen que al momento que se nos instaló el flagelo pasaba por su
peor momento.
Esto es, políticos de derecha a izquierda sin credibilidad
alguna, como con cero posibilidades de ser considerados por el pueblo para
integrar la convención constituyente que nazca del plebiscito prometido.
La ejemplar conducta de los chilenos para encarar la
emergencia sanitaria hace pensar a algunos que el Coronavirus puede haber
adormecido de nuevo a ese Chile que había despertado y alzado contra las
injusticias, los abusos y la vergonzosa inequidad que afectaba a nuestra
población. Lo que sí es cierto es que la posibilidad de contraer el mal asusta
mucho más a la población de las golpizas de los carabineros y las leyes
represivas que el Gobierno y sus cómplices del Parlamento se apuraron a aprobar
para hacer frente a la marea de descontento. De allí que abrigamos la esperanza
de que lo ocurrido es simplemente una debida tregua en la lucha que se había
iniciado para poner el jaque el sistema neoliberal y sacudirnos de quienes por
treinta años prometieron más democracia, justicia social; más soberanía
nacional y mejor distribución del ingreso.
Muy por el contrario, cuando los chilenos se pongan a
reflexionar de nuevo en Chile y su futuro lo que va a dominar de nuevo son una
serie de convicciones que vuelvan agitar social y políticamente al país. Desde
luego todos tendrán que reconocer la importancia del Estado, como la completa
incapacidad del mercado para hacer frente a una crisis como la vivida.
Especialmente después de comprobar la calaña de la clase patronal mucho más
preocupada de conservar sus fuentes de ingresos así sea poniendo en riesgo la
vida o la salud de sus trabajadores. Apreciará, asimismo, la codicia
irrefrenable de nuestro sistema financiero (incluido el Banco del “Estado”) al
discurrir todo tipo de argucias para seguir lucrando del crédito o reclamar la
asistencia del Fisco para hacer frente a la merma de sus utilidades.
Será También evidente después de esta crisis la inoperancia
del sistema de salud del país para hacer frente a una epidemia, así como la
completa inmoralidad e insensibilidad de las isapres que salieron a especular
con los servicios de primera necesidad, cobrando el doble o el triple que la
estatal Fonasa por realizar los mismos exámenes. Igualando la irresponsabilidad
de las cadenas de farmacias y laboratorios que advirtieron en el Coronavirus la
posibilidad der volver a coludirse y subir abusivamente los precios de
productos tan esenciales como el Paracetamol.
Lo propio se confirmará con el lamentable desempeño de las
AFP que administran nuestros fondos de pensiones, agigantándose la idea de que
estas reservas de los trabajadores deben estar resguardadas también por el
Estado, como administrados o supervisados por los propios imponentes. A los
argumentos de NO+AFP se sumará la constatación palmaria de cuánto le ha
arrebatado a los trabajadores del país este puñado de entidades para colmo
ahora en manos extranjeras.
Caerá por su propio peso, además, lo inmoral que resulta que
Chile y tantos otros países sigan gastando ingentes recursos destinados a la
Defensa Nacional, para financiar a miles de efectivos ociosos o que pudieran
ser útiles en otras funciones, tanto como adquirir multimillonarias armas para
la mera entretención castrense. Las que caen en desuso rápidamente, salvo
cuando se usan para bombardear nuestro Palacio der Gobierno, levantar campos de
concentración y tortura, a fin de reprimir a nuestra propia población. El
sentido común hará el cálculo de cuantos hospitales, camas, respiradores
mecánicos podrían tener las ciudades y pueblos de Chile si se redestinaran a
este objeto los absurdos y criminales presupuestos para comprar tanques,
aviones de guerra y barcos.
A lo anterior, se sumará la evidencia de que los mejores
especialistas y técnicos del país se encuentran en las más prestigiosas
universidades y no en las planillas de los operadores políticos y los esbirros
de las autoridades de turno, como esa cáfila de economistas que se turnaron
durante los treinta años de la postdictadura por los ministerios de Hacienda,
Economía, Educación y, en general, por todas las carteras y reparticiones
públicas, dándole constantes portazos a
las demandas populares para concentrar la riqueza en manos de un 0.5 por ciento
de la población y cederles nuestras riquezas básicas a los inversionistas
extranjeros. Arrodillados como los vimos ante el FMI y otras catedrales del
neoliberalismo, o el capitalismo salvaje que, por fin, ya hace agua en todo el
mundo.
Pero, por, sobre todo, el país comprobará las mentiras del
actual gobierno como de sus predecesores. Millones de chilenos concluirán que
este país es mucho más rico de lo que se decía, que las reservas depositadas en
el extranjero podrían ser más que suficientes para financiar la lucha contra
las epidemias, los terremotos y otros desastres propios de nuestra geografía.
Para dotarnos, además, de establecimientos educacionales gratuitos y modernos,
financiar viviendas populares dignas y un sistema cultural que promueva a
nuestros talentos artísticos, suprima los bochornosos impuestos a la lectura y
desarrolle una promisoria actividad deportiva y recreacional.
Ya nada justificará los salarios y pensiones de hambre si se
distribuyen mejor los recursos aportados por el trabajo y se suprimen los
ingresos dispendiosos que se llevan los uniformados, los parlamentarios y los
miembros de la casta empresarial y bancaria que en Chile pueden ostentar
utilidades muy por encima de las de los países europeos y los Estados Unidos.
Países que, por supuesto, les imponen tributos razonables y les impiden o
limitan comprar leyes, ejercer el tráfico de influencias, sobornar a los
legisladores y municipios. Además de sus consabidas prácticas de cohecho
electoral, concentración informativa e impunidad judicial.
El coronavirus es sin duda una desdicha nacional y
universal, pero también un magnífico acicate para que tengamos más democracia,
paz y seguridad social. Retomando con más ímpetu, todavía, los valores del 18
de octubre y proscribiendo la amnesia, como también la impunidad.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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