Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Los datos disponibles en todo el mundo son muy reveladores.
El virus de la actual pandemia no discrimina entre pobres y ricos o entre los
habitantes de los cinco continentes. La plaga se extiende inexorable por el
mundo y probablemente no vaya a existir algún lugar de la tierra que se libre
de ésta.
Sin embargo, como lo son todas las pestes, las guerras y los
cataclismos de distinta índole, las soluciones siguen afectando a los pobres y
excluidos más que a los más pudientes o poderosos. En el estado de Lousiana, en
Estados Unidos, el 70 por ciento de los muertos son afroamericanos o latinos,
cuando la población blanca es muy mayoritaria. También ocurre lo mismo en Nueva
York y otros estados del país más afectado por la epidemia, pero que
curiosamente tiene los mayores recursos del mundo para enfrentarla.
En Chile se asume que el mal fue importado por quienes
volvieron del extranjero. Principalmente por quienes regresaron de vacaciones o
trabajo desde Europa, Norteamérica y Asia. Así como se sabe que los barrios más
infectados son los habitados por los más ricos, esto es los sectores más altos
de la Capital donde las autoridades han debido imponer las más severas
cuarentenas y acciones para mitigar los contagios. Pero en su arrogancia, no
son pocas las personas de estos barrios las que justamente han evadido las
medidas, al grado que varios de ellos vulneraron la disposición de mantenerse
en sus casas, recurriendo a aviones o helicópteros para escapar a los
balnearios y contaminar a los resistentes del litoral donde se encuentran los
principales lugares de descanso y esparcimiento del país.
Todo el mundo celebra la disciplina con que el pueblo
chileno ha cumplido las estrictas medidas impuestas para evitar la propagación
del Covid 19, pero son los alcaldes de las comunas más pudientes los que se
quejan de la irresponsabilidad de sus vecinos, instando a que a los infractores
se los multe, encarcele y, sobre todo, se den a conocer sus nombres a manera de
escarnio público. En esos barrios viven, por lo general, todas las principales
autoridades de Gobierno, así como los miembros del Parlamento Nacional
incapaces en su amplia mayoría de comportarse como corresponde ante una
emergencia tan grave. Pero ya sabemos que, a ellos, más temprano que tarde, el
pueblo les pasará la cuenta en las elecciones, así como el descrédito del jefe
del Estado ya se le ha hecho irreparable.
En la observación de quienes mueren en Estados Unidos y
otras naciones ricas se concluye que el temor a ser deportado del país ha
ocasionado los decesos de miles de inmigrantes ilegales. También se constata
que son los indigentes los que se enferman y fallecen con mucha frecuencia sin
perjuicio de que se trate de persona más jóvenes o niños. Quizás hasta se trate
de un rasgo de justicia en toda esta situación el que, hasta este momento, el
virus se ha hecho mucho más letal entre los hombres que en las mujeres,
posiblemente por la mayor resistencia de todas ellas a superar el hambre, la
miseria y otras enfermedades. Al ganar mayor inmunidad que los varones ante las
injusticias de su cotidiana sobrevivencia.
Pero el número de contagiados crece exponencialmente, por lo
que mucho se teme que en algunos meses ya no habrá hospitales, camas, medicinas
y respiradores mecánicos suficientes para encarar la pandemia. Ello ha
provocado la discusión mundial respecto de quién atender cuando haya que
discriminar en los tratamientos para los infectados.
Médicos, sociólogos, filósofos y otros ya discurren qué
hacer en tal caso. Si darles prioridad a los más jóvenes que a los más
ancianos, a los trabajadores o a los desocupados, la las poblaciones nativas o
a los que han venido a avecindarse del otros continentes o países. Toda una
disquisición que quiere soslayar que la primera prioridad tendrá que dársele a
los que tienen más recursos para financiar su recuperación, versus la suerte de
aquellos que, para colmo del mal, perdieron sus empleos, tienen menos educación
o aportan menos a la riqueza nacional.
La Universidad Católica de Chile ha colaborado en un manual
de procedimiento ético para el momento que el personal de la salud se encuentre
ante la disyuntiva de quién salvar de la muerte o dejar que fallezca. Vaya qué
difícil disyuntiva, se nos dice, aunque ya sabemos cómo en nuestro país, al
menos, hoteles y recintos de lujo ya están habilitados para los enfermos más
ricos, así como la nación más rica del mundo y otras pobres como Ecuador se excavan
fosas comunes o se construyen ataúdes de cartón para sepultar a los llamados NN
o a quienes no pueden financiarse un funeral.
En su aflicción, el Pontífice Católico acaba de advertirnos
en una interesante entrevista que él teme por el resurgimiento de la vieja
teoría maltusiana que advertía la inconveniencia de que los pobres de
multiplicaran mucho para afectar la economía, el inminente escás de alimentos y
bienes para todos. Al mismo tiempo que nos ha recordado los discursos de Hitler
y la necesidad de exterminar a los seres inferiores (judíos, discapacitados y
otros). Fustigando, nuevamente, la hipocresía de ciertos políticos que hablan
del hambre en el mundo mientras sigue fabricando armas…
Todo un enorme desafío no otorga la pandemia, la que sin
duda está llamada a cambiar nuestras formas de vida, la hegemonía de los
mercados y las relaciones internacionales. A hacernos recapacitar sobre las
abusivas prácticas de consumo, la pavorosa desigualdad social y los constantes
y suicidas atentados contra la naturaleza. Ahora que la ciudad de Nueva Delhi
luce despejada de humo y varias especies animales han atrevido a acercarse a
sus dominios ancestrales, mientras una enorme cantidad de pueblos se mantienen
confinados.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
La pandemia no discrimina de ricos o pobres, ni de colores de la piel, grados académicos u otras cualidades o características de las personas. Pero siempre son las mayorías (con menos recursos) las más afectadas y sufridas. Los pueblos están encerrados en sus casas por el miedo excesivo generado por los medios informativos y gobiernos de turno, sobre el daño que trae el COVID 19. En países con gobiernos corruptos y socios del narcotráfico y otras mafias, la peste que ha llegado es un regalo para el manoseo de los fondos de emergencia destinados contra la enfermedad. En cambio los pocos ciudadanos críticos y las organizaciones que tienen banderas contra los malos gobiernos están neutralizados por las cuarentenas.
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