Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez :
La primera guerra mundial, se negó a irse sola, en su final
dejó el rastro de la peste. Un enemigo invisible, al que no detectaron los
radares, ni pudieron predecir la física y las matemáticas. No hubo tiempo para
descifrar los códigos enigmas como si ocurrió con las operaciones de asalto y
bombardeo. De la pandemia, se supo por las calles inundadas de cadáveres,
cuando nadie podía esperar cosas peores a las ya vividas. Eran tiempos de
hambruna y degradación, de miseria y olor pestilente a barbarie que salía de
paredes derruidas, ensangrentadas. Lo poco de humanos que había quedado en pie,
lo derrumbó la peste. Lo que no destrozó la guerra lo carcomió el contagio.
Hace 100 años el mundo era disperso y a la soledad se le
sumaba silencio. Hoy el mundo es otro, 3000 millones de humanos confinados en
sus casas, tratando de estar en en línea (on line), junto a una pantalla que
emite en directo la tragedia, en la que mientras unos lloran a sus muertos, a
otros los divierte el dolor ajeno, y quizá ya afectados mentalmente por el paso
arrasador del virus, dedican tiempo a memes, fakes news, falsedades y mentiras,
que los deleita metiendo miedo entre los huesos y la mente de los más débiles,
si el contagio cae sobre ellos, ya no habrá lagrimas para despedirlos. Entonces
no había manera de predecir, ni cálculos basados en variables y dimensiones
complejas.
No existían como ahora preocupaciones por males neuronales,
ansiedades, depresiones y sentimientos de soledad especialmente para jóvenes,
más inmunes a la peste y más frágiles ante el dolor, nadie estuvo exento de
riesgo al contagio y la muerte, cualquiera podía ser trasmisor o receptor,
aunque no todos habrían de contagiarse.
La guerra y la peste permanecen juntas, van cambiando al
mundo de inmediato, no hay un antes y un después, si no un continuum. La que
parecía ser la última guerra a inicios del siglo XX, sellada con el armisticio,
fue la antesala de una barbarie peor, instalada por el partido nazi, que
destruyó el sentido de ser humano, de humanidad y de dignidad. Aisló en campos
de concentración a los que califico de apestados ideológicos para
exterminarlos, llevó las condiciones de trabajo a su peor condición creativa,
eliminó de la sociedad el espíritu colectivo y arrebató en serie la vida de
millones. Nada de eso parece tener relación con la peste de hoy, pero en muchos
discursos se repiten coletazos del holocausto vitoreado por fascistas y
diseñado con una inigualable maldad puesta a prueba.
Después del contagio, nada será igual, como había ocurrido
con la peste negra que cambio las percepciones de la vida y las maneras de
organizar al mundo medieval en el siglo XIV. El mundo hace 100 años empezó a ser
más rápido y hace 75 las cosas tomaron aún mayor velocidad, en una imagen pasar
de la locomotora a la fórmula uno. Los fenómenos se globalizaron y lo que pasa
en un lugar repercute en otro. Los dueños del capital, después de la peste o la
guerra, siempre se han propuesto recuperar rápidamente lo perdido, así
ampliaron los límites del despojo con la conquista de otras galaxias, del
espacio, del fondo del mar y del cerebro humano para cambiarle su rumbo. Todo
eso ocurrió después de la guerra y la peste de hace 100 años.
El holocausto hace 75 años, se selló con nuevos bloques
económicos asociados a sistemas políticos que reinventaron la guerra para dos,
pero librada en otros territorios y en el último cuarto de siglo entre
bilateralismo y multilateralismo el mundo quedó a merced de trasnacionales que
hacen girar sobre su órbita a estados débiles, que deciden quien puede vivir y
quien debe morir.
Hoy la peste articula una acumulación de pequeñas
variaciones y señala el tránsito hacia nuevas formas organizativas sociales,
económicas, políticas, culturales. Turismo, oficios, profesiones, modos de
educar y de aprender, no quedarán a salvo, saldrán afectados, se perderán
millones de puestos de trabajo, que parecían estables, inamovibles, economías
sin rumbo, como el virus, buscarán donde posarse, y habrá vidas sanas serán
lisiadas. Las iglesias cerraron puertas, la fe cambia, se ora sin altar, a lo
lejos se divisan cruceros aislados en mitad de la mar, aeropuertos sellados,
estados de sitio sin levantamientos armados, intolerancias sin destino fijo,
psiquis rotas.
Después de la peste la humanidad quedará agotada, lista a
recomenzar de otra manera, ojalá con más sentido colectivo que egoísmo,
individualización y violencias. La tempestad de lluvias y malas cosechas
produjo las hambrunas del siglo XIV y después vinieron guerras sin tregua,
hambrunas y nueva peste, que conectó al siglo XX y ahora reaparece en siglo XXI
y de la que apenas se sabe que existe. Cuando cese el agotamiento, si es que
hay tiempo para el descanso, vendrán mutaciones sociales desatadas por la
peste.
Siempre después del contagio han florecido levantamientos,
grandes movilizaciones, las ha habido de campesinos, obreros, rebeliones contra
el orden judicial y financiero, ataques a la propiedad y a la opulencia. Y el
orden natural parece aprovechar para recordar cosas y remover la memoria, el
darwinismo social anuncia animales de selva que regresan a pasearse en las
ciudades solitarias y moribundas, aisladas por la peste y a gentes de ciudad
queriendo regresar a la selva, huir para esconder su debilidad y hastió o
simplemente buscando sobrevivir al contagio de incognitos, entre soledad y
silencio. Sea lo que sea es tiempo de
prudencia, paciencia, inteligencia, solidaridad y esperanza, esta batalla
contra el virus se gana.
mrestrepo33@hotmail.com
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