Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez:
Que nadie le pida a un banco lo que nunca podrá hacer:
actuar con sentido de humanidad. Así a secas, se define el cómo del capital
encarnado en el mal. En el extenso estudio del Capital en el S.XXI, Piketty,
alude que, en la novela clásica del siglo XIX, la riqueza se encontraba en
todas partes y sin importar su tamaño ni su poseedor, estaba en manos del que
tenía tierra o era portador de deuda pública. Marx, el del Capital, ya había
concluido que “el enigma del fetiche dinero no es, más que el enigma del
fetiche mercancía, que cobra en el dinero una forma visible y fascinadora”.
En el siglo XXI los dueños del capital, han impedido que la
riqueza este en todas partes y en manos de sus poseedores así no más y han
mejorado su capacidad para ocultar que el trabajo humano es el creador del
valor, de la riqueza. Dejó de ser evidente que la forma simple del valor de la
mercancía es producto del trabajo y más bien se acoge que la riqueza es
cuestión de mercado. El capital del siglo XXI se mueve con mayor velocidad que
antes, pero igual ataca y despoja sin piedad países, sectores, grupos,
poblaciones, etnias, se convierte en poder y se traduce a papeles legales, que
le permiten fijar las condiciones y precios de una mercancía, y adecuar sus
técnicas de acumulación inhumana e insaciable, capaz de convertir sin el menor
escrúpulo en ganancia el hambre y la pandemia.
El gran propietario, sigue como antes, controlando la tierra
y sus recursos y la deuda pública, que produce cifras ilegibles de billones y
trillones a nombre del 1% de la población poseedora de las 4/5 partes de todo.
La riqueza refleja especulación e ignominia de propietarios unidos en grandes
consorcios y corporaciones que siguen sin alteración su proyecto contemporáneo
de acumulación, en el que el rentista de antes aparece como una figura
deshonrada, superada por bancos y poseedores de papeles que anuncian
propiedades repartidas por el mundo que físicamente no conocen. Los dueños del
capital son conscientes del sufrimiento, hambre e insalubridad que provoca su
avaricia, sostenida mediante el control de su riqueza a través del control de
los gobernantes a su servicio.
La oferta de un ingreso seguro y regular y de un trabajo
estable hasta la jubilación tiende a desaparecer de manera radical, como
desaparecieron las garantías al descanso y salubridad, que eran parte
sustancial del derecho al trabajo, convertido en libertad, cedido a los grandes
dueños del capital y afirmado con papeles de deuda. Pero nada de eso ocurre por
la pandemia, es por el trazado del capital que hacen los dueños del mundo, para
quienes el virus resulta estimulante, inclusive para neoliberizar el amor y la
muerte, que parecían cosa de poesía.
Nada va a quedar estable, pero no por el virus, el capital
será aún más liquido (Bauman), más burbuja (Sloterdij), más rizoma (Deleuze),
pero en todo caso, más parecido al carbón que se quema en la maquina y
desaparece sin dejar rastro (Marx). El capital avanzará a mayor velocidad,
luego del descanso material por la pandemia y de haber ocupado temporalmente el
lugar de salvador de la vida humana, luego de dejar la sensación de que no está
mal desprenderse de todo, porque al fin y al cabo el covid19, es una plaga
habitual y siempre ha estado en las transiciones del mundo. Del mundo clásico
al medieval (como ahora) “los líderes políticos debieron primero enfrentar una
decisión casi shakesperiana: poner o no un precio a la muerte.
Porque es eso precisamente lo que supone elegir entre
políticas de mitigación (no paralización de la vida económica aún a costa de
más infecciones) frente a políticas de hibernación de la economía (para
doblegar la curva cuanto antes)” (en: ¿Qué nos dice la historia…?,
agendaeconomica.com). Socialmente la percepción dirá que la disputa de clases
terminó y que ahora empieza un reino de la igualdad, en la que nadie escapa al
virus o la muerte. Pero es, al contrario, lo que queda entronizado en el cuerpo
social es la desigualdad y la espera humana por un “chip de inmunidad”
exclusivo para propietarios, como hace 200 años lo fue el título de ciudadano o
hace 400 el de nobleza y linaje. No hay señales de una nueva era económica, ni
de un cambio de las estructuras valor-trabajo.
El trabajo seguirá siendo el creador de la riqueza y está el
aliento para matar sin piedad por tierra, agua, comida, medicinas. En eso
Colombia es un laboratorio perfecto para mirar lo que sigue: mientras la
pandemia infecta y la gente se resguarda, la matanza de líderes sociales,
defensores de tierras despojadas y comunidades indígenas protectoras del
planeta sigue en pie, como si nada.
A la sombra de la pandemia, mientras se espera la demorada
cura y se deprime la actividad económica, la cura a imponer esta lista: se
llama endeudamiento. Los estados se rinden ante los dueños del mundo, asociados
en los consorcios de la banca mundial y del FMI, que aparecen como filántropos,
en tanto los nadie, rebuscadores de comida y refugio, son llamados bandidos y barbaros.
La deuda llega arropada de causa humanitaria no controvertible.
El FMI le ofreció a Colombia 11.000 millones de dólares, que
ojalá en una década no se traduzcan en intereses a pagar con trozos de amazonia
o franjas de mar. El complejo tema del endeudamiento de los estados y de la
naturaleza del patrimonio es tan importante hoy como lo era en 1800 y la
conclusión es una sola: se acrecienta la acumulación privada y la inhumanidad
de los dueños del capital. La deuda pública a expensas de los estragos del
Covid19, pronto hará olvidar quien posee qué y a diferencia del siglo XIX en
que se identificaba a los rentistas de la deuda pública, en adelante será un
misterio difícil de descubrir.
mrestrepo33@hotmail.com
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