Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
Casi al finalizar el año pasado escribí un artículo que
titulé: “2019: primer año de la confrontación estratégica entre Estados Unidos
y China”. Algunos lo catalogaron de alarmista y me escribieron (incluso un
colega chino), para decirme que era exagerado. Eso fue el 19 de diciembre, solo
unos días después, el último del año, China notificó a la OMS y al mundo el
surgimiento del brote de un virus desconocido hasta ese momento.
El alba del año 2020 no presagiaba el alcance que habría de
tener este hecho para la humanidad, su posterior irradiación a todo el planeta
llevó a que el 11 de marzo, la OMS decretara al ya conocido como coronavirus
COVID-19 como pandemia. Las implicaciones subsecuentes aún están en curso.
Variadas conjeturas –desde las más apocalípticas hasta las más optimistas-
están emergiendo como visiones de futuro del mundo que habrá de sobrevenir.
Por mi parte, por muchos esfuerzos que hago, todavía no
alcanzo a visualizar el curso de los acontecimientos en toda su dimensión.
Cuando arribo a ciertas conclusiones, nuevas variables se cruzan en el
razonamiento, haciendo interminable el análisis de la perspectiva y las
consecuencias que se podrían avizorar.
Por supuesto, el contexto de las relaciones internacionales
no está ajeno a este raciocinio. En el ámbito estratégico de la disciplina
quedará por ver cómo evolucionan las relaciones entre China y Estados Unidos,
que a mi juicio es el factor determinante para concluir alguna hipótesis
respecto del mundo del futuro.
En el artículo antes mencionado –repito- sin que apareciera
aún el COVID-19 en el horizonte, aseveraba que el conflicto entre las dos
mayores potencias mundiales era mucho más que una “guerra comercial” como
profusamente se aseguraba en espacios académicos, mediáticos, políticos y
diplomáticos. Afirmaba también, que este trance “…se enfoca en discrepancias de
tipo político e ideológico de carácter antagónico y estructural que no tienen
solución…”. Así mismo, alertaba en el sentido de que había que tener cuidado
porque “…en política la no comprensión y la confusión entre las dimensiones
estratégica y táctica suelen conducir a errores de extrema gravedad, y
consecuencias que dejan improbables secuelas” y que los acuerdos alcanzados en
la disputa comercial entre los dos países eran “…solo una pausa que [debía] ser
entendida en esa dimensión…”
Ya en octubre del año pasado, el presidente Trump creó la
Corporación Financiera de Desarrollo Internacional de Estados Unidos con un
presupuesto de 60.000 millones de dólares (tres veces mayor que en de la
agencia antecesora) a fin de conceder préstamos, garantías de préstamos y
seguros a empresas dispuestas a hacer negocios en naciones en vías de
desarrollo Con el claro objetivo de contrarrestar la influencia geopolítica de
China, el presidente estadounidense se propuso confrontar la iniciativa de “Un
cinturón y una ruta”, incluso contraviniendo su propuesta de campaña que
apuntaba a reducir y eliminar en algunos casos, la ayuda internacional.
Este vuelco de política exterior -contrario a lo que se
pudiera suponer- no obedece a un repentino cambio de opinión del atribulado
Trump, sino a su desesperada necesidad de intentar bloquear los efectos de la
expansión de la cooperación internacional de China que se expresa en el
financiamiento de grandes proyectos en Asia, Europa del Este, América Latina y
el Caribe y África.
Lamentablemente, la pausa acordada en enero fue rota antes
de tiempo, el COVID-19 fue su causante. Cuando el ambiente negociador y de
distensión que llevó a tal tregua a mediados del primer mes del año, podría
haber sido un buen preludio para desarrollar la cooperación en medio de la
pandemia, pudo más la confrontación estratégica de carácter ideológico que el
interés de atreverse a actuar de forma articulada para dar respuesta al peor
peligro que ha desafiado a la humanidad durante este siglo y desde el fin de la
segunda guerra mundial.
En el orden táctico, ningún análisis puede obviar que los
dos partidos del sistema político de Estados Unidos están incapacitados para
desprenderse de la campaña electoral de cara a los comicios de noviembre, lo
cual los motivó a usar la pandemia como instrumento de propaganda. En este
sentido, la hasta febrero, segura victoria de Trump ha comenzado a ponerse en
entredicho tras su deplorable manejo de la pandemia durante los últimos dos
meses.
En el lado demócrata, como era de esperarse Bernie Sanders
se rindió temprano ante la avalancha de recursos financieros de sus oponentes
con los que no pudo competir por lo que tristemente llamó a apoyar a Joe Biden
firmando de esa manera su acta de defunción política. Aunque Biden no se
diferencia mucho de Trump, el mayor problema es que está entrando en una
natural etapa de demencia senil como informa ABC Internacional, lo que hace que
no se acuerde de sus dichos, llegando incluso a olvidar lo que tiene que
exponer en sus discursos, muchas veces desvariando sobre hechos, cifras y
nombres. Así, en noviembre, Estados Unidos se debatirá entre un sicópata y un
demente, complicando aún más el porvenir de la humanidad.
En este sentido, la cancillería china expresó el pasado 27
de abril “su enérgica oposición a ser involucrada en la política electoral de
Estados Unidos”, en respuesta a un memorándum de 57 páginas exhibido por el
medio periodístico Político en el que se
exhorta a los candidatos republicanos a resolver la crisis de la COVID-19
atacando agresivamente a China a través de tres enfoques principales que deben
ser acometidos: 1. “China causó el virus al ´ocultarlo, 2. Los demócratas son ´suaves
con China, y 3. Los republicanos ´impulsarán sanciones contra China por su
papel en la propagación de esta pandemia`.
En este contexto, Trump ha optado por el ataque contra China
para desatar un nacionalismo populista que en el corto plazo lo lleve a ganar
las elecciones y más tarde, continuar el esfuerzo iniciado hace dos años para
apartar a China de su línea de desarrollo que –si bien limitada por la
pandemia- ha cobrado nuevos ímpetus tras enfrentarla exitosamente para, con
posterioridad, colaborar con la OMS y más de 80 países del mundo con el mismo
objetivo.
La opción de Estados Unidos por la confrontación ha tenido
un repunte sobre todo en este último mes cuando pareciera que el COVID-19 se ha
salido de las manos de Trump y su gobierno. Ya el primer día de abril,
funcionarios estadounidenses y de otros países occidentales trataron de de
culpar a China por la pandemia, acusándola de encubrir la cifra real de
infectados y desinformar sobre el COVID-19. También afirmaron que le reclamarán
a China después que la pandemia pase.
En particular, en la campaña anti china ha destacado Peter Navarro,
asesor comercial del presidente, quien se ha transformado en uno de los más
insaciables enemigos de China en la Casa Blanca, acusando al país asiático de
“un encubrimiento que retrasó seis semanas la respuesta mundial”. En una
entrevista, Navarro llegó a decir que “China sabía desde mediados de diciembre,
que tenía casos de transmisión de coronavirus de persona a persona”.
La respuesta de Beijing fue contundente, Hua Chunying vocera
de la cancillería expresó que: “Las mentiras contadas por este político
estadounidense no valen la pena refutarlas. Me di cuenta de que durante esa
entrevista, incluso el periodista lo interrumpió varias veces y señaló que
estaba [haciendo perder] el tiempo de todos”, calificando además sus
comentarios como “desvergonzados” al culpar sin pruebas a China por el
coronavirus, asegurando de la misma manera que Estados Unidos “debería dejar de
politizar un problema de salud y centrarse en la seguridad de su pueblo”.
Por su parte, en otra entrevista, el día 16 el Secretario de
Defensa de Estados Unidos, Mark Esper, continuó la línea de ataque al afirmar
que China fue “engañosa” y “no transparente” al informar sobre la epidemia.
China respondió diciendo que esta falacia es exactamente la misma que la de
algunos otros políticos de Estados Unidos y que esta excusa de culpar a otro no
era nada nuevo.
En este marco, un grupo de abogados estadounidenses lanzó
una acción legal histórica para demandar a China por billones de dólares,
acusando a sus líderes de negligencia por permitir que estallara el brote de
coronavirus, y luego encubrirlo. La demanda colectiva que involucra a miles de
demandantes de 40 países, se presentó en Florida el mes pasado. El estratega
jefe de la acusación, Jeremy Alters, aseguró que "los líderes de China
deben rendir cuentas por sus acciones".
Todo esto fue echado por la borda por el propio doctor
Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas
de Estados Unidos quien en rueda de prensa el 17 de abril desde la propia Casa
Blanca rechazó la teoría conspirativa de que el nuevo coronavirus fue creado y
escapó de un laboratorio chino, según informó Business Insider.
En la continuación de la ofensiva anti china el 22 de abril,
un grupo de 16 senadores republicanos pidió al presidente Donald Trump que
obligue a los países solicitantes de reestructuración de deuda o ayuda
económica a dar cuenta a Washington de sus compromisos con Beijing. Asimismo,
Mac Thornberry, jefe del Comité de Servicios Armados de la Cámara de
Representantes presentó un proyecto de ley en el Congreso con el apoyo de
republicanos y demócratas con miras a crear un fondo de 6.000 millones de
dólares para reforzar el potencial disuasorio contra China.
Ante similares acusaciones por parte del secretario de
Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, China se vio obligada a dar una
respuesta al margen de su tradicional práctica diplomática. En un artículo
publicado en el Diario del Pueblo, órgano del partido comunista de China,
escrito por Zhu Feng, decano del prestigioso Instituto de Relaciones
Internacionales de la Universidad de Nanjing se esboza una muy dura réplica a
Estados Unidos en la figura de Pompeo que es expresión de un nuevo lenguaje
para las relaciones internacionales de China.
Después de catalogar al ex jefe de la CIA y actual
secretario de Estado como “el oficial más arrogante de la administración de
Donald Trump a la hora de atacar a China”, Zhu expone que: “La identidad
política de la derecha republicana, la arrogancia de la élite estadounidense y
las ambiciones políticas personales constituyen el ´gen político` anti-chino
del secretario de Estado” .
Agregó que “…el ataque de Pompeo contra China es típico de
la postura hegemónica de los políticos de derecha estadounidenses que se
caracteriza porque primero, “Estados Unidos siempre tiene la razón y es el
´dueño de la verdad`, lo que permite la distorsión y la manipulación de los
hechos. Segundo, Estados Unidos es el poder más grande del mundo y puede
obligar a las organizaciones y al derecho internacional a someterse a las
cogniciones e interpretaciones estadounidenses. […] tiene derecho a abandonar
las convenciones, pero otros países ´tienen` que respetar el derecho
internacional y permitir que Estados Unidos anule las organizaciones
internacionales y otros países soberanos”.
La caracterización
que se hace de Pompeo y de otros políticos por su condición política de
“derecha”, hace referencia a un aspecto ideológico no habitual en las
relaciones internacionales de China, ni siquiera en el ámbito académico, que
toma nota de contradicciones que van mucho más allá de lo estrictamente
comercial o incluso -en este caso- de la contradictoria visión en el manejo de
la pandemia. Así, se incursiona en un plano que ha sido conscientemente obviado
desde Beijing incluso ante el ostensible involucramiento de Estados Unidos en
el apoyo a la desestabilización de Hong Kong y en su intervención como soporte
de la administración de Taiwán en clara violación de los propios acuerdos
bilaterales en materia de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y China.
No se sabe aún cuál será el devenir del mundo tras el fin de
la pandemia, tampoco se puede prever con certeza el rumbo que tomará una
inminente restructuración de las relaciones internacionales, pero lo que sí
parece seguro es que, en su desesperación por la pérdida de la hegemonía
global, Estados Unidos escalará sus ataques contra China. A diferencia del
pasado, pareciera que esta vez, Beijing no se quedará de brazos cruzados.
sergioro07@hotmail.com
Salud Sergio, en efecto hermano, al contrario de la siempre respondona Rusia de Putin, que desde propuesta de la reforma constitucional se pone aún más a la ofensiva, China siempre ha sido más prudente y reservada, cuidando el tono, he incluso tolerando algunos abusos imperiales; no obstante parece que sientiendose ya más fuerte y preparada (política y militarmente), sabiendo que sale fortalecida de la crisis pandemica, y ya harta de soportar y asimilar los golpes de los cada vez más agresivos y groseros estadounidenses, que cruzan insistentemente todas sus lineas rojas, ha decidido cambiar el tono y asumir una posición más firme y digna, más dispuesta a la iniciativa y la represalia. Estados Unidos (como digo en mi último artículo) ha decidido convertirse en el Tyson del rin geopolítico, pero China al parecer siente que ya ha llegado su momento Rocky.
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