Por Profesor P.S.Alvatb:
Así es estimado lector y lectora. En plural. Claro el
covid-19 no es la primera pandemia ni será probablemente la última. Así como
aún no sabemos si será una de las peores epidemias, o una más de las que ha
sufrido la humanidad. La diferencia, eso sí, con las anteriores, en el plano
biológico, de la vida, es que hoy estamos hiperconectados merced a los medios
tecnológicos de la comunicación y, por tanto, se puede seguir su rumbo hora a
hora. Es difícil hacer comparaciones con
otras sucedidas en el pasado. Salvo en lo que refiere a un cierto aprendizaje
respecto al modo en que las sociedades se comportaron frente a ella, y sus
consecuencias (por ejemplo, en el caso de la llamada “gripe española”, y más
cerca, el H1N1, el virus de la fiebre porcina, el sida entre otros).
Lamentablemente, con la actual mentalidad de las elites
dominantes todo se convierte en una oportunidad para continuar las ganancias y
guerras de poder por otros medios, teniendo como aliados a las agencias de información. Pues
bien, la verdad, creemos que una de las peores pandemias que estamos sufriendo
hace ya unos cuarenta años, ha sido la plaga del neoliberalismo, forma de
capitalismo desregulado, que pone su centro de acumulación de ganancias en el
manejo del poder financiero y tecnológico.
Y, que, para asegurárselas, tiene que poder emigrar y
asentarse bajo condiciones favorables en todo el mundo. Su receta, impuesta con
mano militar y criminal en varios de nuestros países (por supuesto, los amos
del Norte no dijeron casi nada; tampoco inventaron guaidosistas; no los
bloquearon, embargaron, invadieron ni nada parecido), tiene entre otros, los
siguientes elementos de un credo religioso: privatización (de empresas públicas,
de bienes esenciales –agua, energía, cobre, bosques- pensiones, educación,
salud pública). Todo eso sucedió aquí, lector/lectora y no tiene más que buscar
en librerías los trabajos que se han escritos al respecto. No estoy inventando
nada.
Pero, también privatización de la vida en común, de la
sociedad y la política, con la consecuencia de tener ahora una sociedad de
mercado donde manda el cálculo de beneficios y el individualismo narciso en
casi todo.
Segundo rasgo de esta
plaga, rápidamente, la reducción de impuestos. La segunda panacea. Pero claro,
no es la reducción para nosotros, los ciudadanos de a pié, las pequeñas y
medianas empresas, negocios y comercios; para los que viven de su propio
trabajo y un salario. No pues. Eso no sirve. Hay que disminuírselos a los más
ricos, a los grandes inversionistas, a las transnacionales.
Con lo cual usted se va dando cuenta –salvo que esté muy
ciego e ideologizado- del color clasista que ha tenido esta ideología. Hay que favorecer a los que más tienen que,
como ya dijo ha mucho tiempo el gran Aristóteles, siempre son los menos; hay
que cuidarlos, como ya decía el dictador Pinochet, a cualquier precio.
Un tercer ingrediente, la reducción y liquidación de un
Estado social, el cual se daba a sí mismo las armas para regular e intervenir
cuando era necesario, en función de mayor justicia y mayor bienestar. Esto le llevó al desmantelamiento del Estado
y sus potestades –salvo claro, las represivas-, y a su incapacidad para actuar
a nombre de todos, de los más, del pueblo soberano cuando es necesario (como
hoy en día, cuando se demuestra el derrumbe del modelo de salud neoliberal
izado).Esto trajo acompañado
–constitucionalmente- la liquidación de los derechos sociales y también de
aquellos que tienen que ver con el medio ambiente, entre otros.
Pero, para lograr todo esto, había que, además, subyugar y
corromper la actividad político-democrática. Es decir, hacerla dependiente y
sirviente del poder económico-financiero, nacional o transnacional e impedir
cualquier proyecto alternativo. Esto ha traído la imposición de la corrupción
generalizada de la vida en común. Pero no solo la típica corrupción (Panamá
Papers; Paraísos fiscales; financiamiento privado de campañas políticas; compra
de políticos, colusiones, robos de activos y empresas, etc), sino una peor, la
que un intelectual francés llama “corrupción mental”.
Es decir, aquella que hace que un mundo ajeno a cualquier
principio y habitado por monstruosas desigualdades e increíbles injusticias, se
presente y sea asumido por las elites de poder de todas partes, creencias,
agencias informativas, como si fuera el mejor de los mundos posibles. Y en su
nombre, por si fuera poco, arrecian las guerras neocoloniales, las invasiones,
intervenciones, bloqueos inmisericordes, y la represión contra todos aquellos
que se levantan contra el desorden neoliberal capitalista imperante.
Podríamos preguntarnos: ¿sabemos que estamos al borde de un
precipicio debido a la depredación del capitalismo sobre la naturaleza? Que la
humanidad ha exterminado ya al 60% de las especies animales desde 1970? La
danza del capitalismo salvaje, como reza un Editorial del Washington Post (25
de marzo 2020), deja a su paso destrucción acelerada de los recursos naturales,
la explotación inhumana del ser humano y la manipulación de la mente para que
nos convirtamos en rehenes del consumismo y de la gestión tecnócrata de la
realidad, incluso al precio de la propia autodestrucción. No se puede seguir viviendo como si nada
pasara, en un planeta donde la riqueza global está concentrada en el 1% de la
población. ¿Por qué la crisis
medioambiental o el hambre y la miseria, la pobreza, el desempleo, las nuevas
formas de esclavitud y saqueos, las guerras de los poderosos no son tratadas
como pandemias?
¿Podemos seguir guardando un silencio cómplice al respecto?
El Editorial de ese medio citado –por cierto, nada sospechoso de ningún
izquierdismo- continúa afirmando que no puede defenderse un “despiadado statu
quo que concentra la riqueza de nuestros recursos naturales y medios de
producción en pocas manos, capaces de derramar sangre inocente por mantener
intacto ese statu quo. No puedo defender este statu quo que privatiza el agua,
la salud, la educación, el viento, el sol.
Derechos Humanos universales que se han convertido en mercancías, que se
encuentran solo al alcance de una minoría rapaz, voraz e insaciable, mientras
las grandes mayorías invisibles solo son visibles en procesos electorales,
disfrazados de democracia”.
Y, continúa el
editorialista: “Una gran realidad de todo lo que pasa a nivel mundial es que
nos quieren tener controlados a losas vulnerables del planeta tierra, porque la
avaricia, la ambición y ansias de poder los tiene enfermos”. Por último, lector/lectora, ese
editorial del Washington Post nos
advierte:” O muere el capitalismo salvaje, o muere la civilización
humana”. La cosa al parecer es más
seria y profunda de lo que pretende el simplismo y la farándula de los actuales
representantes políticos, los medios de comunicación y los que nos
gobiernan. ¿Se hace entonces muy
necesario reflexionar radicalmente
(filosofar si usted lo quiere ver así) entre todos, no cree usted?
pablosalvatb@gmail.com
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