Por Carolina Vásquez Araya:
Así como las niñas del hogar seguro, hay miles más esperando
una justicia que no llega.
Escribo esto el 8 de marzo, una fecha simbólica para
conmemorar la crueldad del patriarcado. Entre mensajitos floridos y frases
cliché, se cuela la verdadera dimensión de la discriminación y la impotencia en
la cual viven millones de mujeres en todo el mundo, víctimas de un sistema
capaz de transformar su vida en una esclavitud legalizada. Claro que hemos
avanzado… Hoy podemos celebrar nuestro derecho al voto, aunque aún –en pleno
siglo veintiuno- nos toca luchar por una paridad a la cual tenemos pleno
derecho. Hemos avanzado porque existen leyes contra el feminicidio, pero no
hemos logrado una acción consistente de los sistemas de administración de
justicia para prevenirlo y sobre todo para castigarlo.
Hemos avanzado en tecnología y conocimiento, claro que sí,
pero nuestras niñas son privadas de su derecho a la educación y a la atención
sanitaria, condenándolas a un futuro de servidumbre sancionado por una sociedad
ciega a la dimensión de esa injusticia. Hemos avanzado en conciencia sobre las
inequidades y al mismo tiempo avalamos un sistema patriarcal capaz de anular
las capacidades y el potencial de una mayoría silenciada por prejuicios y
costumbre. Hoy, mientras escribo con la sorda indignación de saber cuánto falta
para alcanzar un estatus digno para niñas y mujeres cuyos derechos son violados
con total impunidad, me regresan las imágenes de las 56 niñas heridas y
calcinadas por orden presidencial en Guatemala, un día como este.
Hemos avanzado, pero no importa cuánto camino hayamos
recorrido mientras persista la impunidad sobre las violaciones sexuales, el
incesto, la esclavitud, la tortura, el asesinato, el tráfico de personas o la
discriminación en el acceso a la educación. Es imposible presumir de desarrollo
cuando hemos transformado en auténticas rehenes a la mayoría de habitantes en
nuestros países, privadas de derechos elementales por decisión de quienes han
convertido el poder político en un gueto impenetrable, cuya apertura depende de
la voluntad de quienes temen compartirlo.
Hemos avanzado porque hoy, por lo menos, se puede debatir,
denunciar, protestar. Pero los muros continúan sólidos gracias a la fuerza de
las tradiciones, prejuicios y costumbres instaurados desde hace siglos para
monopolizar los mecanismos de control sobre nuestras sociedades. Derribarlos,
por lo tanto, no es más un atentado contra lo establecido, sino un deber
ciudadano y un acto de justicia. Hoy podemos decir cuánto hemos avanzado porque
ya somos capaces de proclamar ante el mundo la importancia de la soberanía
sobre nuestro cuerpo. Sin embargo, falta ese tramo indispensable de la batalla
para alcanzar un estatus legal desprovisto de estereotipos moralistas,
impuestos por doctrinas religiosas cuyo propósito es someternos y anular
nuestro derecho a la libertad.
El catálogo de las injusticias es un gordo tratado de
restricciones y abusos que han ido desde lo más elemental, como un estatus
jurídico que ha privado a las mujeres de sus derechos cívicos, hasta las
aberraciones extremas como la tolerancia al incesto, los matrimonios forzados
de niñas y adolescentes, los obstáculos para su normal desarrollo y la
constante desvalorización de su naturaleza, como si nacer con sexo femenino
fuera un defecto biológico.
Este día 8 de marzo de 2020 dedico mi pensamiento a las 56
niñas del hogar seguro Virgen de la Asunción y a los miles de niñas y
adolescentes recluidas en esos antros de miseria administrados por un Estado
incapaz de velar por su integridad. Es mi homenaje y mi protesta.
Hemos avanzado, pero aún falta mucho por conquistar.
elquintopatio@gmail.com
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