Por Juan Pablo Cárdenas S.:
El fantasma del ex Dictador recorre los pasillos de La
Moneda. Con gran acierto periodístico, la televisión alemana le ha brindado al
mundo un reportaje audiovisual en que reproduce la declaración de guerra de
Sebastián Piñera a la protesta social, casi en los mismos términos que lo
hiciera Pinochet décadas atrás. La exposición de ambas imágenes es elocuente y
habla de cómo el actual morador del Palacio Presidencial es hijo dilecto del
Tirano que con idénticas palabras y recursos criminales manda a reprimir el
clamor de justicia y equidad.
Es comprensible. Sebastián Piñera le debe a Pinochet la
oportunidad de convertirse en un multimillonario durante sus esos fatídicos
años de dictadura, así como en su hora final el ex gobernante de facto debe
haberle agradecido muchos al actual mandatario por concurrir a Londres a
visitarlo y abogar por su impunidad, cuando el Tribunal Internacional de la
Haya pudo haberlo condenado ejemplarmente ante la historia por sus crímenes de
lesa humanidad.
Qué duda cabe: Piñera es parte del legado de Pinochet, de su
Constitución y régimen neoliberal, los cuales por fin tienen sus días contados.
Hoy es la inmensa y sostenida rebelión popular la que le exige a la política
una Asamblea Constituyente y el fin de los horrores cometidos por el
capitalismo ultra despiadado. Advirtiéndole al mundo para que nunca más pueda
imponerse un régimen económico de tantas iniquidades como el que adoptó el
Régimen cívico militar y recibió el beneplácito de los gobiernos “democráticos”
que le siguieron.
Al igual que su mentor, Piñera dice que está más “firme que
nunca”; que nadie lo moverá de La Moneda hasta completar los años que le faltan
a su administración. Sin embargo, los porfiados hechos nos indican que el
estallido social no retrocede, que los chilenos no se conforman con las migajas
que quieren darle las desesperadas iniciativas de un gobierno cuyos ministros
de estado, parlamentarios y partidarios ya lo saben tambaleante. Por lo mismo
que las contradicciones entre unos y otros se hacen todos los días evidentes,
como que hace algunas horas el propio Piñera ha salido a implorar la lealtad
del centro derecha.
Recordamos que durante una protesta, el Dictador decidió
mirar la encendida ciudad de Santiago desde un helicóptero. No nos consta, sin
embargo, que su hijo dilecto haya hecho algo parecido en estos días de furia
social. Como tampoco tenemos certeza de que siquiera observe a través de la
televisión todo lo que sucede. Que siga lo que transmiten los canales que han
sido tan obsecuentes con los gobiernos culpables de lo sucedido y que, por supuesto,
viven a expensas de los grandes empresarios cuya voracidad y perversión moral
en una de las principales responsables también de la grave crisis que vivimos.
Pero tampoco podríamos estar seguros de que Piñera sienta
alguna compasión por el país y lo que se manifiesta en estas nuevas protestas.
Que pueda abochornarse realmente de las miserables pensiones que condenan a los
chilenos de la Tercera edad en sus últimos días y después de trabajar por 30 o
40 años. Que pudiera sensibilizarse sinceramente frente al miserable ingreso
promedio de los trabajadores chilenos y que a todas luces no les alcanza para
cubrir los gastos de primera necesidad de sus familias. Por lo mismo que un
alza de apenas 30 pesos en la tarifa del metro pudo encender tanto dolor y a
rabia contenidos.
Tampoco creemos que podría aquilatar el impacto que
significa para los hogares chilenos que sus enfermos, sobre todo los niños y
los ancianos, se mueran todos los días a la espera de entrar al pabellón de los
hospitales o recibir los medicamentos necesarios. Porque para Piñera y sus
semejantes, la salud es un servicio por el cual hay que pagar, y caro, al igual
que con la educación y las viviendas básicas. Tal como se le eroga las empresas
privadas y extranjeras por el agua o por circular por las carreteras, cuyos
valores de incrementan todos los años por encima del índice de precios al
consumidor. Según lo que fue pactado vergonzosa y servilmente por los gobiernos
y parlamentos de la postdictadura con los inversionistas extranjeros. Al concederles
propiedad y privilegios que a ellos mismos ahora les causa rubor, cuando se
enteran de la severa angustia de los pobres y de las graves carencias de la
clase media. Porque sin mediar todavía ley o presión estatal alguna, ya
prometen reajustar los salarios de sus empleados y cumplir con los deberes
tributarios por largos años burlados.
No sabemos tampoco si
Piñera es capaz de impresionarse por la cantidad de personas agredidas por la
policía y los militares que sacó a la calle para otra vez enfrentarlos a su
propio pueblo. Apreciar cómo hoy más de doscientos hombres y mujeres han
quedado minusválidos a causa de los balines lanzados a quema ropa por las
llamadas Fuerzas Especiales y que les han vaciado sus orbitas oculares. No
sabemos si alguna vez como joven y estudiante este patético personaje recibió
algún lumazo de los pacos, como los de ese niño golpeado brutalmente una vez
detenido por dos “efectivos del orden y la seguridad”. O si será capaz de comprender lo que le puede
significar a una joven adolescente recibir decenas de perdigones en sus piernas
dentro de su propio establecimiento escolar. De parte, por supuesto, de otro
desalmado policía a muy pocos metros de distancia.
No, por cierto, que no. Piñera solo entiende de cifras
macroeconómicas y sigue convencido que el mejor acicate para el crecimiento es
que los ricos sean cada vez más ricos y la mano de obra sea cada vez más barata
a objeto que nuestros productos de exportación sean “competitivos” en el
mercado internacional. Para que, además, las oportunidades de nuestra
geografía, yacimientos, bosques y mares atraigan más y más capitales a Chile,
donde los dividendos de los “emprendedores” como suelen calificarse, no
alcanzan nunca el bolsillo de los que trabajan o de los que se jubilaron
después de 30 o 40 años de esfuerzo y frustradas esperanzas.
En razón de su enorme megalomanía, Piñera cree que va a
contar siempre con el apoyo de los grandes empresarios y del gobierno de la
Casa Blanca, a donde concurrió para ofrecerle la estrella de nuestro emblema
nacional a Trump y prenderla a la bandera estadounidense. Se olvida que, hasta
hace muy pocos años, sus propios colegas de la clase empresarial chilena se
avergonzaban de su codicia y descarada falta de probidad. Al parecer se ha
olvidado de esa retahíla de artículos y columnas con que sus pares políticos lo
fustigaban. Como esos lúcidos escritos de quien fuera su compañero de lista
senatorial, el reaccionario periodista Hermógenes Pérez de Arce. O su propio
hermano, el economista ultra neoliberal que ahora teme que su sistema
previsional corra peligro.
Rodeado de colaboradores abyectos y desvergonzados, Piñera
se propone permanecer en el gobierno, cuando las cifras de las encuestas
indican que su popularidad ya bajó de los dos dígitos. Cuando sus expresiones
son refutadas por los jefes militares que se suponen de su confianza y se sabe
que el presidente de la Corte Suprema y el Contralor General de la República
(además de los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados) han repudiado
su errática iniciativa de convocar al Consejo de Seguridad Nacional, como si el
país estuviera bajo peligro a causa de un enemigo externo.
A esta altura ya no sabemos si comparar a Piñera con
Pinochet sea igualmente lesivo para ambos, especialmente para este último,
aunque a todas luces se ha convertido en su émulo. Pero lo que tenemos claro es
que, como a aquél, a este otro solo puede tumbarlo el pueblo y su activa
protesta. Con la diferencia de que el actual usurpador de La Moneda ya no está
en condiciones de negociar su salida y, menos, imponer su legado. Porque si
algo tenemos muy claro es que si se propusiera negociar su salida con el
Parlamento, los partidos y los poderosos gremios empresariales, de seguro que
los arrastraría a todos por su mismo despeñadero. Si tomamos en cuenta que sus
niveles de desprestigio verdaderamente los comparte con todos ellos.
Es hora de que el pueblo no busque salvadores. Que sean los
millones de chilenos movilizados los que lo encaren y arrojen de La Moneda.
Que, por ningún motivo, les endosemos a otros nuestros derechos y obligaciones
ciudadana a los oportunistas del momento, que ya ofrecen sus servicios de
intermediarios. Porque ya sabemos lo que ocurre cuando se negocia el futuro a
espaldas de los ciudadanos. Sin Asamblea Constituyente, por ejemplo, la que
debe constituirse en el primer paso para recuperar la dignidad nacional
avasallada.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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