Por Libardo García Gallego:
Desde hace muchos siglos los líderes más humanistas, más
solidarios con los de su misma especie, vienen haciendo intentos por construir
una sociedad armónica, pacífica, donde todos los seres humanos vivamos felices.
El último documento es la Declaración Universal de los Derechos Humanos, diciembre
10 de 1948. ¿Pero por qué no es posible llevarlo a la práctica?
Intentemos alguna explicación.
Un sector ambicioso, egoísta,
autosuficiente, de la población, autoproclamado como más capaz e inteligente
que sus congéneres, basado en la teoría de la selección natural, según la cual
en la sociedad humana sólo los más astutos, los más feroces, tienen derecho a
una vida feliz y los demás deben ponerse a su servicio, se ha inventado
sistemas socioeconómicos y políticos para hacer realidad esa concepción. Inclusive
hay personas tan convencidas de ello que predican a todos los vientos el origen
divino de la misma y que nadie tiene derecho a contradecirla. Así ha vivido la
humanidad en el esclavismo, en el feudalismo y hoy en el capitalismo. Hobbes
resumió tal situación en la oración: “El hombre es un lobo para el hombre” y
Marx la expresó así: “La historia de la humanidad es la historia de la lucha de
clases”.
Para ese sector autocrático, si las personas no compiten
entre sí es imposible el progreso de la sociedad, dizque porque hay individuos
que, por genética, son perezosos, incapaces, no creativos ni emprendedores y,
en consecuencia, éstos no tienen por qué gozar de los mismos privilegios. Los
autosuficientes hablan de democracia, pero de acuerdo con su propia
interpretación, con ventajismos de toda índole; también se enjuagan la boca con
la palabra justicia, entendida como la garantía de la desigualdad, laxa para
los de arriba y represiva para los de abajo. Por hacer populismo prometen
igualdad social, pero todas sus acciones tienen como objetivo pisotearle los
derechos a los más desprotegidos.
Los pertenecientes a este grupo actúan como si estuvieran
autorizados para asesinar a las personas que no comparten sus ideas o a
cualquier humano que consideren perjudicial para sus propósitos, autorizados
también para arrebatarles las tierras a los campesinos mediante chantajes y
amenazas; para fundar empresas industriales y financieras, comprando con
migajas la fuerza de trabajo y cobrando intereses exorbitantes. En todo lo que
hacen cuentan con el respaldo incondicional de los poderes públicos, sin
necesidad de preguntar: ¿Y el poder para qué?
En la orilla opuesta estamos quienes pensamos que con algo
de racionalidad podríamos construir un mundo feliz para todos, claro, sin
extravagancias, sin excesos, sin malversación. ¿Por qué los países escandinavos
lo pudieron hacer? Un contrato corto, pero eficaz y eficiente; no es necesario
añadir y añadir cláusulas con el fin de enredarlo y no cumplirlo; una
Constitución lacónica, como la Suiza, en la cual se establezcan deberes y
obligaciones, tanto para los individuos como para el Estado. Ejemplos: el
homicidio intencional o voluntario, sin justificación, debe penalizarse con
trabajos forzados en una colonia penal por el resto de vida del homicida, pues
quien sin ningún motivo justificable le quita la vida a un congénere no merece
vivir; la misma pena deben pagar los que roban los dineros públicos, usurpan
tierras y propiedades ajenas, los corruptos, quienes deben devolver a sus
dueños todo lo robado; igual castigo para los violadores de niños. Los
atracadores, apartamentos y rateros de carros, motos, bicicletas, carteras,
celulares, deben pagar largas condenas y someterse a un proceso de
resocialización, sin el embeleco ese de casa por cárcel.
El Estado está obligado a garantizar los derechos humanos a
toda su población, incluyendo los fundamentales (vida, educación, salud,
empleo, vivienda, libre opinión, libre desarrollo de la personalidad, etc.),
los sociales, económicos, culturales, colectivos y ambientales, y la omisión o
violación de esta obligación también será penalizada con trabajos forzados para
los responsables; la diferencia salarial entre un trabajador manual de bajo
perfil y el de un intelectual del más alto rango no podrá ser superar a 15
veces; se fijarán límites a la magnitud de la propiedad privada tanto sobre
medios de producción como de consumo. El Estado puede y debe poseer empresas
productivas, cuyas utilidades vayan al erario público, es decir, a toda la población,
en lugar de dejarlas en manos de particulares para su exclusivo beneficio. El
Estado también estará obligado a crear empleos para aquellas personas que
estando en edad económicamente activa se encuentran desocupadas.
El pluralismo ideológico, político y religioso tiene que ser
respetado y garantizado; sin embargo, podemos ponernos de acuerdo en unas ideas
fundamentales, cediendo ambiciones y privilegios desmedidos, principiando por
aceptar que el primer derecho y objetivo primordial de todo ser humano es el
derecho a su felicidad. El mundo necesita un pacto de convivencia equitativo y
justo, y con uno que incluya puntos como los aquí propuestos, más otros
similares que faltan, podríamos vivir pacíficamente bien entre los humanos y en
armonía con la naturaleza. Sería la forma de empezar a terminar la lucha entre
clases sociales antagónicas.
Armenia, 17 de enero de 2019
libardogarciagallego@gmail.com
Muy buen artículo. La eterna lucha de clases, es la causante de la locura del ser humano. Todos somos iguales, y todos parece que no lo sabemos, o queremos aceptar.
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