Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
“Con cenizas, con desgarros
con nuestra altiva impaciencia,
con una honesta conciencia,
con enfado, con sospecha,
con activa certidumbre
pongo el pie en mi país,
(pongo el pie en mi país)
y en lugar de sollozar,
de moler mi pena al viento,
abro el ojo y su mirar
y contengo el descontento”.
Vuelvo a Managua, hoy 19 de julio de 2019, 40 años después
he vuelto una vez más, lo he hecho muchas veces, pero ésta es muy
significativa. Hay que decir que, en realidad, la entrada victoriosa del Frente
Sur “Benjamín Zeledón” a la capital se produjo el 20 después de salir de la
frontera meridional del país el día anterior y pasar la noche en Granada donde
el jubilo popular se desbordó en una ciudad que solo semanas antes estaba
controlada por la Guardia Nacional somocista que a fuego y sangre sometía la
rebeldía popular que habría de conducir al fin de la dictadura.
De ahí, el recorrido a través de Masaya, el recorrido por la
ciudad y la estrecha carretera (hoy amplia avenida) que unía esta ciudad con la
capital en la que mujeres, hombres y niños que desbordaban alegría y
entusiasmo, nos apabullaban con el cariño y la admiración que sentían por el
Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que había logrado por fin,
abatir a la dictadura.
Nuestra primera parada fue
en un espacio eriazo después de transitar las polvorientas calles del
Reparto Schick ( en ese momento no sabía que se llamaba así) rodeados de niños
que se subían a los camiones para acribillarnos a besos, mujeres y hombres que
nos colmaban de amor y nos regalaban café y frutas, hasta que recibimos la
orden de trasladarnos al Chipote (en la loma de Tiscapa) donde hasta hace dos
días atrás se ubicaban las oficinas de la seguridad nacional de Somoza, lugar
en que debíamos dislocar las unidades de artillería hasta recibir nueva orden.
Así lo hicimos y una vez cumplida la misión y establecida la guardia, nos
dirigimos a la Plaza de la Catedral cuyos restos sobresalían del abandono de la
ciudad, 7 años después del devastador terremoto de diciembre de 1972.
Hoy, volví a hacer una parte del recorrido por la carretera
de Masaya, los barrios orientales, la Loma de Tiscapa y la Plaza en la que
reposan los restos inmortales de los comandantes Carlos Fonseca Amador y Tomás
Borge, fundadores del FSLN y el coronel Santos López, enlace histórico entre el ejército del general Sandino y esta
nuevo milicia que se habría de transformar para crear el nuevo escudo de
defensa que ahora sí, para siempre, garantizaría la defensa de la soberanía y
la dignidad de Nicaragua.
Como dice la canción del Inti Illimani, he vuelto a poner el
pie en mi país, cuya sangre comenzó a fluir por mis venas desde el mismo
momento que entronicé mi vida con la de su pueblo, con sus luchas y sus
emociones, con sus angustias y dolores, con sus alegrías y celebraciones. El
más grande los americanos, Simón Bolívar dijo: “Para nosotros, la patria es la
América”, con esa convicción es que
puedo decir que he vuelto a mi país a renovar mi compromiso de servirle en todo
lo que esté a mi alcance, porque hace cuarenta años, el ímpetu de mis años
juveniles, el convencimiento de que no hay nada mas hermoso en la vida que
luchar por la libertad y la visión estratégica del comandante Fidel Castro, me
dio la oportunidad de atar indisolublemente y para siempre a este país, el
transcurrir de mi existencia.
“Vuelvo hermoso, vuelvo tierno,
vuelvo con mi espera dura.
Vuelvo con mis armaduras,
con mi espada, mi desvelo,
mi tajante desconsuelo,
mi presagio, mi dulzura.
Vuelvo con mi amor espeso,
vuelvo en alma y vuelvo en hueso
a encontrar la patria pura
al fin del último beso”.
En este país, paradójicamente viví lo mejor y lo peor de mi
vida, el triunfo, la victoria, el fracaso, el camino hacia estadios superiores
de lucha, así como el ignominioso fin de mi misión como embajador, inexplicable
e inexplicada, o más bien explicada por los entresijos insondables de la
política. Aquí me formé, aquí crecí, aquí comencé mi transitar por el mundo de
las relaciones internacionales, aquí fui constructor y lo más importante, aquí
pude ser hacedor de la voluntad del pueblo. ¿Qué más se puede esperar? A
Nicaragua solo le debo agradecimiento, “…vuelvo con mi amor espeso, vuelvo en
alma y vuelvo en hueso, a encontrar la patria pura, el fin del último beso”.
Ni siquiera el infortunio que produjo la intempestiva salida
de mi responsabilidad diplomática muchos años después, pudo alterar mi relación
de amor con Nicaragua, con su pueblo, con su ejército y con tantas personas que
me prodigan con su amistad fraternal, sincera, profunda y desinteresada, amistad pura, amor incondicional, de ese que
se acera con la vida y con la lucha, que se pone a prueba todos los días en la
gloria y en las celebraciones pero sobre todo en la derrota y los retrocesos,
porque cuando se tiene la convicción de que se ha elegido el camino de
enfrentar a los poderosos, se debe saber que la vida no solo será de laureles y
de miel, sino también de espinas y tumbas.
Y recordando a Martí, puedo decir que a Nicaragua he venido
a cultivar rosas blancas para el amigo sincero que me ha dado su mano franca a
través de estos últimos años, pero también para el cruel que pretendió
arrancarme el corazón con que vivo. Rosas blancas para todos.
Vuelvo a Nicaragua una vez más agredida, cuarenta años
después el enemigo es el mismo, hoy agazapado detrás de los medios de
comunicación, no bombardean con los Push and Pull y los obuses de 105 ms., lo
hacen desde los cómodos estudios de televisión imperiales, desde la
irracionalidad de la administración que pulula por la Casa Blanca de
Washington, desde el afán desmesurado de lucro de los grandes propietarios de
la riqueza y desde ese engendro que se
llama redes sociales, que es el nuevo escenario donde al parecer se desarrolla
el combate y donde las clases medias deliberan acerca de cuál es el mejor lugar
para ubicarse en su eterno afán de ser y
parecerse a sus explotadores para colmar sus aspiraciones de dos carros y tres
televisores. Visionario Sandino, el General de Hombres Libres dijo. “Sólo los
obreros y campesinos llegarán hasta el final”.
El año pasado, la solidez de la revolución sandinista se
puso a prueba, las instituciones y el pueblo fueron sometidos a una brutal
embestida insurreccional de una variopinta combinación de fuerzas en la que
confluyeron -bajo coordinación de la Embajada de Estados Unidos y la jerarquía
de la iglesia católica- sandinistas resentidos que se fueron a cobijar bajo la
bandera de las 50 estrellas, lumpen y delincuentes, empresarios a los que las
pingües ganancias obtenidas en los últimos años gracias a la estabilidad y el
éxito del proyecto sandinista le parecían ínfimas para sus deseos de fortuna
infinita, sin importar el costo y al que en un primer momento, se sumaron
sectores sandinistas descontentos por errores cometidos. Fueron tres meses
entre abril y julio en que la realidad conjeturaba el fin del gobierno
presidido por el comandante Daniel Ortega.
Sin embargo, el pueblo tuvo capacidad para reorganizarse,
resistir la embestida y bajo conducción del FSLN recuperar el control y
comenzar a estabilizar el país, no obstante, el daño hecho a la economía ha
sido letal, pasarán muchos años hasta que el país pueda volver a los índices
previos al conflicto. Todos fueron afectados y la armonía en que se vivía y que
permitía dar gobernabilidad, estabilidad, crecimiento económico y mejora en las
condiciones de vida de los más humildes se ha paralizado transitoriamente.
Hoy es duro constatar que hay amigos en el gobierno y amigos
en la oposición. Esto también puso a prueba a la izquierda, el movimiento
popular y los sectores progresistas y democráticos de América Latina que se
dividieron en su mirada sobre Nicaragua. La propaganda imperial hizo lo suyo,
haciendo que, para algunos, los errores cometidos en la gestión del gobierno y
el FSLN fueran el epicentro del conflicto. Como si hubiera obra realizada y
revolución ganada que no cometa errores. Solo quien ha participado de ellas
sabe lo que es enfrentarse todos los días a la presión y a la coacción imperial
en sociedades donde nadie, ni siquiera los dirigentes están exentos de los
cantos de sirena que vienen del norte a ofrecernos un futuro mejor bajo su
cobijo. Ilusos que llevan años diciendo que son de izquierda, muchos sin haber
ganado nada nunca en su existencia, cuyas vidas militantes han estado plagadas
de errores y no entienden que, como dije antes que 40 años después el enemigo
es el mismo.
Si los errores fueran el problema central del conflicto,
¿por qué Estados Unidos no hace nada por derrocar a presidentes ladrones como
Macri y Piñera, o a asesinos como Duque o represores genocidas como el sátrapa
de Honduras, Juan Orlando Hernández?, ¿por qué si el problema central son los
errores cometidos en el gobierno no hicieron nada contra los últimos cinco
presidentes peruanos, presos o condenados por corrupción? ¿por qué Estados
Unidos es gran amigo y apoya irrestrictamente a Bolsonaro, racista, xenófobo y
misógino confeso?
Si Daniel Ortega hubiera sido como Lenin Moreno, traidor,
mentiroso y cobarde, Estados Unidos le hubiera perdonado todo y estaría sentado
en el olimpo de los dioses junto a Trump. En esto me sigo apegando a las
enseñanzas de Fidel que Tomás Borge me recordaba cada vez que nos veíamos:
“Cuando estés confundido y no sepas donde estar, fíjate en qué lado se
encuentra Estados Unidos y ponte en la trinchera de enfrente”. Con Nicaragua,
ahí estoy y ahí estaré siempre.
Cierro con la canción “Vuelvo” de Inti Illimani que me ha
servido para recrear este sentimiento de amor por Nicaragua:
“Vuelvo al fin sin humillarme,
sin pedir perdón ni olvido.
Nunca el hombre está vencido:
su derrota es siempre breve,
un estímulo que mueve
la vocación de su guerra,
pues la raza que destierra
y la raza que recibe
le dirán al fin que él vive
dolores de toda tierra”.
sergioro07@hotmail.com
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