Las Reformas Académicas en las universidades públicas del
país, son una necesidad primordial para asumir con responsabilidad los mandatos
de la paz en curso, que comprometen constitucionalmente tres periodos de
gobierno. Investigar (Investigación), Formar (Docencia) y Extender (Extensión)
requieren con urgencia ajustes institucionales y de reorganización de
contenidos y modos de acción que aporten para construir el proyecto colectivo
de nación en paz, implementando prácticas útiles para la no repetición del
horror y para impedir el regreso a la barbarie.
Las reformas hacen parte del desafío de las universidades y
para salir del horror padecido por algunas que fueron víctimas directas de
desaparición, asesinato, estigmatización y amenazas a estudiantes, profesores y
trabajadores y que permanecieron acorraladas por la fuerza marginal de agendas
de la violencia y de la guerra.
Las reformas no son solo una fórmula de ajuste curricular
formal, son ante todo la oportunidad para recuperar el sentido, capacidad y
renovación de sus actos de creación de ciencia con conciencia social y de hacer
frente a los obstáculos que las debilitan y mantienen a merced del mercado. Las
reformas, que algunas han emprendido, tendrán que hacerse con el espíritu de
libertad de este tiempo y atender las demandas culturales y científicas de la
población no escuchada a causa del horror. Las reformas tendrán que actualizar
su misión guardando equilibrios entre la sociedad global del conocimiento y la
realidad local de profundos conflictos por desigualdad, exclusión y
discriminación.
Las universidades con raíces en el siglo XIX (como la U.N.,
UdeA., UPTC), nacieron con la misión de aportar a la configuración de una
nación independiente y de formar intelectuales que fueran la conciencia crítica
para la transformación social. A comienzos del siglo XX, hace 100 años, la
universidad en general sufrió un cimbronazo que la cambió, cuando en junio de
1918, el Movimiento de Córdoba, Argentina, promovió una reforma profunda que
las señaló de permanecer incrustadas en estructuras coloniales de modelos ajenos
y les definió un trazado en la historia y aunque muchas no lograron ser lo que
debían ser, por lo menos dejaron de ser lo que eran, atrasadas, autoritarias,
dogmáticas.
Córdoba recuperó el sentido de la Universidad critica,
comprometida con su tiempo y las demandas de sus pueblos y dejó como gran
legado la autonomía, sostenida por los pilares de docencia, investigación y
extensión, independientes y articuladas, para crear la ciencia, formar y
escuchar y atender a la gente. La autonomía la liberó de ser el apéndice del
poder político y de servir a los intereses de los poderosos y le abrió la
posibilidad para pensar con pensamiento propio, derribar muros y promover su
función social y de transformación con creatividad e imaginación.
Un siglo después, el legado de Córdoba, está presente y debe
ser un inevitable punto de referencia, aunque el mundo es otro. Los avances de
la ciencia han cambiado la vida, resuelto enigmas y conflictos que parecían
imposibles de resolver. Pero también el mundo se ha vuelto más ilegible y
peligroso, hay lugar para los derechos, pero las nuevas formas de represión
producen daños más dolorosos e irreversibles. Hay nuevas dimensiones y
múltiples maneras de interpretar y conectar la realidad y la imaginación.
Pequeños artefactos controlan la vida, el tiempo, la historia, modifican
percepciones y hacen confundir la realidad material con las cifras. Lo virtual,
las simulaciones, los performances rompen fronteras que parecían infranqueables
y dejan al descubierto que las universidades ya hacen parte de las dinámicas
del mercado de conocimiento y ahí están encerradas.
El siglo XXI, trae nuevos elementos inevitables para toda
reforma, asociados a la formación, la comprensión y el uso del conocimiento.
Los actores son los mismos, el conocimiento circula cientos de veces más rápido
por redes en las que se impone lo efímero, lo narcisista, lo escandaloso, que
hace más hurañas y ajenas a las personas y más ausentes y lejanas de resolver
la pregunta del siglo XIX, por el quien soy yo y por mi papel en el planeta. El
siglo XXI trae mundos entrecruzados, rizomas que se meten por todas las
fisuras, capitales especulativos que lo cambian y compran todo. El ímpetu de la
era tecnológica modifica rápidamente las formas de relación humana y logra que
ya ninguna totalidad sea explicable desde una sola ciencia, ni un mismo patrón
de comportamiento.
El tiempo de este siglo es atomizado y discontinuo, en
cualquier lugar y hora, se puede lograr una fórmula de paz o producir la más
ruda violencia, basta una palabra, un click, todo se vuelve perecedero. El
estudiante ya no busca a un profesor que lo eduque para el futuro (que perdió
importancia), él quiere acumular datos, resolverlo todo de inmediato, saber
para el instante, (el “internet y el correo electrónico hacen que la geografía
y la propia tierra desaparezcan” B. Chul Han, el aroma del tiempo).
Lo urgente para la universidad tendrá que ser entonces
reorganizase para circular saberes y prácticas que entreguen fundamentos,
estructuras, bases sólidas para que seres humanos concretos y contextualizados
aprendan a pensar y a actuar responsablemente conforme a los estatutos de cada
saber, en equilibrio con un humanismo, ciudadanía, ética y verdad, útil para convivir pacíficamente, tanto en el
campus de la ciencia y la cultura, como en su condición de actores en medio de
la adversidad de la realidad material, de un país en el que tres de cada cuatro
viven con derechos a medias y pobreza completa.
Cualquier reforma universitaria contemporánea, tiene que
aportar para dar el salto del odio al relato colectivo de nación en paz y antes
que respuestas hay que definir los problemas que pretende resolver, reconocer
que a nuevos problemas nuevas formas de solución, pero en contexto y en
concreto, con y para seres humanos determinados. La meta de una reforma no es
diseñar otro currículo que apenas espolvoree los viejos cubículos de las
ciencias para agregar conceptos modernos sin asimilarlos, ni aprehenderlos
(paz, ambiente, derechos, genero) y dejar todo igual o contablemente producir
cierres con sumas iguales (asignaturas, créditos, horas) sin historia, ni
significado en contexto.
El momento promete ser de quiebre para recuperar la capacidad
de interpelar las políticas trazadas desde afuera, dejar de responder a
operaciones matemáticas que integran dedicación y demanda de profesores con
estándares y recursos disponibles para ofrecer aprendizajes ajenos y
repetitivos a sus estudiantes. Es un momento de reto profundo para las
universidades, para atreverse a pensar por cuenta propia en tiempos de mezclas,
matices, diversidades y pequeños relatos capaces de trastornar lo más estable.
Es tiempo en el que hay democracias sin pueblo y pueblos sin
rumbo, que esperan de sus universidades, sus profesores y estudiantes,
respuestas y caminos para seguirlos. Es tiempo de asuntos modificables, sin
inderogables, sin cosas insalvables, ni compromisos para realizarlos de por
vida. Deja de existir el programa eterno, la formula incorregible, la verdad
única, el maestro incuestionable, el estudiante perfecto, la institución
incuestionable.
Es el tiempo de otras maneras de conectar e interconectar,
sin ciencias puras, ni duras, ni blandas, de performances que se sobreponen a
la exposición, de sonidos impuros, derechos complejos, multiplicidades,
diversidades, intersecciones, nuevas mezclas, aparatos, metodologías, economías
que controlan a la política. Es el tiempo de asumir el reto de pensar con
pensamiento propio para dejar de ser universidades subalternas.
mrestrepo33@hotmail.com
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