La propia comunidad científica mundial está perpleja respecto
de las consecuencias que podrían tener para toda la vida de la humanidad las
innovaciones producidas por la llamada inteligencia artificial. Con la
inminente consolidación de la sociedad tecnológica regida por aquellos
algorismos capaces de superar en miles o millones de veces la capacidad y
celeridad de la inteligencia humana. De esta forma es que la ciencia avizora
con mucha preocupación que todas nuestras estructuras sociales,
políticas y económicas puedan verse supeditadas a lo que “reflexionen” y
ordenen los robots y otras inventos que
ya no serán necesariamente instrumentos al servicio de la persona humanas sino,
por el contrario, terminen suplantando nuestra voluntad y libre albedrío.
Cuando uno lee lo que connotados especialistas están advirtiendo en sus
escritos, como el profesor Yubal Noah Harari, descubre con horror cómo nuestros
gobiernos, parlamentos y universidades se mantienen sumidos en los
conocimientos del siglo que ya se fue y se muestran completamente incapaces de
imaginar, siquiera, lo que viene, a fin de reaccionar a tiempo frente a los
riesgos del desarrollo tecnológico. Si en el pasado a los ideólogos, filósofos
y cientistas sociales los apreciábamos sensibles a los acontecimientos como la
revolución industrial y otros, hoy los
vemos muy rezagados al respecto. Pero,
lo más grave, inmersos en querellas tribales, superfluas e inconducentes.
Si lo ideales del liberalismo y la democracia parecieron ponerle fin a los regímenes autocráticos y a las
dictaduras, justamente la inteligencia artificial pudiera acabar ahora con las
prácticas del libre mercado y el derecho de los ciudadanos a escoger
soberanamente a sus representantes. Así como ya tenemos algorismos que vigilan
todas nuestras decisiones económicas y nos predisponen para el consumo de
determinados productos, sin siquiera necesitarlos efectivamente, estaría
próximo el día en que desde los computadores de un grupo de los más poderosos
del mundo se pueda decidir la suerte política de nuestros países.. De esta
forma no sería raro que los Trump y otros personajes pudieran ser impuestos por
los mecanismos reguladores de la
inteligencia emocional que es, en
definitiva, la que explica muchas de las más grandes y extrañas decisiones
actuales como el Brexit, las guerras que asolan constantemente a la humanidad o
la insensatez del consumismo depredador.
Si las derechas fueron tradicionalmente las que asumían el
conservadurismo, la necesidad de oponerse a los cambios y conjurar la justicia
social, las izquierdas eran las que se preocupaban de cuestionar los sistemas
imperantes, promover los cambios y avanzar hacia la equidad social. Sin
embargo, en la actualidad lo que más se descubre en los sectores “progresistas”
es su entreguismo, su conversión a las ideas neoliberales y la práctica de la
democracia acotada o “representativa”. Incluso las convicciones de Marx del
siglo XIX parecen ahora muy extremas para no pocas expresiones socialistas de nuestro país y del mundo.
Aunque todavía se le rinden homenajes a Salvador Allende, a
la revolución cubana y a los caudillos del África que llevaron a la emancipación de tantas naciones, la
verdad es que éstos han devenido en la más completa hipocresía. Cuando en
realidad muchos de los más rebeldes
jóvenes de antaño hoy se solazan en parlamentos de un régimen político como el
nuestro, regido por la Constitución de Pinochet, el ultra neoliberalismo y la
impasibilidad frente a la corrupción de nuestros gobernantes e instituciones
llamadas republicanas. Y, para
colmo, habiendo logrado buenas
correlaciones de fuerza en el poder legislativo, finalmente se rinden a las
dietas parlamentarias y al ejercicio de la política mediática, a las ambiciones
personales y querellas internas digitadas por los publicistas del sistema que
les conviene para que nada cambie realmente.
Poderes que ni siquiera le temen, como antes, a la explosión
del descontento social, en la idea que éste puede ser neutralizado fácilmente
por las policías y las fuerzas armadas que hoy hasta hacen uso de drones para
identificar los rostros de los rebeldes y pueden atentar contra los líderes
políticos y sociales que les resulten incómodos. Sumando a ello el control de
las redes sociales, donde la calumnia, la delación y otras lacras pueden
manipular con cierta facilidad la conciencia de los ciudadanos. Reconvertidos,
por desgracia, en meros consumidores y
cada vez más lejos de la sociedad del conocimiento y la posibilidad de influir en su destino. La
ciencia también vaticina que la caída del capitalismo podría ser posible con el
colapso de nuestro medio ambiente, más que por la crítica lúcida y la acción
decidida de los dirigentes o políticos conscientes.
Vaya que resultaría importante, entonces, que los partidos
políticos y otras entidades pudieran sacudirse rápidamente de sus inercias y, en este sentido, se propusieran marcar
rumbos, como advertir los riesgos que, además de sus innegables logros, entraña
esa inteligencia artificial que ya
convive inmersa e infiltrada en nuestro
devenir histórico. Cuando todavía los pueblos están a tiempo de comprender los
riesgos del calentamiento global, el uso del plástico y el consumo chatarra
hasta en los recetarios de la medicina. Cuando la salud, por ejemplo, que nos
parecía un derecho fundamental, es
completamente manipulada por los laboratorios inescrupulosos y los médicos
abyectos rendidos a sus millonarias lisonjas. Una inaudita realidad que nos
habla del inmenso avance experimentado para prevenir y sanar enfermedades, pero
también para convertirnos a todos en enfermos y conejillos de indias
dependientes de las drogas y medicamentos. En la idea de que valemos más para
el negocio farmacéutico alargarnos artificialmente la vida. Sin importarle
nuestra dignidad.
En muy probable que la desafección progresiva de nuestros
pueblos por la democracia, tenga que ver con un desincentivo programado por los medios de comunicación y los grandes
grupos fácticos mundiales y nacionales. Que están dando con los algorismos que
lleven a la humanidad a ser digitada en sus conductas y una forma de vida de la
que se beneficien todavía menos habitantes del planeta. En que todos podamos
“convertirnos en minúsculos chips dentro de un gigantesco sistema de
procesamiento de datos”, como lo advierten los más visionarios científicos. Si
confiamos más en que la inteligencia artificial tome decisiones por nosotros
respecto de qué productos adquirir, qué películas ver, por ejemplo. Entregados
a empresas como Google, erigida en el Vaticano del mundo actual. A la cual se
rinden unidas las izquierdas y derechas del mundo para ser todas
definitivamente vencidas, si es que no
toman conciencia de lo que viene y de la posibilidad de que nuestra
inteligencia y libertad se sometan a un poder
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
Parece que los "gobiernos de izquierda" desprecian la prédica ecológica, mas allá de la creación de sus "ministerios" respectivos, baste ver las legislaciones como un ente de "papel". Es de esperar que los gobiernos de izquierda favorezcan las importaciones de productos agrícolas NO TRANSGÉNICOS y prefieran también los que provienen de cultivos orgánicos.
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