Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez:
Las cifras igual que los muertos, los caminos o el curso de
los ríos cuentan cosas, tienen historias. Así ocurre con los datos de la
desatención en salud, precarización del trabajo, des financiación de la
educación, ejecuciones legales y extralegales y el hambre y la miseria que
ponen al descubierto una política de exterminio forjada en el largo plazo sobre
gente marcada como prescindible, sobrante, que sin saberlo saca a la luz la
desigualdad y el déficit democrático. Con la reciente dictadura que avanza con
un discurso de poder que suma odio con leyes de venganza, nada cambiará y
Colombia tenderá, a menos que haya un colapso estructural, a seguir siendo
anunciada como “Un país entre el hambre y el desperdicio de comida”. (Título de
un informe periodístico del tiempo.com, oct 2018), que señala que “150
indígenas colombianos y venezolanos” desde hace dos años se alimentan de
residuos que disputan con chulos y ratas en el basurero de Puerto Carreño.
Es el hambre que no reconoce fronteras, y permanece a la
vista del mundo, como lo repasa el film “La Pesadilla de Darwin” donde en el
áfrica (como aquí) la guerra produjo hambre donde había paz y abundancia y a
los nativos pescadores les quedo sacar del basurero las espinas sin carne del
pescado. Son 815 millones de gente con hambre en el planeta y aunque la comida
alcance para alimentar dos veces a la población entera, hay un genocidio del
que son responsables los detentadores del poder y la riqueza.
El hambre en Colombia existe. La padecen 3.2 millones de
personas sin seguridad alimentaria. Son cerca del 7% de población,
subalimentada, con privación crónica de alimentos (FAO), que aprendieron a
sobrevivir mientras las viejas armas se comían el presupuesto de su alimento y
las nuevas amenazan con comerse las oportunidades de niños, jóvenes y viejos.
Adicionalmente la opulencia de pocos desperdicia 300.000 toneladas diarias de
comida, suficientes para alimentar a ocho millones de este país y del país
hermano.
La clase política, ante la indignante cifra del hambre,
padecida “en democracia”, no intenta siquiera atacar el problema de fondo promoviendo
límites al enriquecimiento que la provoca, si no que anuncia tramitar una ley
que prohíba desperdiciar la comida. Algo similar, inútil y despreciable,
ocurrió en 1918 con un decreto que prohibía la mendicidad en Bogotá, sin la
menor preocupación por cambiar las condiciones que provocan el fenómeno. Los
nazis, igual de audaces, crearon ghetos con judíos y luego organizaron paseos
para convencerse que matarlos por hambrientos era la solución. La trampa del
poder es convocar a mirar a otro lado, y tratar solo con paliativos las
consecuencias sin el menor acercamiento a las causas.
Son 3.2 millones de hambrientos en Colombia, cifra
suficiente para cuestionar los anuncios de avance en democracia, inclusión y
respeto a los derechos. La cifra pone de relieve que la solución a problemas
endémicos, convertidos a violencias contra la niñez, es orientar la política a
tratar las causas y crear condiciones de garantía y protección, que justamente
el gobierno no asume porque es ideológicamente contrario a las soluciones
requeridas. No promueve paz, equidad, ni eliminación de las barreras de
discriminación y exclusión que producen hambre, miseria y violencia contra los
débiles, porque su poder responder no al interés ciudadano si no al de mafias y
partidos comprometidos con corrupción y criminalidad, que no demandan nada
distinto, que no sea en beneficio propio.
En lo corrido del siglo XXI las estructuras de desigualdad
han permanecido estables, con insignificantes cambios en las desalentadoras
cifras de una realidad que no se resuelve con discursos de odio, populismo
punitivo, ni las salidas de guerra que pretenden acabar el hambre con balas y
la marginalidad alistando soldados. El 10% de niños padecen desnutrición
crónica que afecta su presente corporal e intelectual y el futuro propio y del
país; 2.5 millones de niños tienen algún tipo de limitación especial de
carácter cognitivo, sensorial o motor por el que son discriminados y; más de
35.000 niños son explotados sexualmente por mafias que lavan sus ganancias en
la economía legal; otros 35.000 (o quizá parte de los mismos) pasan la mayor
parte de su tiempo y de su vida en la calle y fueron y siguen siendo
maltratados y humillados y; del millón de niños que fueron desplazados forzados
durante la última década del siglo XX no hay rastro (Datos de Unicef, la niñez
en Colombia).
Al agrupar los datos la realidad resulta todavía más
crítica, porque no hay interés expreso del estado por ofrecer garantías de
solución mediante el acceso a bienes materiales para superar carencias conforme
a la universalidad que exigen los derechos para todos. Las cifras reales
(distan de datos formales que cambian metodológicas para maquillar informes) y
su tendencia es similar en la década con un promedio de 14.5 millones de
personas en condiciones de pobreza y 4.5 millones en indigencia.
En el todo de desigualdad 10 millones de personas (una de
cada cinco) son las víctimas del conflicto armado, a las que el No del
plebiscito por la paz les arrebató la posibilidad del pleno reconocimiento
de personas con derechos y otra vez son
negadas, re victimizadas, porque el gobierno se opone a la paz conquistada. De
entre las victimas más de 7.5 millones son desplazados forzosos, que huyen, no
van en grupos por las carreteras porque los matan, se camuflan en cordones de
miseria, aprenden a sobrevivir como invisibles.
Otros tantos excluidos y hambrientos “sobreviven” en
alcantarillas, arboles, andenes, plazas, parques, botaderos de escombros o en
basureros. Solo en Bogotá son más de 10.000, “habitantes de calle”, en la
miseria total, absoluta, sin sueños ni esperanzas, sin sentido de realidad,
expuestos a la vida biológica, sin nada, sin agua, ni comida, ni ducha, ni
letrina, sin lavarse los dientes o usar desodorante, sin intimidad, sin prendas
de vestir. Seres que cada vez que respiran contradicen las teorías de la
capacidad del cuerpo humano para resistir y de la mente para existir como
sobrevivientes. Son colombianos, hombres y mujeres, sin patria, ajenos,
marginados, no están locos, ni todos son drogadictos, ni ladrones, ni
potenciales violadores, son gente despojada a la que el sistema de poder en su
codicia e indiferencia extirpó su humanidad.
El gobierno y los
beneficiarios del poder del estado y de la riqueza del país, no se conmueven
con estas cifras, no están en sus cuentas, ni su programa de gobierno,
solucionar esta realidad no ocupa su interés, ni saciar el hambre ajena les
mejora sus ingresos, sin ellos se quedarían sin con quien experimentar juegos
de guerra de verdad, sin su cantera de pobres, hambrientos y víctimas no
tendrían asegurado su futuro. Las cifras muestran el desmantelamiento del
estado social, porque del estado de derecho queda muy poco. La verdad oficial
es montada con falsificaciones, ofrece leyes donde se necesita comida y entrega
odio donde debía florecer la paz. Los medios de comunicación y en especial la
televisión privada que vive del estado, se encarga de controlar las mentes
ciudadanas distrayendo, mintiendo y creando ficciones para adormecer y ocultar
a los responsables de toda o casi toda la desgracia, que es cambiada por
histeria y odio hábilmente hoy conducido por el partido de gobierno (C.D) que
en lo corrido del S.XXI ha moldeado a su antojo
a la opinión y convertido al país en el rehén de sus desvaríos y sueños
de poder absoluto y total de dictadura en democracia.
P.D. El 10 de
octubre, con las universidades en la calle, comienza una era de nuevas y seguramente indetenibles movilizaciones
sociales por la reconstrucción del estado social y de derecho y el respecto a
los pactos de derechos, para avanzar a una sociedad en paz, libres de mafias y
corrupción en el control de la vida y del país.
mrestrepo33@hotmail.com
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