viernes, 5 de octubre de 2018

Una Historia Negra De La Ciudad De México


Por Erubiel Camacho López:

A través de los siglos, la historia negra o criminal de la Ciudad de México puede brindar un reflejo mucho más fiel de la sociedad capitalina —sus atavismos, fobias, estallidos sangrientos—, como lo documentan estas páginas. Pobreza, desigualdad y violencia han sido los detonadores principales de este “enorme retablo de personajes e historias bañados en sangre —señala J. M. Servín—, cuyo fondo casi siempre son los usos del poder y su presencia trágica sobre las mil caras de la muerte”.
El país estaba infestado de bandidos, de manera que no se podía salir ni a los caminos ni andar en las ciudades pasadas ciertas horas de la noche sin ser atacado, robado y no pocas veces, asesinado.
 Manuel Payno: “El tumulto de 1624”, El Libro Rojo

Ninguna ciudad puede palpitar ni entenderse sin su historia negra, sin sus tragedias cotidianas y pasiones turbulentas. La capital del país no es la excepción. Una historia de la delincuencia y su narrativa es una historia de la ciudad y sus habitantes. En muchas ocasiones, esta historia tiene más lustre que la oficial, la de los próceres y las gestas heroicas. Las ciudades legendarias de la modernidad están marcadas por sus hechos delictivos y sus personajes criminales: Chicago, Los Ángeles, Nueva York, París, Londres. En los años que siguieron a la independencia de España en 1821, la violencia y el crimen marcaron el crecimiento del país. La insurgencia y la reacción realista, aparte de devastar la economía, provocaron inestabilidad, levantamientos militares, guerras civiles e invasiones extranjeras (Estados Unidos y Francia). Por cierto, el famoso “coctel Margarita” podría tener su origen en el aguardiente endulzado que servían las suripantas de los burdeles que visitaba el ejército gringo en la capital del país. A todas las llamaban “Margaritas”.
I
A partir de El Libro Rojo, crónica negra de los crímenes y escándalos sangrientos que marcaron la conflictiva relación entre gobernantes y gobernados en México, sobre todo en la capital, la vida, la muerte, el amor y el odio siempre han estado de remate. El Libro Rojo, obra fundamental, subtitulada Hogueras, horcas, patíbulos, martirios y sucesos lúgubres y extraños acaecidos en México durante sus guerras civiles y extranjeras, escrito por Manuel Payno, Rafael Martínez de la Torre y Vicente Riva Palacio y publicado en 1847, documenta con buena pluma y vocación reporteril, mucho antes de los tiempos del Nuevo Periodismo, los horrores de la violencia en México a partir de la llegada de los conquistadores españoles hasta la época de la Reforma.

Si pensamos en términos de historia popular, el registro documental de testimonios, crónicas y reportajes de nota roja, o de “justicia” para la corrección política, es tan rico y muchas veces más estremecedor y entretenido que la crónica de la historia oficial (de cualquier modo teñida de rojo).
Ya Manuel Payno señalaba en 1845, refiriéndose a Estados Unidos, algunas de las causas de la criminalidad que aquejaba a ese país y que bien aplican al México de cualquier época:
Dejando a un lado los instintos dañados y la predisposición de ciertos hombres para la maldad y el delito, debe siempre, cuando se pretende juzgar a una sociedad entera, indagar las causas que en lo general pueden influir más o menos en la criminalidad. Pueden fijarse en mi juicio estas causas de la manera siguiente:

1.            Por crímenes cometidos por la influencia de las costumbres y hábitos de un pueblo.
2.            Crímenes cometidos por causa de los defectos y vacíos de las leyes.
3.            Crímenes cometidos por los males sociales.
La intensa actividad criminal desde entonces ha vuelto célebre a la capital como una necrópolis fascinante y temible para propios y extraños:
             El 23 de octubre de 1789 la acaudalada familia Dongo, compuesta por once integrantes, es masacrada en su domicilio de la calle de Cordobanes por dos sujetos que entraron a robar.
             La matanza de la Ciudadela en 1871: ejecuciones a quemarropa de parte del ejército juarista hacia los rebeldes golpistas cuando la revuelta ya estaba controlada.
             1874. Asesinato de la calle de San Agustín, hoy República de Uruguay. Un obrero mata por accidente al famoso abogado Manuel Bolado. El homicida fue defendido por Guillermo Prieto (sí, el de “los valientes no asesinan”). Violencia, pobreza y desigualdad es la tríada maldita de este país. Son el hilo conductor de la historia nacional. Desde los tiempos prehispánicos hasta nuestros días, el país (y la capital en un primer plano) ha sido marcado por épocas catastróficas (y catastrofistas), a causa de las diferentes conflagraciones y luchas sociales que han propiciado turbias manifestaciones de delincuencia común, producto de una peculiar estructura social que se desenvuelve en una difusa frontera que divide los márgenes de lo proscrito, la impunidad, la discriminación y la corrupción como uso y costumbre. La Ciudad de México es, sobre todo, un enorme retablo de personajes e historias bañados en sangre cuyo fondo casi siempre son los usos del poder y su presencia trágica sobre las mil caras de la muerte.

La cotidianeidad, los intereses y pasiones de las diferentes épocas en la capital han sido registrados minuciosamente a través de libros imprescindibles como el ya mencionado Libro Rojo y su continuación en cuatro tomos publicados por el Fondo de Cultura Económica en años recientes. Como bien menciona Josu Landa en su prólogo al Libro rojo. Continuación, tomo ii (fce, 2011), lo que finalmente metaboliza las secuelas del crimen es su transformación en mito, en literatura.

Ni el asesinato ni el crimen son una de las bellas artes, pero sí tienen un enorme valor como combustible para autores incendiarios que han buscado, mediante la historia negra de la Ciudad de México, narrar el lado más cruento de una sociedad. Una larga tradición de crónicas y reportajes publicados en tabloides y revistas especializadas, en libros de ficción y no ficción, registran la historia de una ciudad que sin sus crímenes y sus delincuentes célebres, no podría ser entendida. El crimen como leitmotiv nutre de historias la obra monumental de la Ciudad de México. Los delitos más comunes, predatorios, es decir, agresión y hurto, acaparan la atención de los lectores de finales del siglo xix.

Ya desde entonces la delincuencia era un problema para los habitantes de la Ciudad de México. Los hogares capitalinos eran despertados por gacetas callejeras y pregoneros que informaban a gritos de los “terribilísimos crímenes” del momento: Francisco Guerrero El Chalequero es el primer asesino serial mexicano, cuyos homicidios de prostitutas lo volvieron célebre en los umbrales del siglo XX. Su apodo viene de la expresión popular “a chaleco”, o sea a la fuerza. Degollaba a sus víctimas con habilidad de cirujano luego de forzarlas a tener relaciones sexuales. En algún momento se llegó a decir que era el Jack el destripador mexicano. El Chalequero es el primer delincuente mediático en la historia del país.

La criminología positivista de la época, encabezada por el renombrado internacionalmente Cesare Lombroso y el francés Gabriel Tarde, destacaba la influencia del medio social; sus contrapartes mexicanos priorizaban la herencia. Creían que las características fisionómicas, psicológicas y culturales distinguían a los criminales del resto de la población. A partir de este credo, la prensa y la policía mexicanas trataban a los criminales como un grupo claramente identificable. Al hacerlo, la criminología y la penología unificaron al “crimen”, construyéndolo como un fenómeno urbano, propio de la naciente modernidad. A decir de Pablo Picatto en Ciudad de sospechosos: Crimen en la Ciudad de México 1900-1931, con la inauguración en 1900 del penal federal de Lecumberri, en San Lázaro, comienza la época más agresiva de castigo autoritario en la historia del país. La capital del país se convierte así en la “interzona”, como la llamó William Burroughs durante su estancia en México: la incubadora de todas las patologías sociales modernas.

II
Quizá la mayor herencia del Porfiriato y la Revolución es la acelerada transformación del país, marcada por la presencia del crimen escandaloso en los inicios de la modernidad mexicana cuyo epicentro es la Ciudad de México. Las utopías de un nuevo orden social arropado por la industrialización se ven eclipsadas por las tragedias y hechos delictivos que se convierten en parte de la cotidianidad del país, sobre todo de la capital. Una población que en su mayoría es víctima de sus propios miedos, angustias, pasiones y ansiedades, estimulados por la era de las máquinas. La abundante circulación de armas de fuego, la amenazante multiplicación de automóviles y el surgimiento de bandas organizadas de ladrones (“La banda del automóvil gris” es la más conspicua: con ella, los militares medran desde ambos frentes: la ilegalidad y la “ley”) hicieron de la criminalidad urbana un continuo dolor de cabeza para las autoridades. El cuerpo colapsado y desmembrado debido al choque con las tecnologías nuevas.

Es quizá José Guadalupe Posada quien, aprovechando nuestra tradición de comicidad sádica, representa mejor este conflicto cultural y religioso. Se establecen colonias elegantes (Santa María la Ribera, Roma, Condesa, Juárez), se construyen modernos edificios, lo cosmopolita como oropel. Una ciudad que crece desordenadamente en medio de profundas desigualdades y una población difícil de controlar. Tepito es el purgatorio de los más miserables y también el “rincón de los milagros” capitalino. Criminales y sus víctimas son tolerados o controlados a partir de criterios eugenésicos, lombrosianos y de estereotipos sociales (el pobre siempre es propenso a delinquir; el rico comete delitos pasionales para salvar su “honor”; el pobre mata por sus “bajos instintos”).

El país del pensamiento mágico, de la tragedia histórica y de las tradiciones y leyendas escalofriantes enfrentado a la fría presencia destructora de la máquina industrial. Asesinatos, magnicidios, crímenes pasionales, de odio, linchamientos, motines carcelarios, robos. Atropellados por flamantes automóviles, mutilados en accidentes fabriles, por las ruedas del tren o el tranvía. Muertes por arma de fuego y a cuchillo limpio, muchas, entre la plebe. El suicidio de los hijos de Íñigo Noriega (uno de los empresarios más ricos del país y promotor del golpe de Estado contra la presidencia de Francisco I. Madero), “La banda del automóvil gris” (ex militares asaltantes amparados por el gobierno de Carranza), el asaltante El Tigre de Santa Julia (que pasaría a la posteridad porque fue atrapado mientras defecaba y dejara su mote como sinónimo de quien es sorprendido en un momento de apuro), o el homicida y asaltante Alberto Gallegos Sánchez, atrajeron el miedo y el humor cruel de la sociedad capitalina en los albores del siglo xx. El 17 de abril de 1929, Luis Romero Carrasco, de 21 años, asesina a sus dos tíos, a dos sirvientas (una anciana y una niña de diez años) y para no dejar testigos, también mata al perico. Sus abogados alegan que padece manías alucinatorias. Se le condena a muerte y de camino a las Islas Marías se le aplica la ley fuga. José Revueltas narra el episodio en Los muros de agua. En 1932 es asesinada en su domicilio de Insurgentes Jacinta Aznar, Chinta para los cercanos. Muere a tubazos, el motivo: robo. El caso no tiene nada de extraordinario pero por alguna razón sobrevive en la memoria negra de la capital.

El 5 de abril de ese mismo año, en el Salón Bach de la calle Madero muere de un balazo Guty Cárdenas, el gran trovador del momento: pleito de cognac y celos profesionales con otro bohemio de menor fama.
La delincuencia como práctica común de la población urbana. Criminal o ciudadano, vicios populares o virtud. Atraso o modernidad Pese a todo, la Ciudad de México en algún momento hizo honor a su nombre de la muy Noble y Leal Ciudad de Los Palacios. “La región más transparente” por momentos parecía menos áspera y con una enorme capacidad de asombro ante algunos crímenes y criminales espeluznantes en las décadas de 1940, 50, 60 y 70: el homicida Luis Romero Carrasco; el estrangulador y primer icono pop surgido de la nota roja, Goyo Cárdenas; el homicidio por robo de los hermanos Villar Lledías; Felicitas Aguillón, La Ogresa (abortera de damas de sociedad avecindada en la colonia Roma); el legendario asaltante Fidel Corvera Ríos (quien hizo de su fuga de la policía el noir que Hollywood aún no filma); el homicida Robert Corenevski, King Kong; el asesinato de Trotsky en Coyoacán a manos de Ramón Mercader; el actor Ramón Gay, asesinado a balazos en la colonia Cuauhtémoc cuando acompañaba a su domicilio a la actriz Evangelina Elizondo (el marido se asume cornudo, delito pasional infundado: Gay era gay); Joan Vollmer, quien muere de un tiro en la frente por parte de su marido, un gringo homosexual y drogadicto: William Burroughs, en la colonia Roma (Burroughs sale bajo fianza de su encierro de catorce días gracias a los oficios del abogángster Bernabé Jurado, epítome de la idiosincrasia priísta que encuentra en los penalistas a una grey de sujetos corruptos y peligrosos; “cultor de la impunidad”, como lo llamaría Carlos Monsiváis, Jurado se suicida en 1980 en un penthouse de la Zona Rosa luego de balacear a su esposa); la masacre de 1968 en Tlatelolco; la fuga de Kaplan del penal de Santa Marta; el “jueves de Corpus” o el nieto homicida del político nayarita Gilberto Flores Muñoz y su esposa, sacudieron por enésima ocasión las emociones y el morbo de la sociedad de aquellos años.

El siniestro jefe de la policía capitalina, encumbrado por su amigo y jefe José López Portillo, Arturo Durazo Moreno, es el epítome de la corrupción y el delito flagrante desde las entrañas del poder priísta. Recordemos “La matanza del río Tula” en 1982, donde son ejecutados trece narcotraficantes y asaltabancos colombianos y un taxista mexicano, ordenada por el entonces jefe de la policía y ejecutada por su lugarteniente a cargo de la temible DIPD (División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia), Francisco Sahagún Baca, compositor de boleros olvidables en sus ratos libres. Se presenta oficialmente la alianza entre narcotráfico y corrupción policiaca. El caso, denunciado por el periodista Manuel Buendía, el más leído del país por sus investigaciones de corrupción y crimen organizado, pone a éste en la mira de sus homicidas, quienes lo ejecutan afuera de sus oficinas en la colonia Juárez el 30 de mayo de 1984.

Elipsis temporal: la única figura verosímil del detective famoso en México se llama Valente Quintana, y es personaje del policíaco real y no de la ficción. El policía investigador de Ensayo de un crimen, de Rodolfo Usigli, y Filiberto García, el célebre matón con ínfulas detectivescas de El complot mongol, están inspirados en Quintana, a quien a finales de la década de 1920 se le encomienda investigar casos como el de José de León Toral y la Madre Conchita, perpetradores del asesinato del presidente Obregón, y acosar a personajes incómodos como Tina Modotti. Quintana funda una “academia de detectives” digna del Londres de Sherlock Holmes y no de la Ciudad de México, donde el hampa y la policía son uno mismo.

III
“Soy producto de México”, diría el exluchador, proxeneta y ‘matacuras’ Pancho Valentino en una carta exculpatoria que envió a la policía del Distrito Federal antes de ser aprehendido en 1957.
La densidad de ciertos crímenes trasciende al paso del tiempo y se convierte en marca de agua de la historia de la Ciudad de México. La capital del país se derrumba y reconstruye continuamente con los materiales que proporciona el delito. El desordenado crecimiento de la ciudad genera enormes espacios deshabitados, ideales para el robo, la ejecución, el secuestro, la violación, el sexo furtivo, las riñas pandilleriles, para ser atacado por una jauría de perros callejeros, tirar un cuerpo o dos o muchos. Lo mismo da. Si la oportunidad hace al ladrón, la capital es la tierra de las oportunidades para cualquier clase de delincuente. La urbe se moderniza y precariza en siniestra simbiosis, engendra monstruos y pierde inocencia. La Ciudad de México será recordada por sus delitos, no por sus palacios. A vuelapluma, algunos de los constructores del mito posmoderno de la ciudad negra a partir de la década de 1980 hasta nuestros días:

1980.     El burócrata Víctor Rodríguez Becerra, jefe de compras de la Secretaría de Programación y Presupuesto, prende fuego con un tambo de gasolina al cabaret Casino Royal, ubicado en Insurgentes y Pensylvannia. Hay 250 personas, mueren 12 personas, entre ellas mi hermano y un primo. El siniestro se produce luego de que los meseros del local corren a Rodríguez por armar escándalo a la hora de pagar la cuenta.
1981.     Alfredo Ríos Galena, asaltabancos y Elvira Luz Cruz La fiera del Ajusco, quien mata a sus cuatro hijos. El primer narcoasesinato en la historia del país ocurre en la Ciudad de México contra el periodista Manuel Buendía en 1984, planeado por el entonces director de la Dirección Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez. Se dice que cada ciudad tiene la policía que se merece. Saquemos conclusiones.
1983-1984. Secuestran a la bailarina Nellie Campobello, muere años después y la inhuman clandestinamente.
6 de mayo de 1989. Adolfo de Jesús Constanzo conocido como El padrino de Matamoros y líder de “Los Narcosatánicos”, cae abatido por su cómplice Álvaro de León Valdéz El Dubi, cuando la policía les tiende un cerco en su departamento en el número 19 de Río Sena, en la colonia Cuauhtémoc; momentos antes, durante el feroz tiroteo, Constanzo había tirado desde el balcón dólares incendiados al tiempo que gritaba “¡Tomen, muertos de hambre!”. El Dubi y Sara Aldrete, “sacerdotisa” del clan, son detenidos en el lugar de los hechos.
La Ciudad de México entra en la era del narcotráfico, el sicariato y los asesinos seriales como personajes mediáticos:

1994.     En la calle de Lafragua, cerca de Reforma, balacean al secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu. Es el primer caso del que se tenga memoria en que la autoridad haya recurrido a videntes y brujos para resolverlo y, de todas maneras, fracasa.
1998.     Captura del secuestrador Daniel Arizmendi El Mochaorejas.
1999.     Paco Stanley, el famoso conductor de televisión, cae acribillado dentro de su camioneta por un conflicto de drogas afuera de la taquería El Charco de las Ranas, en Periférico, cerca de las instalaciones de TV Azteca.
2000.     En octubre se quema la discoteca Lobohombo en la avenida Insurgentes, perímetro de la colonia San Rafael. Trescientas personas mueren calcinadas. Las salidas de emergencia estaban bloqueadas.
2001.     La abogada y activista Digna Ochoa muere en su despacho de la colonia Roma por un disparo en la cabeza. La versión oficial asegura que se suicidó.
2002.     Orlando Magaña asesina a los siete integrantes de la familia Narezo Loyola, en su domicilio de Tlalpan. Eran sus vecinos.
2004.     Tres policías son linchados en San Juan Ixtayopan, Tláhuac, acusados de secuestrar niños. La televisión transmite en vivo el linchamiento. Reality show extremo, acorde con el tiempo mexicano. Uno de los policías sobrevive. 2005. Un joven de oscuro pasado llamado Hugo Alberto Wallace, supuestamente es secuestrado y ejecutado en un departamento, pero su cadáver jamás aparece. Su madre, Isabel Miranda de Wallace, inicia una agresiva campaña para detener a los presuntos asesinos.
2006.     Juana Barraza Samperio, La Mataviejitas, la homicida en serie más contundente de la historia mexicana, es capturada por azar tras ejecutar a su última víctima en la colonia Moctezuma. Oficialmente se le adjudica la muerte de 48 ancianas. Purga una condena de 470 años.
2007.     El Caníbal de la Colonia Guerrero, José Luis Calva Zepeda, con aspiraciones de escritor, destaza a su novia y guarda los pedazos en su departamento. Hay más víctimas. Lo capturan cuando cocinaba un trozo de carne y muere en prisión poco después, por un supuesto suicidio.
2008.     Bombazo en la colonia Roma. Juan Manuel Meza Campos El Pipen muere cuando estalla en sus manos un artefacto explosivo, con el que pretende asesinar a un jefe policiaco. Lo acompaña su novia, Tania Vásquez Muñoz, quien resulta herida de gravedad.
En junio, doce jóvenes mueren aplastados y asfixiados dentro de la discoteca News Divine en la delegación Gustavo A. Madero debido a un torpe operativo policiaco que impide a los muchachos salir de la discoteca.
2009.     Luis Felipe Hernández Castillo: Tras realizar una pinta en la pared de la estación del metro Balderas (donde Rockdrigo dejaría embarrado su corazón, antes de morir sepultado en el terremoto de 1985), mata a tiros a un policía y a un hombre que intenta detenerlo. Luego se atrinchera en un vagón hasta ser sometido por la policía.
Los luchadores enanos Espektrito II y La Parkita mueren en un hotel cercano a la Plaza Garibaldi, envenenados por dos prostitutas integrantes de la banda de “Las Goteras”.
2010.     José Covarrubias, El Filicida de Tepito, mata a sus dos hijos y después finge un secuestro. Para apoyarlo, sus vecinos realizan marchas de protesta contra el gobierno y cometen actos vandálicos en el barrio, antes de que Covarrubias confiese.
2011.     La actriz negra Julia Marichal es asesinada y descuartizada en su departamento en la delegación Magdalena Contreras, a manos de su asistente. Sus restos aparecen flotando dentro de una cisterna.
2012.     César Armando Librado Legorreta, El Coqueto, chofer de microbús, secuestra, viola y asesina a varias pasajeras. Abandona los cadáveres en plena calle, uno de ellos frente a la Secretaría de Gobernación. Es detenido, se fuga del ministerio público donde ha sido consignado y vuelve a ser capturado.
2013.     Javier Méndez Ovalle, El Descuartizador de Tlatelolco, joven estudiante ganador de varios premios internacionales en Física, mata y descuartiza a una chica dentro de su departamento. Huye de la policía por meses hasta su captura en Oaxaca.
En mayo, trece jóvenes son secuestrados dentro de la discoteca Heaven, de la Zona Rosa. Sus cadáveres fueron encontrados en una fosa común. Se presume un ajuste de cuentas entre bandas de narcotraficantes de Tepito.

2015.     El cadáver de una bebé es encontrado dentro de una maleta en la calle de Berlín, en la colonia Juárez. La niña fue violada y desnucada. No es identificada y su cadáver permanece hasta hoy en el semefo.
El asombro, hoy, se ha convertido en cinismo, en miedo soterrado, en un señalamiento hacia el otro, sospechoso de ese delito que llevamos como sombra; como diría José Revueltas, vivimos con una sensación de horror diferido, es decir, un horror a punto de ser, ese horror por anticipado que nos convierte en posibles víctimas de la delincuencia, de la tragedia, del horror mismo.

La madrugada del viernes 31 de julio de 2015 fueron ejecutadas cinco personas: el fotoperiodista Rubén Espinosa, la activista Nadia Vera, una joven maquillista identificada como Yesenia Quiroz, la colombiana Mile Virginia Martín y una empleada doméstica, Alejandra Negrete, dentro de un departamento en la colonia Narvarte, ubicado en la calle de Luz Saviñón. Son capturados los presuntos homicidas pero el caso queda envuelto en una bruma oscura de dudas y sospechas sobre los móviles reales de un aparente ajuste de cuentas entre narcotraficantes.

“El multihomicidio de la Narvarte” confirma la sospecha histórica (más fehaciente que la “verdad histórica”) de saber que en la Ciudad de México, en cualquier momento, nos convertimos en víctimas de otro crimen sin resolver.

erubielcamacho43@yahoo.com

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