Por Leonardo Boff*:
Nunca en nuestra historia estuvimos situados ante una
alternativa tan radical: el ex capitán candidato a la Presidencia, Jair
Bolsonaro, que se presenta con todas las características del nazi fascismo que
causó millones de víctimas en Europa en la Segunda Guerra Mundial, y enfrente
Fernando Haddad, al que no se le puede negar espíritu democrático. Bolsonaro
mismo declaró que no le importa ser comparado a Hitler. Se ofendería si lo
llamasen gay.
Cometió muchas barbaridades contra las mujeres, los negros,
los indígenas, los quilombolas, los LGBT haciendo incluso apología abierta de
notorios torturadores. Dejó claro en declaraciones inescrupulosas que pretende
imponer una política represiva contra esos grupos como política de Estado. No
sorprende que tenga el más alto rechazo en las encuestas de intención de voto.
Entendemos su resonancia pues no son pocos los que quieren
orden en la sociedad a cualquier precio y que rechazan cualquier tipo de
políticos a causa de la corrupción que corroe este país. Siempre la búsqueda
del orden, sin preocuparse por la justicia social ni por los procedimientos
jurídicos correctos fue el humus que alimentó y alimenta aún hoy a los grupos
de derecha y de extrema derecha. Con Hitler fue así: “Ordnung muss sein”: “debe
imperar el orden”. Pero un orden impuesto mediante la represión y el envío de
judíos, gitanos y opositores a los campos de exterminio.
Bolsonaro explota esta búsqueda del orden a cualquier precio
incluso con la militarización del gobierno, como ya ha sido publicado en la
prensa. En caso de ganar, ¡que el cielo nos libre!, colocará en los ministerios
clave a generales, en su mayoría jubilados, pero con una mentalidad francamente
derechista y autoritaria. Hasta propone eventualmente un auto-golpe, es decir,
Bolsonaro como presidente puede convocar a las fuerzas armadas, disolver el
Parlamento e instaurar un régimen autoritario y altamente represivo.
No tenemos alternativa sino unirnos, más allá de los
intereses partidistas, para salvar la democracia y no permitir que Brasil sea
considerado en todo el mundo un país políticamente paria. Esto afectaría a gran
parte de la política latinoamericana, especialmente a aquellos países cuyas
democracias son frágiles y están bajo el fuego del pensamiento derechista que
crece en el mundo entero.
No es de extrañar que conglomerados financieros que viven de
la especulación, asociados a empresarios que no tienen ninguna consideración
por el futuro de la patria, sino por sus propios negocios, y asociados a los
burócratas del Estado afectos a la corrupción y a las negociaciones turbias,
constituyan la base social de sustentación de un tal régimen autoritario de
cariz fascista y nazi.
Sería una ruptura inédita en nuestra historia nunca antes
habida. Los militares y empresarios que dieron el golpe de 1964 eran por lo
menos nacionalistas y exaltaban un crecimiento económico a costa de los bajos
salarios y del control riguroso de las oposiciones, con arrestos, secuestros,
torturas y asesinatos, confirmado hoy hasta por documentos provenientes de los
órganos de seguridad y de la política exterior de los Estados Unidos.
El pueblo brasileño, que tanto ha sufrido ya a lo largo de
la historia, primero bajo el látigo de los señores de esclavos y después por la
súper explotación del capitalismo nacional, no merece sufrir todavía más.
Tenemos con él una deuda que nunca llegamos a pagar. Y ella nos será cobrada
hasta el juicio final.
Alimentamos la esperanza de que el buen sentido y la
voluntad de reafirmar la democracia de la mayoría de los votantes nos librarán
de este verdadero castigo que, efectivamente, no merecemos.
*Leonardo Boff es teólogo, filósofo y escritor.
Traducción de Mª José Gavito Milano
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