Por Ilka Oliva Corado:
En Estados Unidos no es nuevo el tema del racismo ni el de
la xenofobia; dicen los Pueblos Originarios del norte del continente americano,
que los invasores lo utilizaron contra ellos, mientras realizaban el genocidio
más grande de la historia y posteriormente al encerrarlos en cárceles a las que
les dieron el nombre de reservas.
Del tema del racismo podrían hablar los miles de chinos
indocumentados que fueron utilizados para construir el puente de San Francisco.
Podrían hablar los afro descendientes desde el tiempo de la esclavitud y la
invasión al continente africano. Podrían hablar desde las cárceles, desde los
parques, las vías públicas, desde el deporte federado, desde las fábricas y
universidades. Miles de testimonios podrían dar los jornaleros del campo, los
braceros, las empleadas domésticas, los albañiles. Un tema que va de la mano
con la explotación laboral a quienes no tienen documentos.
No es política exclusiva de Trump, es sistemático, porque mientras Obama caminaba para
conmemorar 50 años de la marcha en Selma, la policía asesinaba negros en las
calles del país. Mientras Obama hablaba de unificación, de reconciliación, de
respeto y humanidad, su administración deportaba indocumentados por canastadas.
Pero algo ha cambiado del gobierno de Obama al de Trump
y es el recurso del terror, la palabrería fascista y machista de Trump
que les ha dado alas a los racistas que no son solamente caucásicos si no todo
aquel que se crea superior: y ahí entran asiáticos, negros adinerados,
europeos, latinoamericanos derechistas, fascistas en general.
Y estos personajes se encuentran en cualquier lugar: son
docentes, enfermeros, doctores, granjeros, pescadores, trabajadores de caminos,
padres de familia, deportistas, religiosos, son jueces, abogados. Con miles de rostros y diferente condición social, porque un racista pobre se
siente superior a un indocumentado en las mismas condiciones económicas.
El discurso racista de Trump específico contra
latinoamericanos indocumentados ha
florecido en Estados Unidos y los fascistas atacan cada vez más a quienes ellos
por simple imaginación creen indocumentados. Hemos sido atacados, cuestionados
de nuestra situación legal en el país, señalada, acosada por cualquiera que se
siente como agente de inmigración y dueño de esta tierra robada a los Pueblos
Originarios.
Caucásicos del Kukluxklan pululan en cualquier lugar,
discriminando, insultando y aterrorizando a la población latinoamericana
indocumentada. Y lo mismo sucede con
policías y agentes de inmigración que salen de casería en cualquier estado del
país, porque lo de “ciudades santuario” es de adorno nada más.
La política del terror está funcionando en el gobierno de
Trump, la población latinoamericana indocumentada si de por sí iban de su casa
al trabajo y viceversa, en esta administración es peor, la paranoia, la
psicosis y el estigma han marcado a quienes han llegado a este país para salvar
sus vidas y buscar sustento.
En la era Trump se desconfía hasta del soplo del viento, no
se sabe quién llamará a inmigración por odio y racismo. Puede ser un compañero
de trabajo, la maestra de la escuela, el doctor o la enfermera que atendió en
emergencias, la trabajadora social, puede ser el piloto de autobús, el piloto
de tren, puede ser cualquier persona en la que haya florecido el fascismo que
grita Trump a los cuatro vientos.
Lo duro de todo esto, no es el tema de los racistas y su
acoso, es la pasividad de esa otra parte de la población que no hace nada al
respecto y que solapa con su desidia este tipo de abuso inconcebible.
La desgracia de todo esto es que no sucede solo en Estados
Unidos, porque aquí es el Kukluxklan, pero en Latinoamérica, la mente
colonizada.
ilka@cronicasdeunainquilina.com
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