Por Emilio Marín:
La cancillería Argentina no dijo ni mu
Invariablemente las bajas, muertos y heridos los pone el
sufrido pueblo palestino. El agresor es Israel, sus autoridades políticas y
militares sintetizadas en un nombre, Netanyahu. Esta vez, como en todo 2017,
con el auspicio de Donald Trump.
Los hechos hablan por sí solos. El 29 de marzo el ejército
de Israel puso cien francotiradores en la frontera con Gaza, territorio
palestino bloqueado hace diez años y varias veces invadido y bombardeado. Esos
militares provocaron 18 muertos y 1.400 heridos, la mitad por balas y la otra intoxicada
con gases arrojados por drones.
Del lado israelí no se reportó ningún muerto ni herido.
Clarito quién fue el agresor y quién el agredido.
Con un agravante político y legal. Los manifestantes estaban
en su territorio, a varios metros de la frontera. Los israelitas asesinaron a
gente que estaba en la bloqueada Franja de Gaza. Si disparar de ese modo era un
crimen de lesa humanidad, hacerlo contra un país vecino se convierte en
agresión y violación de soberanía.
Si además esa represión fue desde suelo ocupado por Israel
pero históricamente perteneciente a los palestinos, en concreto hasta 1948,
cuando fueron expulsados de allí para establecer el Estado de Israel, entonces
se conforma un paquete detestable de violencia, genocidio y conquista por la
fuerza.
Que no se diga que esta calificación es sesgada
ideológicamente. Los hechos, sangrientos, hablan por sí solos. La entidad de
derechos humanos de Israel, B’Tselem, también condenó la represión del 29 de
marzo.
¿Cuál era el delito palestino? Conmemorar el Día de la
Tierra, el mismo día de 1976 cuando seis palestinos fueron asesinados por
clamar por esos derechos. El 42 aniversario de aquella patriada, con “La Gran
Marcha del Retorno”, fue más sangriento que el original. No sólo por el calibre
de las armas sino también por el carácter aún más genocida de las autoridades
de Tel Aviv. Estas son más criminales que aquellas…
Mentiras sionistas
La barbarie no tiene justificación pero los dirigentes
israelitas tienen de maestro a Goebbels en su axioma de “miente, miente, que
algo queda”.
Su explicación para la matanza fue que los palestinos habían
concebido una “acción terrorista” disfrazada de marcha pacífica. Supuestamente
los abatidos eran todos militantes de Hamas y Jihad (la primera ejerce el
gobierno en Gaza tras haber ganado las elecciones de 2007). Y como prueba de
esas falsificaciones, los agresores mencionaron una bolsa con molotov que
habrían incautado a los manifestantes.
Aún si este último dato fuera cierto no modificaría ni un
ápice los sucesos: abrumadora superioridad militar de un bando, que usa armas
de fuego, fusiles, tanques y drones, frente a quienes tenían para defenderse
piedras, neumáticos y molotov.
La historia de las molotov evocan la presentación de
Patricia Bullrich sobre las armas de exterminio encontradas a los mapuches de
Pu Lof en Resistencia Cushamen, en agosto pasado: martillos, serruchos, hondas,
lazos y cuchillos.
El operativo represivo fue fríamente preparado. Declararon
el lado palestino “zona militar cerrada”, como si ese territorio fuera
israelita. Y dispusieron disparar a quien se acercara a la línea. Nunca los
activistas estuvieron cara a cara, ni menos la traspasaron, pero los balearon
sin asco. Los francotiradores no son para tirar al bulto ni de cerca, sino
desde lejos, lo que demuestra que las víctimas no estaban poniendo en peligro
sus vidas.
Mientras el mundo se horrorizaba por lo sucedido, Netanyahu
declaraba “muy bien por nuestros soldados”. Cualquier semejanza, en pequeña
escala, con Mauricio Macri recibiendo a Luis Chocobar, y Bullrich ascendiendo a
Echazú y 5 gendarmes que reprimieron cuando desapareció Santiago Maldonado, no
es mera coincidencia. Tampoco es casual que la cancillería macrista no dijera
de mu de la última represión de Israel.
Trump lo hizo
Los responsables de la matanza son Netanyahu, el jefe del
Estado Mayor teniente general Gadi Eizenkot y el ministro de Defensa, Avigdor
Lieberman. Son neonazis. El último era canciller años atrás y declaró, ante
protestas palestinas en Gaza, que era partidario de arrojarles una bomba
atómica.
Sin disminuir ni un cachito la responsabilidad de ese
terceto, la culpa mayor de lo ocurrido es del neonazi mayor, el presidente
norteamericano. El 6 de diciembre pasado Trump violó los acuerdos
internacionales de mucho tiempo atrás al anunciar que Estados Unidos
trasladaría su embajada a Jerusalén. Hasta ahora las 86 embajadas de países que
mantienen relaciones con Israel están en Tel Aviv. Ninguna está en la “Ciudad
Santa”, preservada como zona especial y sobre la cual los palestinos tienen la
aspiración y el derecho a que la capital de su futuro estado esté en la zona
oriental de la misma.
Esa provocación yanqui-sionista se demoraría en su
implementación hasta 2019, pero se adelantó para el año en curso, con el
despido de Rex Tillerson del Departamento de Estado y su reemplazo por el jefe
de la CIA, Mike Pompeo.
En consecuencia los palestinos de Gaza, el sector más
combativo de ese pueblo, decidieron hacer la manifestación pacífica del 29 de
marzo y permanecer en campamentos hasta el 15 de mayo próximo, cuando
conmemorarán el día de la Nakba, o Catástrofe, cuando 700 mil fueron expulsados
de sus aldeas tras la creación de Israel, el día antes, de 1948.
Si Netanyahu y su socio mayor creen que con muchas muertes
van a poder festejar el 70 aniversario de ese Estado con los palestinos
vencidos, de rodillas y resignados, están muy equivocados. Podrán bloquear una
condena en el Consejo de Seguridad de la ONU, como lo hicieron el 31 de marzo,
pero a nivel mundial la bandera palestina flamea con fuerza y dignidad. En
cambio a la estrella de seis puntas de David sólo le queda una y no fue Goliat
quien apedreó las otras cinco.
ortizserg@gmail.com
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