Por Eduardo Contreras:
Han concluido los alegatos en la Corte de La Haya y se
apagan las luces de la fanfarria comunicacional, las citas de madrugada a oir
alegatos en La Moneda y el voluminoso caudal de mentiras difundidas a todo dar.
Nada lo justifica, menos la dilapidación de recursos del Estado en este
montaje, ni haber contratado a uno de los estudios jurídicos más caros del
mundo con más de 200 colegas a cuestas y mucho menos se justifican las regadas
cenas en París.
Lo objetivamente cierto es que bastaba con la presencia del
destacado jurista Claudio Grossman y sus asesores porque absolutamente nada de
los peligros que muchos agoreros han proclamado son ciertos. La verdad es otra.
Más allá de la disputa jurídica respecto de la voluntariedad
u obligatoriedad del diálogo entre ambos Estados en busca de una solución
consensuada que permita a Bolivia recuperar una salida al mar perdido en un
conflicto armado, lo cierto es que no hay nada más en juego en el tribunal internacional de La
Haya.
Por tanto, no son efectivas algunas afirmaciones que hemos
escuchado en el sentido de que en ese juzgado especial esté en riesgo el
dominio chileno sobre Tarapacá y Antofagasta, que la soberanía nacional está en
juego, que se justifique el abanderamiento de ciudades del norte, etc,e
tc….
Si a ello agregamos que dicho tribunal internacional carece
de la facultad llamada “de imperio”, es decir aquella que permite hacer cumplir
sus determinaciones incluso por la fuerza, no hay más que concluir que en el
despliegue comunicacional hubo una evidente manipulación que llegó a veces a
extremos de un patrioterismo trasnochado.
En cambio llama la atención el largo silencio de los actores
y de los comunicadores respecto de asuntos de fondo que toda la ciudadanía y en
especial nuestra juventud tiene derecho a conocer, como lo es el contexto
histórico real de los orígenes del conflicto. Lo que sin duda tiene un peso
específico en el debate: el peso de la verdad y de la ética.
En efecto y más allá de lo que se resuelva respecto de
eventuales conversaciones, nadie tiene
derecho a ocultar que la actual mediterraneidad de Bolivia tuvo su origen en un
conflicto armado que costó la vida a miles de latinoamericanos.
Un conflicto que en rigor tenía su centro en un problema
estrictamente económico, comercial, y que afectaba principalmente a intereses
económicos privados, que no eran ni chilenos, ni bolivianos, ni peruanos.
Sobre ese particular, por estos días han escrito en diversos
medios de comunicación digitales algunas personas como Rafael Luis Gumucio
Rivas, Miguel Lawner e Ivan Ljubetic Vargas que han refrescado con antecedentes
concretos la memoria de los olvidadizos.
Desde luego para señalar que aquella guerra fraticida que
permitió a Chile hacerse de esa larga faja territorial y que se la denominado
como “Guerra del Pacífico” debiera conocerse más bien con el nombre de la
“Guerra del salitre” atendidos su origen y sus resultados.
Porque, como ya dijimos hace un tiempo en este mismo medio,
en esa guerra los vencedores fueron los
banqueros, los empresarios británicos, los que dejaron de pagar impuestos. Más
claro, el triunfador principal, incluso por sobre nuestra oligarquía, fue el
imperialismo británico. Entre los grandes especuladores económicos y
financieros de esa época, destaca John Thomas North, un inglés a quien se ha
denominado como el rey del salitre.
Y hace ya muchos años que supimos de los abusos cometidos
por nuestros militares en ese conflicto; al punto que, hasta nuestros días, hay
esculturas, libros y obras de arte que adornan nuestros bienes nacionales, como
plazas o museos, que eran propiedad de los pueblos que perdieron esa guerra,
principalmente del Perú.
Los empresarios vencedores se apropiaron e hicieron negocio
hasta con el agua potable. Se hicieron dueños de todo y por supuesto de los
bancos. No pocos parlamentarios y abogados tomaron parte en el festín. La
guerra del salitre abrió así las puertas de par en par para la corrupción
política en Chile que, desgraciadamente, sigue vigente hasta nuestros días y
basta con ver la realidad actual.
También en la época hubo político y mandatarios dignos. El
presidente Balmaceda es el más alto ejemplo, pero bien conocemos lo
sucedido. La derecha no tolera nacionalizaciones ni el
papel del Estado.
Pero volvamos a este nuevo episodio del conflicto con
Bolivia como han sido los alegatos en La Haya y, a su respecto, la práctica comunicacional en Chile en que la
gran ausente ha sido la historia real.
La omisión deliberada de las razones reales del asunto, el
ocultamiento de la verdad respecto de un conflicto entre países hermanos.
Ocultamiento que existe también en la educación que se recibe en los colegios
en la que no se enseña la verdad a los estudiantes respecto de los orígenes y
consecuencias del conflicto por el dominio del salitre.
Como tampoco se menciona la nacionalización del Cobre para
Chile en el siglo pasado como una de las causas de la intervención
estadounidense en el golpe de 1973.
Este profundo silencio parece alcanzar también a las
organizaciones sociales, sindicales y políticas de nuestro país que siempre
habían sostenido una posición latinoamericanista y la exigencia consecuente de
alcanzar un acuerdo que permita una salida al mar al hermano país sin afectar
la soberanía del Estado chileno. No se ha escuchado voces en tal sentido.
Y la demanda de “Mar para Bolivia”, fue siempre una política
de los sectores populares y avanzados de este país desde los tiempos de
personalidades como las de Luis Emilio Recabarren y de organizaciones tan
importantes como la Federación Obrera de Chile de comienzos del siglo XX.
Tampoco se escucharon voces de apoyo cuando hace muy pocos
años ocurrió en la Aladi, Uruguay, el reclamo y posterior acuerdo chileno
boliviano, en los marcos del tan citado Tratado de 1904 y en relación a los
problemas que enfrentaba Bolivia para el traslado por tierra de sus productos
para embarcarlos en el norte de nuestro país. Lo que, afortunadamente, se
resolvió de manera adecuada por el gobierno chileno.
En ese contexto resulta significativa la presencia y la voz
de aquella pescadora artesanal ariqueña que cuestionó los duros rechazos a la solicitud de Bolivia. Enfrentando a los
autores de esa postura anti boliviana y anti latinoamericana, doña Carmen Wapa, modesta pescadora artesanal
les recordó con fuerza que “ninguno de ustedes se manifestó cuando se votó la
Ley Longueira” en referencia a la odiosa legislación chilena excluyente, a
favor de grandes empresas y en contra de los modestos pescadores artesanales
chilenos a los que también se les privó del mar.
Por encima de los ataques reaccionarios de que fue víctima,
aquella modesta chilena que vive en una ranchita del sector de “Cabo Aroca”en
Arica, sacó la voz por lo que han callado ante la parafernalia de La Haya y les
dijo que cuando se es pobre y solidario, no importa cuántos kilómetros de mar
se devuelvan a otro pueblo que lo necesita.
Dijo ella que “acá somos hermanos con los bolivianos,
vivimos donde las papas queman, nadie nos viene con cuentos; de Tacna vienen
muchas veces a entregarnos solidaridad y de Arica hacemos lo mismo con Tacna;
cuando fue el terremoto en el norte, fueron los estudiantes bolivianos los que
vinieron a dejarnos agua y pertrechos, ninguno era chileno”.
Ojalá esa voz digna de mujer, por ahora solitaria, rompa el
largo silencio de estos últimos tiempos.
Econtreras@uarcis.cl
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