Estados Unidos bombardeó otra vez Siria. Los intereses
desesperados de Washington por controlar un territorio que hace siete años se
encuentra en una profunda disputa. Los cálculos de Rusia para no perder su
poder y el silencio internacional cuando las armas químicas son utilizados
contra los kurdos. ¿Cuál es el significado de los recientes bombardeos de
Estados Unidos contra Siria? La pregunta, que en estos días se repite en los
cuatro puntos cardinales del mundo, no es fácil de responder. Los intereses
cruzados, que tienen al territorio sirio como arena militar y diplomática, son
variados y, por momentos, alcanzan un pragmatismo pocas veces visto.
Cuando el 7 de abril se informó de un ataque químico en la
zona de Duma, cercana a Damasco, las alarmas internacionales sonaron
nuevamente. Estados Unidos, respaldado por Francia Y Gran Bretaña, anunció un
inminente ataque “disuasivo” contra Siria, ya que acusó al gobierno de Bashar Al
Assad de utilizar armamento letal contra la población. Desde Damasco y Moscú
negaron las acusaciones de Washington y apuntaron, por enésima vez, a los
grupos terroristas que se encuentran casi derrotados en Guta Oriental.
Rispideces en USA
Aunque conocer los entretelones en los pasillos de la Casa
Blanca y el Pentágono no es una tarea fácil, en los últimos días se pudieron
observar algunas las rispideces que aparecen en el seno de la administración
Trump.
Los bombardeos a Siria dejaron expuestas diferencias entre
la ultraderecha que gobierna en Washington, como sucedió en 2013 cuando George
W. Bush decidió invadir Irak. En ese momento, los neoconservadores pujaban para
definir el “cómo” de una invasión que, en apenas unos meses, destruyó al Estado
iraquí y sumió al país en un descontrol que se extiende hasta estos días. Por
un lado, Colin Powell y Condoleezza Rice proponían una “intervención” con
cierto respaldo internacional, mientras que Donald Rumsfeld abogaba por
desembarcar a Irak de forma unilateral con todo el poder de fuego posible. Pese
a las diferencia, el objetivo era compartido: conquistar los pozos petroleros,
desregularizar y privatizar la industria que dependía del Estado y plantar, con
profundidad, la bandera estadounidense en Medio Oriente luego de la caída de la
Unión Soviética.
Un día antes del bombardeo a Siria, el secretario de Defensa
estadounidense, James Mattis, declaró que un ataque contra el territorio no
sería lo más conveniente, ya que generaría un caos aún mayor. A su vez, Mattis
–conocido por su apodo “Perro Loco”- dijo que Estados Unidos no tenía pruebas
concretas sobre la utilización de armas químicas en Duma, pero que sus
sospechas provenían de información recogida en “la prensa y redes sociales”.
Pocas horas después, cuando los 110 misiles Tomahawk habían
trazado el cielo sirio, Mattis se apresuró a declarar que su país había
cumplido los objetivos estipulado y que, por ahora, no había planes de futuros
ataques.
El viernes 13 de abril también se conoció la condena al
bombardeo por parte de 88 congresistas estadounidenses. Los parlamentarios
recordaron que los ataques eran ilegales por no contar con la aprobación
necesaria del Poder Legislativo, encargado de autorizar la ejecución de
cualquier acción militar. Los congresistas explicaron que no existe ningún tipo
de amenaza directa contra Estados Unidos y que todavía se desconoce si en Duma
se utilizaron armas químicas. Barbara Lee, parlamentaria republicana, afirmó
que “al bombardear ilegalmente Siria, el presidente ha negado una vez más al
pueblo estadounidense cualquier supervisión o rendición de cuentas en esta
guerra interminable”. Otro republicano, Justin Amash, aseveró que los ataques
“son inconstitucionales, ilegales y temerarios”.
Pragmatismo en Medio Oriente
Los ataques a Siria también mostraron que el enfrentamiento
entre Estados Unidos y Rusia continúa vigente. Las dos potencias capitalistas
se disputan palmo a palmo el centro de Medio Oriente con el fin de asentar su
poderío e intentar afianzar un futuro incierto que los tenga como principales
protagonistas.
El gobierno del presidente Vladimir Putin hace tiempo dejó
en claro que está dispuesto a sostener al Partido Bass en el poder y nuclear a
su alrededor a todos los aliados regionales posible. Por su parte, en la
República Islámica de Irán saben que el torbellino que se inició con la
denominada Primavera Árabe puede llegar a las puertas de Teherán si Siria cae,
como sucedió con Libia.
Moscú no tiene demasiados problemas para pivotear desde el
epicentro de la tormenta siria y acercar a “socios” que, hasta hace unos pocos
años, eran enemigos declarados de Siria. El caso más visible es el gobierno del
presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Rusia, que llegó a cortar relaciones
diplomáticas y comerciales con Turquía, ahora se esfuerza para que Ankara se
cuadre junto a Moscú. La invasión turca al cantón kurdo de Afrin, en el norte
de Siria, es el ejemplo más descarnado del pragmatismo que cruza a Medio
Oriente. El ingreso de tropas turcas acompañadas por el Ejército Libre Sirio (ELS)
e integrantes del Estado Islámico (ISIS) tuvo el visto bueno de Moscú y
Washington. Afrin había sido la región más pacífica y segura de Siria en estos
siete años de guerra de agresión. A ese territorio llegaron unos quinientos mil
refugiados de todo el país, que fueron recibidos y asistidos por las
autoridades de la Federación Democrática del Norte de Siria (FDNS), experiencia
inédita impulsada por los kurdos y otros pueblos de la zona desde 2012.
Cuando el 20 de enero pasado Turquía lanzó los bombardeos
masivos contra Afrin, las autoridades del cantón denunciaron en reiteradas
oportunidades que las fuerzas turcas habían utilizado gas cloro contra la
población civil. Las denuncias públicas sobre estos hechos ni siquiera fueron
atendidas por alguna agencia de Naciones Unidas.
Mientras Turquía busca afianzarse en Afrin y destruir las
bases sociales de los kurdos de Siria, se mantiene en un peligroso equilibrio
entre Washington y Moscú. Aunque en los últimos meses Erdogan redobló las
críticas a Estados Unidos por su apoyo armamentístico a las Fuerzas
Democráticas de Siria (FDS) -en el marco de la Coalición Internacional que
bombardea a ISIS-, la semana pasada aplaudió los bombardeos contra suelo sirio.
El gobierno turco, envalentonado por los resultados de la represión interna que
desató en 2016 y con el visto bueno de Putin y Trump para bombardear Afrin, no
pierde las esperanzas de profundizar su proyecto neo-otomano, anexando
territorios de Siria e Irak, mientras utiliza los acuerdos sobre refugiados
firmados con la Unión Europea y la compra de armas a Rusia, Alemania y Estados
Unidos como moneda de cambio ante sus aliados.
El epílogo de los bombardeos de Estados Unidos, Francia y
Gran Bretaña es oscuro: los civiles muertos en Siria continuarán acrecentando una
lista fatal y fría; la principal propuesta democrática para el país, puesta
sobre el tablero por los kurdos, ahora se ve duramente golpeada; el gobierno
sirio seguirá el camino acordado con Rusia e Irán y, es probable, que con el
tiempo comience a normalizar las relaciones con quienes ahora son sus enemigos;
y el complejo-militar estadounidense ya estará calculando el próximo bombardeo:
cada misil Tomahawk tiene un valor de un millón y medio de dólares y como lo
saben muy bien en la tierra de los padres fundadores, “business is business”.
leandroalbani@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario