Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
En memoria y homenaje a Manuel Vadell
En su discurso de despedida, George Washington, enfermo y
deseoso de descansar, informó a su amigos y conciudadanos que rechazaba ser
considerado como candidato a presidente para un tercer período, considerando
que estaba confiado en que sintiendo la “… bondad de mi país, y poseído de un
ardiente amor hacia él, tan natural en el hombre que en esta tierra tuvo su
cuna y la de sus padres por muchas generaciones, me regocijo anticipadamente al
pensar en el tranquilo retiro donde pienso entregarme al reposo…”. De hecho,
Washington falleció tan solo tres años después a los 67 años de edad.
Sin que el presidente
escribiera nada al respecto, y tampoco sin que su proclama se
transformara en ley de la unión americana, la decisión de Washington de
retirarse tras su segundo mandato, se convirtió tácitamente en paradigma de
democracia, sin embargo, cuando su país transcurría la hasta entonces peor
crisis económica de su historia iniciada en 1929, devenida posteriormente en
segunda guerra mundial tras la llegada al poder de Adolfo Hitler en Alemania,
el establishment no dudó en elegir hasta por cuatro veces (1932, 1936, 1940 y
1944) a Franklin Roosevelt como presidente. A Roosevelt no sólo le correspondió
enfrentar la crisis, también tuvo que tomar la decisión de incorporar a Estados
Unidos a la guerra, cansado de esperar que los nazis derrotaran a la Unión
Soviética y tras permitir el ataque de los japoneses a Pearl Harbor para
justificar su entrada en la conflagración, incluso, a él le cupo en nombre de
su país la responsabilidad de participar en la Conferencia de Yalta en febrero
de 1945 junto a Churchill y Stalin para comenzar a trazar el mundo de la
posguerra. Solo en 1951, Estados Unidos legisló sobre el tema, estableciendo
los dos mandatos como período máximo para que un presidente esté en el poder.
Es decir, en dos de los momentos más críticos de la historia
de Estados Unidos: (crisis económica y guerra), su sistema político no dudó en
pasar por encima del paradigma legado por su padre fundador y poner de lado
toda la nauseabunda retórica democrática para salvaguardar la integridad y la
estabilidad del país.
Esta reflexión viene a la memoria, después de observar la
virulenta alharaca mediática que la tarifada prensa occidental ha desatado tras
las respectivas reelecciones de los presidente Xi Jinping en China y Vladimir
Putin en Rusia. En el caso de China, además los diputados de la Asamblea
Popular Nacional, -órgano máximo del poder del Estado-, han reformado, -de
acuerdo a las potestades que le confiere el artículo 62, numeral 1 de la
Constitución Nacional-, el artículo 79 de la Carta Magna que limitaba a dos
mandatos consecutivos el tope de tiempo para la estadía en ese cargo,
permitiendo de esa manera la reelección continua en el mismo. Así, Rusia y
China dan continuidad y generan estabilidad en la conducción de sus países, en
momentos en que no sólo ellos, toda la humanidad, vive tiempos de extrema
tensión, dada las intempestivas e imprevisibles decisiones del presidente
Trump, que tienen al mundo (incluyendo al propio Estados Unidos) en un estado
de permanente incertidumbre y preocupación.
Lo paradójico del hecho es que en la misma semana que Xi y
Putin fueron elegidos, lo propio ocurrió con Ángela Merkel quien por cuarto
período consecutivo fue investida como Canciller Federal de Alemania. En este
caso, no hubo ninguna alusión por parte de los terroristas de la información a
prácticas antidemocráticas ni perpetuación en el poder, después que Merkel
lograra un acuerdo de fuerzas conservadoras entre su partido el Demócrata
Cristiano, la Unión Cristiano Social y el partido Socialdemócrata. En este caso
si fue válida la necesidad de lograr un acuerdo de gobernabilidad entre los
partidos de derecha y centro derecha del país a fin de generar estabilidad en
el mismo. De la misma forma, es posible decir que en Alemania, el paradigma
washingtoniano tampoco tiene validez alguna.
Lo cierto es que el problema real de la situación
internacional actual es Trump y sus actuaciones que parecieran que su país está
solo en el planeta, su inestabilidad emocional y la ausencia de parámetros de
comportamiento, está afectando y teniendo incidencia negativa en todo el mundo.
En la misma carta de despedida, Washington avizoraba y alertaba con
preocupación que: “[Las facciones] colocan en lugar de la voluntad delegada de
la nación, la voluntad de un partido, y las miras pequeñas y artificiosas de
unos pocos, y siguiendo los alternativos triunfos de las facciones diferentes,
dirigen la administración pública por mal concertados e intempestivos
proyectos, no por planes consistentes y saludables, dirigidos por consejos
comunes, y modificados por intereses recíprocos. Por ahora no tenemos tan
tristes acasos, pero en la serie de los tiempos y de las cosas, pueden aparecer
hombres astutos, ambiciones, y sin principios, que logren trastornar el poder
del pueblo, y usurpar las riendas del mando, arruinando después a aquellas
mismas máquinas que les proporcionaron elevarse a una injusta dominación”.
Al mirar la actuación internacional del actual presidente de
Estados Unidos, basada en la exacerbación del excepcionalismo de su país y un
desprecio hacia otros pueblos, que raya en prácticas cercanas al fascismo, es
dable recordar que el propio padre de la patria estadounidense rechazaba que se
expusieran “antipatías permanentes e inveteradas contra naciones particulares”,
por el contrario, animaba a cultivar “sentimientos justos y amistosos hacia
todos”. Consideraba que las naciones que se entregaran al odio como habito eran
en cierto modo esclavas de su animosidad o de su afecto, cualquier de los
cuales las podía conducir a desviarse del deber e interés de la propia nación.
Este sentimiento predisponía “…más fácilmente a insultar y herir, a aferrarse a
causas leves de resentimiento y a ser altiva e intratable, cuando ocurren
ocasiones accidentales o insignificantes de disputa” y como consecuencia a
“colisiones frecuentes, concursos obstinados, envenenados y sangrientos”.
Washington exponía que estos sentimientos, impulsaban la guerra, la cual en su
opinión era contraria a lo que debía ser la práctica de la política, afirmando
que un gobierno no puede dejar llevarse por la pasión, en contra de lo que
indica la razón, porque hacía que el ánimo de la nación se subordinara a una
hostilidad instigada por “el orgullo, la ambición y otros motivos siniestros y
perniciosos”.
Como mirando la odiosa paranoia anti rusa, la enfermiza
confrontación contra China y el brutal acoso a Cuba, Venezuela, Irán y Corea
que el sistema imperial estadounidense enarbola como causas de su
responsabilidad global, pero que en realidad es expresión de su declive
interno, George Washington en su adiós a la política activa, advertía que se debía estar despierto frente a la
influencia extranjera, pero actuando con imparcialidad, porque, “de lo contrario,
se convierte en el instrumento de la misma influencia que debe evitarse, en
lugar de ser una defensa en su contra”.
Por supuesto, es muy difícil suponer que Trump haya leído
esta carta alguna vez en su vida, dentro de la crisis general que afecta a
Estados Unidos, la crisis moral, la de sus valores, la de no ser capaces ni
siquiera de soportar los principios que le dieron origen como nación libre,
corroen los cimientos de su edificio imperial. La respuesta es la fuerza y la
imposición: incluso con sus aliados, Trump recurre al sucio instrumento de
aplicarle sanciones, para que éstos: los gobiernos de Canadá, México, la Unión
Europea, Brasil, Argentina y Canadá sin asco por la indignidad manifiesta, se
arrodillen vergonzosamente pidiendo misericordia para sus empresarios. Y ahí,
aparece el presidente inmobiliario, los mira con no poca ni disimulada
repugnancia, los ve allá abajo, sumisos, arrepentidos de pecados que no han
cometido… y los perdona: el objetivo ha sido logrado, ya están a su lado para
embestir unidos al enemigo: China y a Rusia. El problema no resuelto es como
evitar para siempre a dos potencias que día a día muestran éxitos, enarbolan
logros y generan estabilidad y futuro a través de la continuidad de sus
gobiernos y la persistencia de sus políticas a favor de la paz.
sergioro07@hotmail.com
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