Por Rafael Angel Ugalde:
Nadie está contra el sistema; sí contra la vieja táctica del secuestro de la democracia,
que ha hecho estragos en las finanzas de todos y engañado la conciencia de la
ciudadanía honesta, pero no se desanime.
Igual sucedió en América Latina cuando las familias más
preponderantes nos vendieron la democracia representativa como la opción más
acabada del bipartidismo y la convivencia social. Elegimos gobernantes,
diputados, magistrados, ediles, etc., recomendados por comerciantes, banqueros,
exportadores, etc., que sí conocen a su “gente”.
Con el “fallecimiento” del bipartidismo que se intenta
revivir con reformas al reglamento legislativo- la táctica dio un giro de
ciento ochenta grados: Ahora todos
financiamos a los representantes de estas familias, muchos de ellos intocables cuando ingresan en las
todo poderosas cúpulas de los partidos, que dan colores propios de arco iris a las tendencias inscritas en nuestro Tribunal Supremo de Elecciones
(TSE).¡Algo tiene el agua bendita que muchos corren tras de ella¡
Tanto ayer como hoy, “la fiesta democrática” nos cuesta
millones de colones y, si bien es cierto, ello beneficia financieramente cada
cierto tiempo, sectores claramente identificados como mercaderes de bonos,
medios de comunicación, transportistas, estilistas, maquilladores, etc., no hay
normas legales ni constitucionales que eviten que las promesas electorales no
terminen en engaños.
Y las nuevas organizaciones políticas que surgen al calor de
la legislación electoral terminan absorbidas por la tradición y tan sutil “síndrome” de
Estocolmo.
La oferta que hacen al electorado – coinciden con el pluripartidismo de la democracia
representativa- y es más importante para ellas que distanciarse de lo
tradicional, haciendo de la democracia
una verdadera actividad participativa, transparente, de cara a quienes
eligieron sus nombres, en salones comunales, parques, estadios y plazas, con
informes y documentaciones de sus diligencias sobre sus logros, los causantes de sus fracasos,
etc. Todo esto, desde luego, no lo
hacen.
Pretender convencerlos
de que un elegido tiene dos años
a lo sumo para cumplir lo prometido, de lo contrario sus electores tiene toda
la fuerza moral para pedirle su retiro,
equivale a una excomunión moderna. De seguro acudirán al TSE, que protegerá al
tipo cuestionado, con la certeza de que muchos de quienes habían votado por él,
cuatro, ocho o doce años después, ya olvidaron sus mentiras y su inmoralidad.
De allí que una democracia sin poder revocatorio en
distintas instancias, antes de cumplirse el tiempo para el cual fue electo, con
complicados mecanismos para ejercer el plebiscito, verdadero vía crucis para
creación de leyes por iniciativa
popular, sin un cara a cara con el ciudadano, entre otros, es una democracia
indefensa frente al abstencionismo, la
mentira y, en general, ante corruptores
y corruptos, descarados y rufianes, que hacen de la política un modus vivendi
para los suyos y no de servicios a los demás.
Las últimas encuestas
refieren que el 38% de los votantes nacionales están desencantados con los partidos políticos, sean éstos
emergentes, alternativos o de los llamados de izquierda o de derecha.
Acá, como en el resto del continente, con algunas
excepciones, el elector que piensa su voto, tiene la sensación de que ha sido
mentido, estafado, porque el ciudadano que trabaja, que vive de un salario, de
una profesión, de una pequeña parcela o empresa, el ama de casa, no se siente
empoderado; por el contrario, en economía le prometieron esto, e hicieron otra
cosa, para el mantenimiento de un insulso clientelismo electorero.
Esta masa por más de
medio siglo pasó por experiencias
socialdemócratas, social cristianas, colorados y blancos, conservadores y
liberales, según los distintos signos adoptados en los diversos países por estas familias secuestradoras
de la democracia; con el peligro de que
nuevamente sean engañados con un
populismo de doble discurso y solapadamente de derecha, facistoide, como
está ocurriendo en Argentina, Brasil, Paraguay etc... Tras la elección
de Trump.
Este populismo y
doble discurso moralista llevó a la presidencia de los peruanos a Pedro Pablo
Kuczynski, ya cansada la población de la corrupción en todos los ámbitos. Hoy
para sostenerse en el poder y resguardar sus $700 mil que dicen recibió de la empresa brasileña
Odebrecht, Kuczynski negoció con la
familia Fujimori un indulto, sin el menor sonrojo por la violación de los
derechos humanos de ese expresidente.
Enrique Peña Nieto
prometió prosperidad a su pueblo, independencia, transparencia y respeto a las
ideas ajenas; hoy sigue sin dar explicaciones creíbles de cómo su mujer
apareció con un palacio llamado la ”Casa Blanca”, y por qué el grueso de la
población mexicana sigue en la miseria y
por qué la militarización impuesta por Washington de la llamada “guerra
contra el narcotráfico” hace de los periodistas independientes sus principales
víctimas.
En nuestro país para
que los “cuates” de los principales partidos no salgan “pringados” con el
llamado caso del “Cementazo” y otras
investigaciones por corrupción, taparon todo para después de las elecciones de
febrero.
La democracia moderna es transparencia, es participación, es
sinceridad, son cuentas claras cara a cara con quien eligieron, es certeza, es
confianza recíproca; no cabe la doble moral, el discurso doble.
La democracia me evoca aquella película titulada: La gran
estafa.
rafaelangelu@outlook.com
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