Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez:
De Colombia podría
decirse que hoy es un país sin guerra, pero no todavía un país en paz. En la
guerra participaron, como en toda guerra del siglo XX, unos primeros (el estado
y su entorno), unos segundos (insurgencias levantadas en armas contra el
estado) y unos terceros (civiles, empresas, con vinculo o compromiso
especialmente con el estado). Superada la guerra al estado corresponde respetar
y hacer respetar los derechos humanos de toda la población, incluidos primeros,
segundos y terceros de la guerra, pero además tiene el deber de garantizar el
derecho a la memoria, a la reparación a las víctimas y a la verdad. Saber la
verdad de lo ocurrido es una necesidad vital para que nunca más vuelva la
guerra, no es solo un tema central para invocar la justicia o beneficiar a
oportunistas electorales, es ante todo un factor de dignidad, un antídoto
contra el odio que esta al cuidado de genios de la maldad que se niegan a ver
curar las heridas y a permitir realizar los anhelos de paz.
Los genios de la
maldad, producen cosas que resultan difíciles de creer, pero que ocurren y es
más grave cuando la verdad revela lo ocurrido pero otros con la misma
genialidad intentan borrarlas por segunda vez, no importa si usando la ley como
instrumento o inventando mitos y falsedades. En toda guerra actúan primeros,
segundos y terceros (como en las películas hay actores principales, secundarios
y extras) y todos sin excepción son corresponsables de la tragedia humana,
aunque con distintos niveles de implicación, sea por participación directa,
ignorancia o inocencia. Los genios de la maldad están en muchas partes, pero
tampoco en todas partes, y como buenos criminales su mejor capacidad es la
astucia que tienen para diseñar y hacer el mal y saber borrar las huellas.
¿Cómo creer por ejemplo, que mientras ocurría la guerra en
Colombia hubiera una política de horror extendida se cruzaran primeros segundos
y terceros para sembrar miedo con motosierras para destrozar cuerpos humanos o
con hornos crematorios para desaparecer huellas o con informes falsos para
inventar enemigos y subir estadísticas de victorias inexistentes o cobrar por
supuestas balas disparadas en operaciones de combate que nunca ocurrieron?. En
cada cosa, en cada hecho hubo primeros, segundos y terceros en las escenas del
horror y solo la verdad podrá liberar al país de la crueldad de ese pasado. La
maldad en el país tiene raíces de poder, desigualdad, injusticia, otorga
privilegios y sigue experiencias que aunque tenebrosas deben saberse, volverse
parte de la verdad.
En paralelo y como referencia para potenciar el momento sin
guerra que vive Colombia, del holocausto nazi queda la enseñanza de que se supo
la verdad solo después de terminado. Mientras los campos de exterminio estaban
repletos de cadáveres nadie sabía de los infernales recorridos de los trenes
transportando las víctimas, ni tampoco sabía que decenas de funcionarios
-hombres y mujeres- con cargos militares o de oficina, hacían turismo por los
ghettos para distraerse viendo la miseria de los judíos famélicos y hediondos y
convencerse de que se estaba ayudando a morir para salvarlos.
¿Cómo creer que entre las cosas cotidianas de ese mismo
holocausto había más temor a lavarse las manos con cierto tipo de jabón porque
olía mal y daba asco, que ver asesinar sin piedad a un ser humano para hacer
ese jabón?. El jabón del asco por tener mucha espuma resultaba bueno para lavar
ropa y era el Doctor Spanner (destacada figura académica) quien hacia lo
posible para que ese olor desapareciera y hasta se encargaba de pedirle a las
empresas químicas que le enviaran aceites aromáticos. Nada habría de extraño en
esa historia, si no hubiera sido porque una comisión de la verdad que se
encargó de investigar los crímenes nazis en Polonia llamó a varios terceros
para preguntar por lo que hacia ese Doctor. Dos profesores colegas suyos,
después de insistir en que no sabían nada, reconocieron que el Doctor Spanner
era una eminencia de la anatomía patológica pero que además era miembro del
partido nazi. Uno dijo que pudo suponer
que Spanner si era capaz de producir jabón con los cuerpos de condenados a
muerte y presos seguramente porque pudo haber recibido una orden que cumplió
por ser miembro de un partido muy disciplinado.
El otro dijo que podría haber hecho el jabón por su
preocupación con la situación del país que pasaba por un déficit de grasas y
por el bien del estado. Un estudiante que ayudó respondió que a él nunca se le
ocurrió pensar y que tampoco nadie nunca le dijo que hacer jabón con grasa
humana era un delito, o que estaba mal. Otros señalaron que era normal y que
además siempre se veía que al lugar donde estaban los tanques llenos de
cadáveres y las cubetas con cuerpos partidos y desollados, solían ir
respetables personalidades y profesores, y que incluso habían visto a los
ministros de salud y de educación recibidos con honores por el rector de toda
la academia de medicina con quien recorrían sin prisa en las instalaciones y
laboratorios del instituto donde se producía el jabón.
La gente no tenía miedo del horror en marcha, porque no
experimentaba la realidad en su totalidad, ni sabía del todo de la crueldad, ni
la muerte tocaba a sus puertas, pero en cambio tenía miedo a lavarse con ese
jabón, a pesar de que quienes lo producían reclamaban que de lo que hacían
nadie tenía que saber nada, estaba prohibido hablar de eso, los estudiantes del
instituto trabajan allí o se asomaban a ver pero nunca dijeron nada. Muchos
sabían que el Doctor Spanner prefería cadáveres con cabeza, no los toleraba
cosidos a balazos porque decía que daban mucho trabajo y se pudrían. Los
mejores para él eran los de la casa de locos porque eran buenos y tenían
cabeza. Solo cuando se acababan los cadáveres de reserva, echaba mano de
decapitados.
La receta del jabón estaba a la vista colgada en la pared
porque una asistenta la había traído del campo de exterminio y siempre salía
bien, pero nadie parecía saber nada. La producción se hacía en el crematorio
del Instituto y la dirigía el Doctor Spanner junto con el preparador jefe Von
Bergen, que era el encargado de buscar los cadáveres. Una vez que fueron
insuficientes Spanner usó su reputación para pedirles a los alcaldes que no
enterraran los cuerpos que los necesitaran y ellos sabían para qué.
Para hacer el jabón, la piel era separada con máquinas y
curtida para hacer quien sabe qué, pero en todo caso era para convertirla en
mercancía, en objeto de lujo. Los estudiantes eran los encargados de separar la
grasa de los cadáveres y guardarla aparte. Spanner era un civil que se alistó
en las SS como médico, no fue al campo de guerra, ni mato a nadie con sus
manos, fue un tercero que trabajo desde el instituto y al final se fue, quien
sabe a dónde, pero antes de irse le mando a sus estudiantes que siguieran
trabajando la grasa recogida durante el semestre e hicieran bien el jabón y
trataran bien los huesos y limpiaran todo con perfección para que si alguien
revisaba todo tuviera un aspecto como dios manda para que nadie supiera nada y
que por favor quitaran la receta de la pared.
En una guerra de cincuenta años, que termina en medio con
una telaraña de complejidades, hay terceros y segundos y primeros responsables,
unos ayudaron, otros invirtieron, otros actuaron. Habrá quien diga que nunca
nadie le dijo nada o que si algo ocurrió fue lejos de allí y habrá quienes le
tengan miedo a algún olor que presuman viene de los cuerpos y la grasa de los
muertos ajenos, pero no a la muerte misma. Decir la verdad, es asunto de
primeros, segundos y terceros, una obligación ética para contribuir (más allá
del tribunal de justicia y la ley) a decir la verdad, a hacer memoria para
eliminar violencias. Hay que tenerle miedo a seguir en la oscuridad de lo
ocurrido, dejar solos a los que se niegan a encontrar los claros de luz y hacer
que de la guerra se sepa todo lo ocurrido, sus horrores, sus olores, sus
temores, sus financiadores, sus benefactores y su genios de la maldad
escondidos a veces entre la figura de respetables señores acorazados con el
poder del actor principal de la guerra.
-Notas tomadas del
pequeño gran libro Medallones de Zofia Natkowska, editado en 1946. La autora,
participó en la comisión de investigación de los crímenes nazis y expone allí
ocho relatos que sirven para aprender a no olvidar la crueldad y a descubrir
las cosas difíciles de creer, pero que así fueron.
mrestrepo33@hotmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario