Por Carolina Vásquez Araya
En Guatemala, la adolescencia es una etapa de grandes
desafíos. No todos la superan.
Al salir de la niñez, los seres humanos ingresan en un mundo
tan plagado de amenazas como de posibilidades. El color del espectro dependerá,
entonces, no solo del nuevo entorno sino de cómo se ha vivido la niñez desde el
momento del nacimiento; si fue una feliz llegada al mundo o estuvo rodeada de
pobreza, amenazas y violencia. Si durante el transcurso de los primeros años
hubo amor o una carencia profunda de
nutrición emocional y física, elementos indispensables para garantizar el
desarrollo adecuado del nuevo ser. De acuerdo con los Informes de Desarrollo
Humano de los años recientes, en Guatemala la niñez es uno de los segmentos
poblacionales más castigados por la pobreza y el abandono. Del universo
infantil, las niñas son quienes sufren mayores carencias y abusos.
La idea de una adolescencia feliz es -en los países con
mayores deficiencias en su manejo de los asuntos públicos, como Guatemala- una
burla desde todo punto de vista. Las políticas educativas dependen de la
voluntad de sectores opuestos al desarrollo humano, porque su atención y
esfuerzos están centrados en obtener los mayores beneficios posibles del manejo
de los haberes del Estado y de las riquezas nacionales. Una sociedad educada,
preparada y potencialmente fuerte en términos de ciudadanía representa una
amenaza que no figura en los planes de quienes detentan el poder.
Lo anterior, deslizado muy hábilmente como política de
Estado, ha representado la eliminación de institutos vocacionales para jóvenes
que emergen de una niñez con baja cobertura educativa y programas inadecuados
para enfrentar los desafíos de un mundo cambiante. De ese modo, sus
aspiraciones de alcanzar sueños de vida capaces de eximirlos del triste destino
de integrar huestes de desempleados, se ven aniquiladas incluso antes del
intento.
Las cantidades obscenas de dinero de las arcas públicas
desviadas hacia los bolsillos de quienes han hecho feria del presupuesto de la
nación revela de manera inequívoca que esa estrategia de oscurantismo educativo
es efectiva, porque produce una especie de vacío entre los operadores
político/económicos y el resto de la población cuya capacidad de reacción ha
sido prácticamente abolida, incluso entre sus estratos más privilegiados. Ante
la cruda realidad de la corrupción y el crimen organizado, la ciudadanía parece
preferir el estatus a un cambio radical cuyas consecuencias son impredecibles.
Y los tiburones, satisfechos, aprovechan el temor de sus víctimas nutriéndose
de su sangre.
De ahí que sea conveniente apagar el fuego juvenil incluso
antes de prender. Quitarles la savia, rodearlos de obstáculos para su
desarrollo y mantenerlos en un estado de perenne frustración en donde cualquier
oferta de trabajo mal pagado les parezca una puerta al paraíso, son estrategias
puntuales sacadas de un tratado de la más vil ideología de la explotación. La
juventud se debate, entonces, entre lo poco legítimo a lo cual tiene acceso y
la abundante oferta de organizaciones criminales, cuyos intereses prevalecen
por encima de los objetivos comunes de una población abandonada.
Surgir de una niñez plagada de carencias -para el 60 por
ciento de la ciudadanía- malnutrida, violentada y sin perspectivas, para
ingresar de golpe en una etapa de adolescencia y juventud más amenazante aún,
es la vida diaria de miles de guatemaltecos. Niñas madres a los 12 años, niños
sicarios capaces de asesinar por dinero, jóvenes transformados en monstruos por
una sociedad que prefiere aplicarles la pena de muerte a luchar por ofrecerles
educación y trabajo, es la fórmula perfecta para el fracaso.
ROMPETEXTO: Jóvenes enfrentados a un mundo que los rechaza y
los margina, es componente toral de la crisis.
elquintopatio@gmail.com
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