martes, 13 de octubre de 2020

Ojalá no sea una crónica de una devaluación anunciada

 Por Sergio Ortiz: 

La diferencia entre el dólar oficial y el blue supera el 110 por ciento. Aunque el gobierno se resiste, las cosas pintan como crónica de una devaluación anunciada. Que no ocurra como en la novela de García Márquez.

“La única verdad es la realidad” pontificaba Perón cuando quería justificar algún cambio de política no prestigioso. Sucede que no hay una sola realidad, o – lo que viene a ser casi lo mismo – esa realidad puede dividirse en dos. Saber cuál de esas porciones es la más importante y sobre todo la más recomendable a los sectores populares, tal el quid de la política.

Hoy buena parte de la política pasa por la economía y por la salud pública. En esas órbitas hay que esforzarse por dar en el clavo, para no clavarse. En ambas hay nubes de tormenta, rayos y culebras.

El Banco Mundial confirmó que el PBI argentino va a caer 12,3 por ciento este año, en lo más alto de un podio regional al que nadie quiere subir. En 2021 habría una recuperación del 5,5, menor a la mitad de lo descendido. Debe sumarse que 2018 y 2019, con Mauricio Macri, fueron años muy recesivos y sin que pudieran darse explicaciones epidemiológicas sino ideológicas.

Es una pésima señal para quienes sufren la crisis en carne propia y también abre un gran interrogante sobre la viabilidad de los planes del gobierno. El celebrado acuerdo con los acreedores extranjeros liderados por BlackRock dispuso que a partir de 2021 comiencen los pagos de la deuda externa: 2.000 millones de dólares anuales en los primeros cuatro años. Después se empinarán a 9.000 millones.

Cumplir con esas obligaciones autoimpuestas sin el requisito de una auditoría previa será muy sacrificado. Además, está la duda de con qué dólares se cuenta para esos pagos. Después de haber vendido el Banco Central 1.600 millones en septiembre, hoy sus reservas líquidas no superan 3.000 millones. Algunas consultoras, el establishment y la oposición macrista dicen que están cerca del límite cero. Más allá de esas estimaciones sesgadas, hay muy pocas reservas, al punto que Alberto Fernández, Martín Guzmán y Miguel Pesce desalentaron con impuestos las compras del dólar ahorro.

Las expectativas de aumentar reservas del Central con las divisas que liquidarían los exportadores ante la rebaja de tres puntos en las retenciones, no se materializaron. 17 millones de toneladas de la cosecha siguen ensiladas a la espera de un dólar más alto. Y esa presión viene siendo exitosa porque el blue cotizó a 167 pesos, 110 por ciento arriba de la cotización oficial. 

Toda pinta que a ese dólar oficial será asesinado. No serán los hermanos Vicario, de la novela de Gabo. Serán la City, los exportadores y los fuga dores de dólares prontuariados en mayo por el Central, impunes.

Historia repetida

Las devaluaciones no comienzan cuando las autoridades económicas comunican el nuevo valor del billete estadounidense. Ese es el final de la historia, que deja muy malheridos a quienes perciben ingresos fijos en pesos. Se devalúa su poder de compra frente a productos y servicios cuyos precios suben como si todos fueran exportables y cotizaran según Chicago o la pizarra de Wall Street.

Las devaluaciones empiezan antes, con aumentos en alimentos, combustibles y artículos vendibles al exterior. Es lo que está pasando ahora, con más inflación. Se agrava la maniobra por la no liquidación de divisas de quienes venden afuera y su facturan para abonar menos impuestos.

El faltante de divisas impulsa la suba de cotización. Es no fue culpa de quienes compraban 200 dólares sino de los especuladores y los inversionistas que venden bonos y pasan al dólar “con liqui”.

El país necesita divisas para importar productos e insumos para la producción. También para pagar sus deudas legítimas, que no era el caso de los 66.000 millones reclamados por los fondos privados, y menos aún los 45.000 millones que quiere cobrar el FMI. Su misión de dos empezó el sondeo y hoy volvía a Washington.

Para pagar a esos delincuentes mayúsculos del capital financiero internacional no se deberían derrochar dólares. Para el resto de las obligaciones, y en especial para las importaciones de insumos imprescindibles para la economía, claro que se necesitan esos billetes. La crisis nacional, regional y mundial replantea la necesidad de otro orden mundial que no se rija por el dólar estadounidense sino por otra moneda o una cesta de monedas que no imprima solamente la Reserva del Tesoro. Este debate viene de años y conviene retomar porque con el neonazi Donald Trump o el imperialista “moderado” Joe Biden, los sufrimientos del mundo seguirán agravándose. Nueva remisión al Nobel Gabo: Crónica de una crisis mundial anunciada.

¿Acaso no hay dólares en Argentina? Obvio que sí. Este año, por el freno de importaciones, el comercio exterior dejará un superávit de 20.000 millones de dólares. Sólo entre soja y maíz la cosecha supera 100 millones de toneladas, con precios altos en Chicago. Se puede exportar petróleo a 60 dólares el barril. Hay negocios en puerta con China por miles de millones de dólares, por ejemplo, con exportación de carne porcina. El proyecto de 25 mega-granjas debería modificarse a favor de otro con muchas pequeñas granjas y planteles de cerdas más reducidos, para mejorar la higiene y ecología. 

Ese acuerdo con Beijing es válido, aunque se oponga el embajador yanqui Edward Prado y la cultura y ecología VIP representadas por Nicole Neumann, Catherine Fulop, Fede Bal y otros estadistas.

El problema es que los dólares los tienen los grandes exportadores de granos como COFCO, Cargill, ADM, Bunge, AGD, etc. Si Fernández no se atreve a nacionalizar el comercio exterior, al menos podría haber expropiado a la poco transparente Vicentín. Así habría contado con dólares propios y recuperados fondos del Nación, más una lupa sobre las operaciones fulleras de esas multis y la incidencia en el precio de los alimentos.

Era una carambola a tres bandas, pero había que animarse a expropiar Vicentín. Fue Crónica de una retirada anunciada.

Dilemas con COVID

Primero se llamó cuarentena, después ASPO (Aislamiento Social Preventivo Obligatorio) y ahora hay una confusión mayúscula incluso en su denominación.

El presidente volvió al modo profesor, sus filminas y sus filípicas de que hay que cuidarse, algo en lo que sólo los alocados están en desacuerdo. Hay que ser muy alienados para cuestionar esa necesidad del cuidado propio y social, con estadísticas como las conocidas ayer. Argentina tenía 871.000 contagiados y 23.221 muertos, con un reporte diario de más de 15.000 contagios y más de 500 fallecidos.

El problema no es sólo el apodado “maldito bicho”, sino también las políticas adoptadas para afrontar la pandemia.

Si el anterior presidente desmanteló el ministerio de Salud, eso no se lo puede cargar a la cuenta del coronavirus sino del PRO-Juntos por el Cambio.

Pero a partir del 20 de marzo, cuando empezó la cuarentena, los logros y también los límites hay que relacionarlos con el actual gobierno, con el descuento de la herencia maldita mencionada.

Al principio se elogió las políticas del presidente AF, que contaba con 83 por ciento de aceptación. Ahora cayó casi 50 puntos, evidenciando no sólo el efecto esmerila miento de Clarín y el macrismo, factores activos en esa declinación, sino también los errores del Frente de Todos. Hoy, cuando los números absolutos de Argentina están entre los peores del mundo, correspondería una revisión autocrítica de ambos Fernández, pero no la hay. 

En sus propias filas hubo médicos y especialistas que les advirtieron la necesidad de un corte abrupto de la circulación de personas, para limitar el número elevado de contagios. En otras palabras, que el presidente apretara el “botón rojo”.

El profesor AF tuvo el viernes 9 un yerro doble.

El primero, avalar la flexibilización de más actividades en el AMBA y varias provincias, incluyendo clases presenciales para últimos años de primaria y secundaria, gimnasios, empleadas domésticas y toda la industria de la construcción. Eso no fue botón rojo sino luz verde.

El segundo, poner de modelo al AMBA frente al interior del país, que debería aprender del distrito manejado por Horacio Rodríguez Larreta en la parte porteña y Axel Kicillof en la bonaerense. Los números totales de CABA y provincia de Buenos Aires lideran con amplitud los daños del COVID-19 y no pueden ser el ejemplo a imitar. Además, el interior no cuenta con los recursos económicos, financieros y sanitarios de esa parte hegemónica y rica de la Argentina. Pedir a Libertador San Martín, de Jujuy, u Orán, en Salta, que aprendan e imiten a San Isidro o Recoleta, es un despropósito.

Además, esa recomendación eleva casi a prócer al posible precandidato presidencial del PRO-Juntos por el Cambio, a quien el oficialismo había ayudado a encumbrarse con tal de limar al ingeniero.

Fernández sintió su bajón en las encuestas y su clase del viernes tuvo otro déficit: las limitaciones a actividades fueron para 18 distritos provinciales (no a todas esas provincias). Y dejó en manos de los gobernadores la instrumentación de tales restricciones, sacándole el cuerpo a la jeringa. ¿Dejar que Gerardo Morales y Juan Schiaretti tomen esas decisiones? Última referencia a García Márquez: Crónica de un fracaso anunciado.

ortizserg@gmail.com

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