miércoles, 1 de abril de 2020

Covid-19, el neoliberalismo y la destrucción de la salud pública



Por Aram Aharonian: 
El coronavirus ha dejado a la intemperie el drama social producto de años de neoliberalismo. La profunda crisis del sistema ha desempeñado su papel en la salud pública socavada por la política de austeridad que simplemente no puede con la enfermedad siquiera en los países europeos más “civilizados”.
Transitó el mundo occidental años de haber dejado de financiar la salud pública, de aceptar la coexistencia del sector privado -con la consecuente cofinanciación o subvención a las empresas privadas nacionales o trasnacionales- y haber transformado a los hospitales en empresas médicas, y la pandemia muestra los resultados inevitables.


El mundo globalizado de hoy está afectado no solo por el coronavirus sino por numerosas enfermedades de naturaleza económica y social, como las desproporciones desordenadas del “mercado libre”, la pobreza en gran escala, la creciente desigualdad social, el atraso crónico en el desarrollo, las enormes lagunas en la educación e, incluso, los rudimentos del fundamentalismo religioso junto a una corrupción constante.

La Organización Internacional del Trabajo prevé aumento en los índices de pobreza, desempleo y subempleo, como impacto de la pandemia y señala que 25 millones de personas podrían perder sus trabajos, superando las cifras de la crisis financiera del 2008-2009, que significó un incremento de 22% de desempleados. El impacto será devastador para los trabajadores que ya se encuentran o están cerca del umbral de pobreza.

Entre sanitaristas y privatistas
La crisis sanitaria actual paradójicamente  ha dado punto final al entrevero histórico  entre sanitaristas y privatistas. La evidencia es la propia realidad: ante una crisis sanitaria de   magnitud como la actual no se puede responder con mecanismos de transacciones de oferta y demanda, sino solo con una enérgica intervención pública.

Desde la década de 1980  el mundo ha vivido en un estado permanente de crisis. “Por ejemplo, la crisis financiera permanente se utiliza para explicar los recortes en las políticas sociales (salud, educación, bienestar social) o el deterioro de las condiciones salariales. Se impide, así, preguntar por las verdaderas causas de la crisis. El objetivo de la crisis permanente es que esta no se resuelva, señala Boaventura de Souza Santos.

Los objetivos – en favor del club de los más poderosos-  son los de legitimar la escandalosa concentración de riqueza e impedir que se tomen medidas eficaces para evitar la inminente catástrofe ecológica. “Así hemos vivido durante los últimos 40 años. Por esta razón, la pandemia solo está empeorando una situación de crisis a la que la población mundial ha estado sometida”, añade.

El  neoliberalismo desde la década del 1970,  centró su penetración ideológica en un discurso simple pero atractivo: la “libertad de elegir”, es decir  una economía de mercado sin restricciones guarda todos los secretos de eficiencia y justicia distributiva.

En forma complementaria el discurso neoliberal refirió otra simplificación explicativa: todos los crecientes problemas de las economías (desocupación, marginación, diferencias, polución,  abismales de ingresos, injusticias, inmovilidad social, sobre endeudamiento, etc.) serían debido a la presencia activa  del Estado en actividades .

Todas las actividades  “podrían ser hechas  mejor y con mejores resultados” por el sector  privado, sin pensar la existencia de contradicción alguna entre su afán de mayor lucro y los resultados sociales injustos o desbalanceados. Una de las áreas en las cuales puso la mira  vehemente pie la inversión privada en los últimos años fue el de la salud.

 El derecho básico universal a la salud pública fue bandera de los europeos y en América Latina, pero no así en EEUU, que no lo tiene siquiera reconocido. Hoy, el coronavirus expone las falencias del sistema de salud estadounidense, donde 30 millones de personas no poseen seguro médico y otros 40 millones sólo acceden a planes deficientes, con copagos y seguros de costos tan elevados que sólo pueden ser utilizados en situaciones extremas.

Dispararon contra la salud pública
La pandemia se expande, así como el miedo a no poder pagar las costosas consultas y tratamientos. La última década dejó los sistemas sanitarios de Europa, otrora orgullosas joyas de la corona del Estado de bienestar en un estado muy precario: se perdieron y cerraron plazas, hospitales camas, médicos, se limitaron recursos, se dejaron pasar oportunidades, disminuyó la investigación y la inversión, aumentó la ganancia de las aseguradoras y los laboratorios trasnacionales.

Según la Organización Mundial de la Salud, las camas para casos agudos y cuidados intensivos en Italia se redujo a la mitad: en los últimos 25 años de políticas neoliberales, de 575 lugares cada 100.000 habitantes a 275 en la actualidad.

 Hoy EEUU no puede soportar una crisis no prevista. Bastante tienen con la gripe de cada año con la gente que satura los hospitales cada temporada de invierno. La UE naufraga ante una crisis no esperada y la impotencia de llevar a cabo una política social común, que  arruinará el poco crédito que le quedaba. Millones de trabajadores autónomos y pequeñas empresas se van a quedar sin nada.

 La campaña sistemática contra el derecho  a acceder a la atención médica garantizada tuvo otra arista siniestra y perversa no casual: la caída constante de los presupuestos de salud y de los ingresos y condiciones de trabajo de los profesionales y auxiliares de la salud, con la intencionalidad también de demostrar que la salud privada era mejor, al menos en apariencia (edificios más similares a hoteles que a hospitales, campañas de publicidad dirigida,  oferta de servicios diferenciados, etc.)  

La crisis sanitaria actual demuestra que es solo a través de la medicina pública que pueden priorizarse y volcarse los máximos  recursos a los que pueda tener alcance la sociedad . Ante un objetivo  tan elemental inmediato  como es el garantizar la salud, el fin y las prioridades no pueden ser el  lucro privado (vendo y compro lo que me conviene)  sino la atención de los enfermos y la superación de la epidemia. No se trata de un  negocio, se trata de la vida.

¿Acaso el virus nació en China? Según la Organización Mundial de la Salud, el origen del virus aún no se ha determinado. Por lo tanto, es irresponsable que los medios oficiales en Estados Unidos hablen del «virus extranjero» o incluso del «coronavirus chino», sobre todo porque solo en países con buenos sistemas de salud pública (EEUU no es uno de ellos) es posible hacer pruebas gratuitas y determinar con precisión los tipos de gripe que se han dado en los últimos meses.

La forma en la que se construyó inicialmente la narrativa de la pandemia en los medios de comunicación hegemónicos occidentales hizo evidente la intención de demonizar a China, insinuando su primitivismo (malas condiciones higiénicas en los mercados, extraños hábitos alimenticios, usados como muletilla por la prensa occidental). Subliminalmente, la ciudadanía  mundial fue alertada sobre el peligro de que China domine al mundo.

Lo que sabemos con certeza es que, mucho más allá del coronavirus, hay una guerra comercial entre China y Estados Unidos. Desde el punto de vista de éste país, es urgente neutralizar el liderazgo de China en cuatro áreas: la fabricación de teléfonos móviles, las telecomunicaciones de quinta generación (inteligencia artificial), los automóviles eléctricos y las energías renovables.

Cambio drástico de vida
Pero la pandemia ha exigido cambios drásticos, imposibles que como por arte de magia se convierten en realidad: vuelve a ser posible quedarse en casa, tener tiempo para leer un libro o ver una película, pasar más tiempo con la familia, consumir menos y, sobre todo, huir de los centros comerciales en las grandes ciudades.

Se desmorona el imaginario colectivo impuesto por el hípercapitalismo y obliga a discutir alternativas, lo que crea mucha inseguridad en ese 1% de los dueños del mundo. La pandemia, al igual que la crisis ambiental demuestra meridianamente que el neoliberalismo mata.

 Estado de necesidad y deuda
En muchos otros países de la región,  esta enorme emergencia mundial es coincidente  con ahogo financiero. ¿Cómo volcar  mayores recursos públicos  cuando existe la presión  de  un endeudamiento público  altamente cuestionado? La consigna automática podría ser el no pago de la deuda externa.  Pero no surge automáticamente en la población la capacidad de vincular la deuda con la crisis sanitaria. 

El planteo para alcanzar mayor comprensión y adhesión  social  debe ser al revés: a partir de esta emergencia la prioridad absoluta del gasto público debe destinarse a atender la urgencia sanitaria y de garantizar las condiciones de vida de la población y todo otro gasto – incluido por supuesto las vinculados intereses o amortización de la deuda pública – pasa a estar condicionado al cumplimiento de lo primero.
Como ha ocurrido y ocurre en cualquier sociedad que afronta  catástrofes, una propuesta concreta urgente debe  hacer  referencia específica  a los gastos e inversiones  que deben realizarse sin demora: insumos y equipamientos médicos, mayor cantidad de plazas de terapia intensiva en los hospitales,  pago de salarios caídos a quienes no puedan trabajar, contratación de personal sanitario, garantizar el acceso a todos los medicamentos, etc., señala el economista y catedrático Jorge Marchini.

A contramano del manual de austeridad con que el organismo históricamente busca resolver todos los problemas mundiales, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, admitió que “será necesario un estímulo fiscal adicional para evitar daños económicos duraderos”. Pero pareciera que Georgieva solo hablaba de financiar la crisis sanitaria de los países europeos.

Inundados de notas, análisis y recomendaciones de expertos en algo, videos, memes; falsedades y verdades; estamos en estado de emergencia, en periodo quincenal de cuarentena obligatorio. Se cerraron las fronteras y están suspendidos algunos derechos civiles como a la libre circulación y reuniones sociales. Ha sido y es difícil asimilarlo. Con el Covid-19 llegó la hora de revivir los lazos de solidaridad y compromiso social.
Sólo se necesitó una pandemia mundial, como la del coronavirus, para revalidar el rol del Estado como reasignador de recursos. Un dilema clave en relación a los recursos financieros y en divisas que nuestros países precisan urgentemente para afrontar esta crisis sanitaria, sorprendente por lo rápida y virulenta, son los ajustes exigidos por el FMI y los fondos financieros que los han esquilmado… o la salud pública, señala Jorge Marchini.

Hay que elegir.

Aram Aharonian. 
Periodista y comunicólogo uruguayo. 


1 comentario:

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