Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Una reciente encuesta de la Universidad del Desarrollo,
difundida por el propio diario El Mercurio (21 de abril), ha dejado al desnudo
las debilidades de nuestro sistema institucional. Si por “democracia” se ha
entendido el gobierno del pueblo y por el pueblo, lo cierto es que hoy en Chile
los ciudadanos prácticamente no reconocen poder alguno sobre las decisiones de
la política. De allí, entonces, los altos niveles de abstención electoral y la
falta de representatividad popular de quienes son escogidos para integrar el
Gobierno, el Parlamento y las municipalidades.
Ante la pregunta sobre cuáles cree usted que son las
instituciones que más influencia tienen en las decisiones gubernamentales, un
44 por ciento de los encuestados cree que son las empresas las que más inciden
en tal sentido, seguido de quienes le asignan a los medios de comunicación ser
también muy decisivos al aspecto. Los mismos partidos oficialistas solo
contribuirían un siete por ciento en la toma de decisiones y, después de ello,
los sindicatos, las FFAA, las iglesias y la ciudadanía no pasan de ejercer un
cuatro por ciento de influjo.
Llama la atención también en este sondeo que más 55 por
ciento de los encuestados piense que no tiene ninguna influencia en lo que
hacen las autoridades, con lo que se consolida la pobre matriz republicana de
nuestro orden político institucional. De allí, además, que en el Chile de hoy
exista un 45 por ciento de personas que le interese muy poco o nada la
política, en contraste con la cifra del 12 por ciento que todavía le importa
mucho.
Las cifras son ciertamente dramáticas si se las compara con
otros países en que el ejercicio ciudadano es relevante y la política mantiene
el interés de la población, aunque la decepción respecto de sus actores parece
ser un fenómeno muy universal y creciente. Lejos hemos quedado de ese fervor
ciudadano que se expresaba en los primeros comicios de la pos dictadura. Algo
que hoy recién preocupa a las clases dirigentes y desde el Servicio Electoral
se gastan recursos para estimular el sufragio en un país en que el derecho a
voto es voluntario.
Hay países considerados democráticos en que la concurrencia
a las urnas no es muy masiva o suele ser fluctuante entre una y otra elección.
Sin embargo, los ciudadanos de todas maneras sienten que están representados
por sus gobiernos y parlamentos. Además de asignarle alguna capacidad y
dignidad a los diversos partidos y líderes políticos y sociales. En contraste
con ello, la misma encuesta que comentamos ratifica aquellos que es ya vox
populi: la desconfianza general que existe respecto de la llamada “clase
política.
En efecto, apenas un 12 por ciento de nuestra población cree
que sus diputados y senadores se esfuerzan por cumplir las promesas que le
hicieron al electorado, mientras que más de un 66 por ciento piensa que
nuestros legisladores no procuran hacer lo que más le conviene al país. Toda
una realidad que en los hechos nos resta autoridad moral para darles lecciones
de democracia a los otros países de nuestro entorno regional. La constatación
de cifras que se hacen despreciables, además, frente a los estándares
democráticos de muchos países del mundo.
Es acertado asegurar también, a la luz de este sondeo, que
el gobierno actual parece más de los empresarios que de los trabajadores;
digitados mucho más por las instituciones patronales que por los partidos
políticos, las agrupaciones laborales y de la vida civil. Una realidad que debe
ser de suyo indicativa de los niveles de corrupción que a diario se alcanzan en
los más distintos campos, así como de la impunidad que favorece a las
colusiones empresariales y políticas.
Si se añaden a los resultados de esta encuesta los múltiples
indicadores de la percepción social que existen frente a nuestra pretendida
democracia, podrán sacar, por supuesto, el aumento de la inseguridad y el
desarrollo de la delincuencia común. El hecho de que la violencia se haya hecho
ya el pan de cada día y se instale como el alimento sustancial de los noticiarios
de la televisión y radio, como de los titulares de la prensa y de las redes
sociales.
La desconfianza que hoy, por añadidura, sabemos que existe
respecto de la probidad de nuestros tribunales y de la idoneidad de las mismas
instituciones intelectuales y religiosas estimula en las víctimas la necesidad
de hacerse justicia por su propia mano, además de evadir o eludir las
disposiciones tributarias y hasta las leyes del tránsito, cuando se descubren
los más voluminosos fraudes fiscales en las propias policías y los militares.
Conmociona en tal sentido que un país que se proclamaba probo, casi incorrupto,
hoy iguale o supere a tantos otros en esta lacra. Incluso en lo que toca a los
abusos cometidos por sacerdotes y obispos, nos da la impresión que Chile, en
relación a su tamaño, es el que ha demostrado una de las peores condiciones.
Tampoco parece ser muy encomiable que en relación a su
actividad laboral el 45 por ciento de los empleados estime que el trabajo es
solo una manera de ganar dinero. Que tantos chilenos tengan como incentivo solo
obtener plata ejerciendo sus empleos, por lo que debemos desprender que la
mayoría trabaja insatisfecha en un país en que el salario es mínimo o muy
precario para la amplísima mayoría de los trabajadores. Y que debiéramos
felicitarnos de que muchos compatriotas e inmigrantes se asuman como vendedores
ambulantes antes de llegar a delinquir para generarse su sustento. Junto con
tener que defenderse de la represión policial que los apalea y les confisca sus
mercancías, mientras los micro traficantes, por ejemplo, se desenvuelven con
mucha más seguridad.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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