Por Sergio Ortiz:
Se ha puesto de moda el ascenso de políticos neonazis,
incluso en superpotencias como Estados Unidos, donde asumió Donald Trump en
enero de 2017. Otros casos con similitudes y matices son los del presidente de
Hungría, Viktor Orban, del partido Fidesz; el ministro del Interior italiano
Matteo Salvini, de la xenófoba Liga del Norte, etc.
Con la elección del 28 de octubre Brasil se sube a esta
tendencia. El 1 de enero entrará en el Palacio del Planalto el electo Jair
Bolsonaro. El capitán retirado del Ejército, de 63 años, representante del casi
ignoto Partido Social Liberal, le ganó el balotaje con el 55,13 por ciento de
los votos (57 millones de sufragios) a Fernando Haddad, del Partido de los
Trabajadores, con el 44,87 por ciento (47 millones de votos), quien suplantó al
proscripto Lula da Silva.
Pese a la tremenda polarización aumentada desde la primera
vuelta del 7 de octubre, la participación volvió a ser del 70 por ciento.
Unos 31 millones de brasileños no fueron a votar, incluidos
3 millones que no podían ejercer ese derecho por no haber registrado sus
huellas dactilares. Éstos últimos son en su mayoría población pobre y
nordestina, con mayor influencia electoral del PT: potencialmente eran votos
para Haddad.
De todos modos, la diferencia de casi 11 puntos y 10
millones de votos ilustra que la pulseada fue ganada con claridad por el
neofascista. No hay excusas ni hubo fraude en las polémicas urnas electrónicas.
Los letrados del perdedor no presentaron ninguna denuncia de
ese tipo ante el Tribunal Supremo Electoral.
El gran derrotado en política es el PT, que con Lula y Dilma
Rousseff había ganado las cuatro últimas elecciones, ininterrumpidamente desde
2002. Tras su traspié, ese partido divulgó un video con un poema del soviético
Vladimir Maiakovski: “no estamos alegres, es cierto. ¿Pero por qué deberíamos
ponernos tristes? El mar de la historia es agitado. Las amenazas y las guerras
hay que atravesarlas. Partirlas al medio cortándolas, como una quilla corta las
olas”. Más allá de la belleza del texto, la derrota fue muy dura y llevará a
debates internos y autocrítica de la que fue la mayor fuerza política y una de
las grandes influencias en la región.
El PT no está muerto. Tendrá una bancada de 57 diputados y
varios senadores (aunque Rousseff fue derrotada en Mina Gerais), además de
gobernadores en Bahía, Ceará, Piauí y Río Grande do Norte, la nordestina región
más lulista.
En ese examen el partido derrotado debería responder
autocríticamente tres cuestiones. ¿Por qué no fue capaz de hacer crecer la economía
del país desde 2012 hasta 2016, e incluyo adoptó planes de ajuste con ministros
fondomonetaristas como Henrique Meirelles?
¿Por qué el PT hizo política de alianzas y puso como
vicepresidentes a personajes como Michel Temer (PMDB), quien perpetró el golpe
de Estado contra Dilma? ¿Por qué su administración estuvo tan permeada, desde
altos niveles, de tanta corrupción como se verificó en escándalos como Lava
Jato que enlodaron a todo el espectro? Se suponía que el PT era el mejor, pero
en corrupción tuvo marcas horribles y eso fue un factor de primer orden en su
derrota.
Bolsonaro, Bolso-nazi.
No vale la pena reproducir las declaraciones neonazis,
apologistas de la dictadura militar 1964-1985, represivas, homofóbicas,
racistas y machistas de Bolsonaro, diputado desde 1991. Son suficientemente
conocidas. Ese tono, envuelto en papel evangélico, como mediador de los
designios de Dios, recrudeció en esta campaña. Tuvo mayor recepción social
desde el oscuro incidente en el que fue apuñalado, el 6 de septiembre; le dio
el toque de “víctima” que necesitaba el enviado del Señor a poner orden en
Brasil.
La Iglesia Universal del Reino de Dios y su cadena
televisiva Récord fue el gran canal para la captación de los votos. El
“Demonio” Steve Bannon, ultraderechista asesor de imagen de Trump en 2016, y
aportistas empresarios le dieron una gran mano con las “fake news” (noticias
falsas) por las redes sociales, especialmente Whatsapp.
Mientras injuriaba a Haddad y a su compañera de fórmula
Manuela D’Avila, comunista del PCdoB, Bolsonaro rehuyó todo debate televisivo
donde hubiera sido desnudado como el mediocre que es. Argumentó razones de
salud pero tampoco lo hizo para el balotaje, ya con alta médica. Este Mesías
bautizado en el Jordán huyó como cobarde de la batalla intelectual legal y
difamó por las redes y con los pastores amigos.
Una característica de los neonazis es que aplican planes
neoliberales, con reformas laborales y previsionales, privatizaciones, etc, con
ministros fondomonetaristas y Chicago boy’s. Bolsonaro designó a Pablo Guedes
como titular de Hacienda, ubicado tan a la derecha que descalifica al Mercosur
como un “pacto ideológico” de signo izquierdista, algo que nunca fue.
El “mercado”, léase el gran capital paulista e
internacional, saludó la victoria de Bolsonaro con una suba de la bolsa de San
Pablo. Síntoma similar, con olor a muerte, fue que dos fábricas extranjeras de
armas anunciaron su radicación en Brasil: una de Emiratos Arabes y otra checa.
La acciones de la firma nacional, Taurus, subieron 421 por ciento desde agosto.
Esto va de la mano con el crecimiento de la “Bancada de la Bala”, con 250
diputados y senadores partidarios de la justicia por mano propia y el “gatillo
fácil” policial y militar.
Los neonazis se buscan y abrazan. La primera gira de
Bolsonaro lo llevará a Chile, para ver al derechista Sebastián Piñera, a
Estados Unidos a reunirse con Trump y a Israel, con Benjamin Netanyahu.
Tristeza nao tem fim.
ortizserg@gmail.com
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