Por Juan Pablo Cárdenas S:
Más allá de su contundente victoria electoral, es evidente
que Jair Bolsonaro no representa un proyecto político claramente definido
ni un movimiento o partido de raigambre
popular con objetivos políticos o programáticos definidos públicamente. Como su
misma campaña lo advirtió, votar por él era hacerlo contra del Partido de los
Trabajadores, la corrupción generalizada de las autoridades y los altos e
inquietantes índices de criminalidad. Tampoco en lo personal al ahora
presidente Electo se le reconoce cualidades de conductor o líder espiritual,
cuando el mismo ha dicho que va a invitar a algunos conocidos economistas para
que le hagan la tarea que, dice, no sabe hacer.
Quizás por su antepasado militar se sienta seguro de poder
afrontar problemas como el de la delincuencia, pero lo más seguro es que se
proponga encararla con más represión policial y violaciones sistemáticas de los
Derechos Humanos, cuando alguna vez se lamentara de que las dictaduras
militares no hubiesen eliminado a más opositores. Cuando todas las sospechas
apunten a que se trata, además, de un
personaje racista, misógino y homofóbico que, de poner en práctica formas de
discriminación como las que se temen, en muy poco tiempo perdería su
credibilidad y apoyo popular en un país en que los afroamericanos, por ejemplo,
son muy numerosos.
No es la derecha, ciertamente, la que ha ganado con él. Es mucho
peor: podría ser el fascismo, el desdén por la democracia y su deseo de sumar a
las Fuerzas Armadas a la conducción del país. De allí que haya políticos y
partidos que, si bien hoy celebran su victoria, lo más probable es que a poco
andar se deslinden de éste, para no desbaratar tantos esfuerzos por acreditarse
como republicanos especialmente en las naciones que sufrimos largos regímenes
dictatoriales.
Lo que pase con Bolsonaro dependerá mucho de la actitud que
asuman las izquierdas tanto en Brasil, la región y el mundo. Si el derrotado
partido de Lula se propone trabajar solamente para la recuperación del
Gobierno, sin hacerse la debida autocrítica, desplazar a los corruptos y
cederle espacio a las nuevas generaciones como al mundo social, lo más probable
es que Bolsonaro se quede por mucho tiempo en el poder y obtenga las excusas
suficientes para concretar sus amenazas o despropósitos.
Los resultados electorales hablan de un país dividido, sobre
todo iracundo con la clase política, aunque una amplia mayoría terminara
apoyando a un viejo diputado integrante también de la cúpula dirigente, cuyo
único acierto fue interpretar “oportunamente” el malestar popular, pero incapaz
de ofrecerle un camino. Por lo mismo es que la situación política podría
revertirse en un tiempo razonable si la llamada izquierda brasilera demostrara
capacidad de reformularse y demostrar un auténtico propósito de enmienda.
Conjurando, por supuesto, el
divisionismo, el capillismo y otras malas prácticas que tienen al progresismo
latinoamericano tan a maltraer, salvo las pocas excepciones conocidas.
Lamentablemente, los aliados que el vencido Fernando Haddad
encontró en Chile son figuras de suyo
desprestigiadas, ávidas nada más de mantener sus relaciones con un gobierno
poderoso como el de Brasil y, sobre todo, muy febles ideológicamente, después
de haber protagonizado la sacralización en nuestro país el sistema neoliberal,
sorteado las demandas más sentidas de la población y, para colmo, ejecutado
varios gobiernos bajo la Constitución Política legada por Pinochet.
No vemos cómo una izquierda brasilera podría renacer de las
cenizas alentada por los expresidentes de la Concertación y otros políticos que
en nuestro propio país son también tan responsables del primer y segundo
gobierno de Sebastián Piñera. Provocando los mismos sentimientos de frustración
en un electorado que observó cómo sus aspiraciones fueron burladas por los
sucesivos gobiernos de la pos dictadura, como para llegar a pensar que de un
gobierno de derecha podría demostrar mayor sensibilidad social que los de
centro izquierda. Una ilusión que recién empieza a disiparse en Chile con las
débiles y demagógicas iniciativas de La Moneda, aunque el izquierdismo criollo
siga sumido en su atomización, caudillismos, falta de propuesta y prácticas de
corrupción.
Es probable que con la victoria de Bolsonaro, en la derecha
chilena se despierte el jolgorio y el ánimo de asociase rápidamente con el
nuevo mandatario brasilero. Ya hemos observado el entusiasmo que su campaña
produjo en los sectores más ultras del oficialismo, pero es probable que el
propio Piñera y su entorno político más cercano actúen con más cautela, salvo
que unos y otros también busquen perpetuarse en La Moneda recurriendo al apoyo
castrense, la represión y el aliento
personal del presidente de los Estados Unidos, quien día a día manifiesta más
desprecio por la voluntad popular y las prácticas democráticas. Al grado de
alentar el terrorismo de estado para combatir la inmigración y mantener en el
poder a los gobiernos títeres de Arabia Saudita e Israel, cualquiera sean sus
despropósitos. Llamando abiertamente, como consta, a derrocar a los
gobiernos de Venezuela y aquellos
“países de mierda” que el mismo identificó en Centro América y otras regiones
del mundo.
Más razón habría, entonces, para superar el lloriqueo de
estos últimos días en la izquierda chilena y latinoamericana impulsando
acciones que lleven a la autodisolución de un sinnúmero de referentes que nada
aportan a la construcción de una izquierda capaz de ofrecer alternativa
ideológica, consolidar alianza con
aquellos movimientos sociales hoy tan distantes de los partidos y levantar
líderes nuevos que se impongan frente a los añosos y revenidos dirigentes aún
aferrados a sus fantasmales estructuras. Varias de las cuales solo subsisten
gracias a los sospechosos aportes de algunos empresarios de derecha, a la par
de las contribuciones oblicuas de algunos gobiernos y partidos vanguardistas
del continente, entre los que se cuentan los de Lula da Silva y su heredera
Dilma Rousseff.
Haciéndose cómplices, con ellos, de los escándalos que todavía se ventilan en
los Tribunales de nuestro país, aunque la impunidad ya se haya impuesto en
algunas causas por el expediente de la prescripción legal de los delitos y la
lenidad de algunos jueces y fiscales.
Por otro lado, es preciso que nuestras izquierdas se
demuestren impermeables a las ideas y “encantos” de la derecha. A la pretensión
tan contradicha por los hechos de que el bienestar social puede fundarse en el
capitalismo salvaje o neoliberal que asola a nuestros pueblos y solo ha logrado
agudizar la inequidad y la brecha entre ricos y pobres. Dejando cada vez más a
la intemperie a nuestros pueblos en materia de salud, vivienda digna, derechos
sociales y culturales. Sacudiéndose del infundio de que son los gobiernos de
izquierda los que alientan lacras tan severas como la del narcotráfico, la
violencia y el crimen organizado, cuando éstas se nutren justamente en la
injusticia social, la desigualdad y la codicia de los poderosos, siempre
representados por las derechas, los poderosos empresarios y los militares. Y de
un tiempo a esta parte, también, por los
socialdemócratas y socialcristianos rendidos al sistema hegemónico mundial.
Gobiernos de arenga progresista, incluso, pero que en el poder han sucumbido
moral e ideológicamente.
En este sentido, la elección de Bolsonaro, puede ser una
gran oportunidad para el resurgimiento de un auténtico progresismo y la
esperanza de los pueblos oprimidos .Es cosa de no dejarse abatir por el
pesimismo o el mismo oportunismo.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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