Por Carolina Vásquez Araya:
Un sistema patriarcal históricamente consolidado permea a
toda la sociedad.
No es necesario preguntarse por qué cuando hay que tomar
decisiones importantes, como por ejemplo la elección de un presidente de la
República, la mayoría se inclina por aquellas propuestas abiertamente
patriarcales: mano dura, gobierno fuerte, figura masculina. Son los resabios de
una colonización no solo operada desde los sistemas político y económico, sino
también desde la actitud misma de sociedades acostumbradas a una estructura
vertical de mando que no admite excepciones ni la apertura de espacios auténticamente
democráticos. La respuesta está en una trayectoria histórica cuya principal
característica es la concentración de poder y, de paso, en una idea errónea del
concepto de liderazgo.
Quizá por esa razón resulta prácticamente imposible romper
las estructuras ya establecidas desde la época colonial, cuando las olas de
inmigrantes venidos desde España, con el respaldo de la corona y premunidos de
un indudable halo de superioridad, arrasaron con las culturas autóctonas,
esclavizaron a los habitantes de estas tierras eso, cuando no los exterminaron
de una buena vez- y se apoderaron de la riqueza de este continente. Esa
sensación de pertenecer a una clase superior no ha desaparecido con los siglos.
De hecho, se ha ido afianzando a pesar de las mezclas étnicas y a medida que
los colonizados han perdido toda posibilidad de equipararse con sus
colonizadores.
Es preciso tener muy confusas las ideas para hablar en
Guatemala de buen gobierno, de un “legado”, de liderazgo o de grandes
cualidades de estadista cuando más del 60 por ciento de la población del país
sobrevive bajo la línea de la pobreza y los indicadores de desarrollo humano
están por los suelos. Es preciso ser muy cínico para afirmar que algún ex
presidente o actual gobernante tiene o ha tenido la menor intención de hacer de
Guatemala una nación en pleno desarrollo. Hay que estar ciego de ceguera
absoluta para no ver la miseria alrededor de los palacios de gobierno,
nacional y municipal, con vecindarios carentes de servicios básicos, agua
contaminada, redes de alcantarillado que se hunden por falta de mantenimiento,
puentes que tiemblan amenazadoramente al paso de los vehículos, calles en
ruinas y montañas de basura sin sistemas de tratamiento.
Un líder verdadero no es quien tiene mano dura y la capacidad
operativa para hacer “limpieza social” mediante el uso de escuadrones de la
muerte. Un auténtico líder es quien organiza a una sociedad para hacerla
partícipe de sus políticas de desarrollo, para empoderarla y ponerla a trabajar
a su lado en perfecta sintonía con sus ideales. Un líder no es quien grita y
amenaza, sino quien ama a su pueblo y lo respeta. Venerar a un dictador, añorar
épocas pasadas de dictaduras crueles, racistas y cuyo legado real fueron
muertes y desapariciones, no es más que una patología. Una sociedad saludable
no añora los regímenes autoritarios. Todo lo contrario, aspira a vivir en un
sistema abierto a su participación ciudadana en la construcción de un mejor
país, pero sobre todo en la integración real de todos sus ciudadanos sin
distingos de clases ni etnias.
Quizá sea el momento de comprender que los cambios urgentes
van más allá de la confrontación entre hermanos; los cambios deben comenzar
desde el interior, desde el examen de actitudes y aspiraciones, desde los
prejuicios y los estereotipos que impiden el desarrollo humano y condenan a una
gran parte de la comunidad a vivir en la pobreza más denigrante. Quizá sea el
momento de aceptar que la Colonia ya está en el pasado y se requiere del
concurso de todos para construir una verdadera democracia.
Añorar las dictaduras del pasado es una patología, una
sociedad debe aspirar a la plena democracia.
elquintopatio@gmail.com
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