Por Pablo Salvat Bologna:
Así lo parece estimado lector y lectora. Lo hemos venido
experimentando hace ya tiempo y los eventos del cambio climático y su rebote en
la vida cotidiana de todos nosotros, lo dejan ver. Me refiero por ejemplo, a la
conducta de empresas transnacionales como Enel, o a la de Aguas Andinas, y
otras más que, como ellas, tienen un control muy importante de ciertos bienes,
fundamentales para la vida, como lo son la energía y el agua. Estar maniatado,
es, como se sabe, estar “atado de manos”. Algunos lo dicen, exagerando: estar
atado de pies y manos. Pero quienes están atados de pies y manos no
tienen, en principio, casi ninguna
posibilidad de reaccionar y actuar frente a su situación.
No creo sea lo que sucede con nosotros. Tenemos siempre un
margen para ejercitar nuestra autonomía
crítica; la libertad de acción, reflexión y creación comunitario-colectiva de
lo nuevo –en medio de lo viejo-, a pesar de lo que indica la así llamada
“evidencia empírica”. Pero esto es
posible en el marco de una idea de
política que la define como
praxis, y no como ingeniería social basada en un supuesto conocimiento
científico-técnico al que acceden solo algunos privilegiados. Si la política es
praxis, entonces tenemos como sujetos y miembros de comunidades, la posibilidad
de hacer aparecer algo que antes era inexistente; podemos deliberar sobre el
quehacer de cada uno y de las instituciones, e interrogarlo desde nuestras
demandas y nuevas finalidades normativas. Ahora, quiénes estamos atados de manos?.
Pues los chilenos y aquellos que no siendo de origen
nacional, son parte ya del país. Atados
de manos respecto a la posibilidad de ejercer nuestra soberanía política;
nuestra cualidad de ciudadanos, de
último garante de legitimidad de instituciones y sistemas. Por cierto, eso tiene
que ver con las posibilidades de ejercer y asumir una libertad real, y no
meramente formalista, escriturada, pero impotente a final de cuentas. Este
estar “atado de manos” no afecta obviamente solo a la ciudadanía, sino también
a sus mediaciones institucionales, partiendo por una de las más importantes, el
propio Estado.
Esto ha sido muchas
veces presentado por los medios y las elites de poder como fruto de un proceso
cuasi-natural, por lo cual no cabe ni crítica ni tampoco pretender su
superación o cambio. Pero todos sabemos que los productos históricos tienen
como protagonistas de un modo u otro a los propios humanos, a sus fuerzas
unidas tras intereses, y a las luchas
por el poder terrenal. Por eso podemos decir que, nuestra situación como sociedad, se relaciona con la
imposición de un proceso de modernizaciones neoliberal, esto es, con una fase
nueva de desarrollo capitalista, a la cual corresponderá un nuevo tipo de
Estado.
Si el capitalismo liberal pre segunda guerra mundial se
sostuvo sobre el librecambismo, el patrón de intercambio basado en el oro, el
colonialismo y la primacía inglesa; post Segunda Guerra Mundial, el modelo de
desarrollo se sostuvo en un keynesianismo social, las instituciones de Bretton
Woods, el bipolarismo de la llamada Guerra fría y los procesos de integración
regional.
En cambio, con la imposición del neoliberalismo, se rompen
los límites nacionales, se logra maniatar a los Estados, liberar de cortapisas
el accionar de los mercados y el capital, establecer controles internacionales
de lo que hace cada país (léase, Banco Mundial, FMI, OMC, OECD, entre otras) y
establecer que los Estados Unidos quedarán como gendarme en solitario de la
marcha del mundo. Se trata entonces de una modernización neoliberalita
globalizada, de la mano del capital y las nuevas tecnologías.
Claro, en la crisis de los 70, la salida para el modelo fue
orientarse a recuperar la tasa de ganancia. Cómo hacerlo? Pues, lo hemos visto
y padecido: reduciendo los costos de producción, entre ellos, principalmente
los salarios, desintegrando el sindicalismo, deslocalizando las empresas,
pagando bajos impuestos, aumentando la explotación (del trabajo y de la
naturaleza), endeudando a ciudadanos y países, reduciendo el gasto público,
privatizando bienes públicos y sociales.
Al mismo tiempo, nunca
antes las finanzas han tenido el poder e influencia, abierta o
soterrada, que ejercen hoy. Y, sin embargo, puede constatarse, antes y después
de la crisis del 2008, el aumento escalofriante de las desigualdades, la
creciente crisis del medioambiente y el desgobierno de la cosa pública. Todo
ello pareciera demandar cambios importantes, tanto a nivel mundial como en
nuestro propio país.
Sin embargo, la soberanía ciudadana y popular se haya – al
igual que los Estados-, en este cuadro, maniatada. Y ese estar maniatada por
estos poderes globalizados, es en buena medida responsable de la crisis de
legitimidad que atraviesa todo el campo del quehacer político (de nuevo, dentro
y fuera del Estado). En buena medida de
ahí viene la sensación de impotencia, desencanto, y abstencionismo que por ahora recorre el accionar
ciudadano. Una panelista de televisión
hablaba, a propósito del despropósito estatal en el Sename,
que somos ciudadanos huérfanos.
Uno de los logros de
la modernización neoliberal de todos estos años, ha sido la liquidación del
vínculo social, para ser reemplazado por la lógica de mercado. Pero eso no es todo. Este proceso se acompaña
de una anexión y modificación de la orientación del Estado de parte de las
elites de poder.
Éste ya no puede tener grados mayores de autonomía propia.
No puede ponerse al servicio de las
mayorías, o de alguna idea fuerte de justicia social o bien común. Para sobrevivir en la jungla
globalizadora, tiene que servir los intereses del gran capital, de sus
negociantes, empresarios, bancarios, sean nacionales o transnacionales. Es
decir, estar al servicio del 1% de la población. Ese 1% es el único que tiene poder para
decidir con grados de libertad y de esa manera, coaccionar y delimitar lo que
pueden las opciones políticas electorales.
Por eso afirma alguien como J.C. Monedero, que una de las
principales tareas pendientes que tenemos, tiene que apuntar a la
refundación del Estado. En particular, en todos nuestros países, los que
más han sufrido lo que llama la “noche neoliberal” desde Río Grande hasta Tierra del Fuego, y los que
tienen por tanto muchas dificultades para crear nueva institucionalidad, para
empoderar al pueblo, generar corresponsabilidad popular, imaginar
un modelo que supere al capitalismo y el estatismo, y se oriente hacia
una “sociedad donde la emancipación deje de ser un deseo para ser una realidad
cotidiana y siempre en construcción”. Será esto alguna vez posible entre
nosotros?
psalvat@uahurtado.cl
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