miércoles, 18 de octubre de 2017

Chile país maniatado

Por Pablo Salvat Bologna:

Así lo parece estimado lector y lectora. Lo hemos venido experimentando hace ya tiempo y los eventos del cambio climático y su rebote en la vida cotidiana de todos nosotros, lo dejan ver. Me refiero por ejemplo, a la conducta de empresas transnacionales como Enel, o a la de Aguas Andinas, y otras más que, como ellas, tienen un control muy importante de ciertos bienes, fundamentales para la vida, como lo son la energía y el agua. Estar maniatado, es, como se sabe, estar “atado de manos”. Algunos lo dicen, exagerando: estar atado de pies y manos. Pero quienes están atados de pies y manos no tienen,  en principio, casi ninguna posibilidad de reaccionar y actuar frente a su situación.



No creo sea lo que sucede con nosotros. Tenemos siempre un margen para  ejercitar nuestra autonomía crítica; la libertad de acción, reflexión y creación comunitario-colectiva de lo nuevo –en medio de lo viejo-, a pesar de lo que indica la así llamada “evidencia empírica”.  Pero esto es posible en el marco de una idea de  política  que la define como praxis, y no como ingeniería social basada en un supuesto conocimiento científico-técnico al que acceden solo algunos privilegiados. Si la política es praxis, entonces tenemos como sujetos y miembros de comunidades, la posibilidad de hacer aparecer algo que antes era inexistente; podemos deliberar sobre el quehacer de cada uno y de las instituciones, e interrogarlo desde nuestras demandas y nuevas finalidades normativas. Ahora, quiénes estamos atados de  manos?.

Pues los chilenos y aquellos que no siendo de origen nacional, son parte ya del país.  Atados de manos respecto a la posibilidad de ejercer nuestra soberanía política; nuestra cualidad  de ciudadanos, de último garante de legitimidad de instituciones y sistemas. Por cierto, eso tiene que ver con las posibilidades de ejercer y asumir una libertad real, y no meramente formalista, escriturada, pero impotente a final de cuentas. Este estar “atado de manos” no afecta obviamente solo a la ciudadanía, sino también a sus mediaciones institucionales, partiendo por una de las más importantes, el propio Estado.

 Esto ha sido muchas veces presentado por los medios y las elites de poder como fruto de un proceso cuasi-natural, por lo cual no cabe ni crítica ni tampoco pretender su superación o cambio. Pero todos sabemos que los productos históricos tienen como protagonistas de un modo u otro a los propios humanos, a sus fuerzas unidas tras intereses, y a  las luchas por el poder terrenal. Por eso podemos decir que, nuestra  situación como sociedad, se relaciona con la imposición de un proceso de modernizaciones neoliberal, esto es, con una fase nueva de desarrollo capitalista, a la cual corresponderá un nuevo tipo de Estado.

Si el capitalismo liberal pre segunda guerra mundial se sostuvo sobre el librecambismo, el patrón de intercambio basado en el oro, el colonialismo y la primacía inglesa; post Segunda Guerra Mundial, el modelo de desarrollo se sostuvo en un keynesianismo social, las instituciones de Bretton Woods, el bipolarismo de la llamada Guerra fría y los procesos de integración regional.

En cambio, con la imposición del neoliberalismo, se rompen los límites nacionales, se logra maniatar a los Estados, liberar de cortapisas el accionar de los mercados y el capital, establecer controles internacionales de lo que hace cada país (léase, Banco Mundial, FMI, OMC, OECD, entre otras) y establecer que los Estados Unidos quedarán como gendarme en solitario de la marcha del mundo. Se trata entonces de una modernización neoliberalita globalizada, de la mano del capital y las nuevas tecnologías.
   
Claro, en la crisis de los 70, la salida para el modelo fue orientarse a recuperar la tasa de ganancia. Cómo hacerlo? Pues, lo hemos visto y padecido: reduciendo los costos de producción, entre ellos, principalmente los salarios, desintegrando el sindicalismo, deslocalizando las empresas, pagando bajos impuestos, aumentando la explotación (del trabajo y de la naturaleza), endeudando a ciudadanos y países, reduciendo el gasto público, privatizando bienes públicos y sociales.

Al mismo tiempo, nunca  antes las finanzas han tenido el poder e influencia, abierta o soterrada, que ejercen hoy. Y, sin embargo, puede constatarse, antes y después de la crisis del 2008, el aumento escalofriante de las desigualdades, la creciente crisis del medioambiente y el desgobierno de la cosa pública. Todo ello pareciera demandar cambios importantes, tanto a nivel mundial como en nuestro propio país.

Sin embargo, la soberanía ciudadana y popular se haya – al igual que los Estados-, en este cuadro, maniatada. Y ese estar maniatada por estos poderes globalizados, es en buena medida responsable de la crisis de legitimidad que atraviesa todo el campo del quehacer político (de nuevo, dentro y fuera del Estado).  En buena medida de ahí viene la sensación de impotencia, desencanto, y abstencionismo  que por ahora recorre el accionar ciudadano. Una panelista de televisión hablaba, a propósito del despropósito estatal en el  Sename,   que somos ciudadanos huérfanos. 

  Uno de los logros de la modernización neoliberal de todos estos años, ha sido la liquidación del vínculo social, para ser reemplazado por la lógica de mercado. Pero eso no es todo. Este proceso se acompaña de una anexión y modificación de la orientación del Estado de parte de las elites de poder.

Éste ya no puede tener grados mayores de autonomía propia. No puede ponerse al servicio de las mayorías, o de alguna idea fuerte de justicia social  o bien común. Para sobrevivir en la jungla globalizadora,  tiene que servir  los intereses del gran capital, de sus negociantes, empresarios, bancarios, sean nacionales o transnacionales. Es decir, estar al servicio del 1% de la población.  Ese 1% es el único que tiene poder para decidir con grados de libertad y de esa manera, coaccionar y delimitar lo que pueden las opciones políticas electorales.

Por eso afirma alguien como J.C. Monedero, que una de las principales tareas pendientes que tenemos, tiene que apuntar a  la  refundación del Estado. En particular, en todos nuestros países, los que más han sufrido lo que llama la “noche neoliberal” desde  Río Grande hasta Tierra del Fuego, y los que tienen por tanto muchas dificultades para crear nueva institucionalidad, para empoderar al pueblo, generar corresponsabilidad popular,  imaginar  un modelo que supere al capitalismo y el estatismo, y se oriente hacia una “sociedad donde la emancipación deje de ser un deseo para ser una realidad cotidiana y siempre en construcción”. Será esto alguna vez posible entre nosotros?
psalvat@uahurtado.cl 

0 comentarios:

Publicar un comentario