Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
Hablar del Comandante Ernesto Che Guevara entraña una gran
responsabilidad y un inmenso honor. Pocas personalidades de la historia
contemporánea han copado la multitud de opiniones y comentarios de índole tan
disímil, que su figura ha transitado por las inconmensurables facetas de
leyenda o aventurero y “Quijote” del siglo XX, con la misma intensidad.
El problema de fondo es que el Che no fue un hombre de su
época, como todas las grandes personalidades de la historia, se antecedió a
ella, su visión de mundo transcurría mucho después de los acontecimientos
cotidianos que le tocó vivir, y como aquellos adalides extraordinarios, podía
otear los sucesos del futuro, adelantándose a su época. Como Bolívar y Fidel,
como Einstein y Galileo, como Newton, Darwin y Copérnico, el Che fue un
incomprendido, alguien que con su práctica trazó un camino señero en el
comportamiento del hombre del futuro, a partir de una práctica y de una
cotidianeidad basada en el realce de los mejores valores de la condición humana
para ponerlos al servicio de la construcción de una nueva sociedad en la que la
humanidad pueda, en plenitud de condiciones, desatar su espíritu constructor de
un mundo mejor.
El aniversario de la caída del Che que hoy conmemoramos en
su quincuagésimo aniversario nos trae el recuerdo de un hombre que incluso
después de su muerte ha resistido en el tiempo, las falsas imágenes que se
pretendieron erigir en torno a él. Mucho se ha hablado del Che como un
estereotipo, como un mito mediante el cual el movimiento revolucionario y
especialmente Cuba intentaban edificar una falsa “deidad” que sirviera para
desatar el ímpetu de la lucha contra el capitalismo y el imperialismo, es decir
como si fuera un “Superman” comunista que permitía desbrozar el camino de la
revolución.
Desde el momento de su muerte, la propaganda imperialista
pretendió asociar al Che con la idea de fracaso, de derrota, de fin de una
época. Así, su ausencia física y el fin del proyecto que inició en Bolivia se
podía exponer como la liquidación de una idea y de la posibilidad de construir
un mundo distinto. Aunque no existía la posverdad y los medios de comunicación
no eran tan tenebrosamente poderosos como ahora, la falsificación de la
historia pretendía eliminar la mejor imagen de lucha inclaudicable y desinteresada
que un hombre podía emprender en contra de los explotadores, incluso al precio
de sacrificar su propia vida. Se equivocaron, con su sangre, el Che sembró un
camino que no se ha dejado de transitar ni un solo día de la historia de
Nuestra América.
La amplitud del pensamiento político y las facetas que
transitó en su fructífera vida, nos permite tener una visión sino acabada,
bastante aproximada de la impronta del Comandante Ernesto Guevara. El Che
dedicó parte de su vida a teorizar sobre la estrategia y la táctica para la
toma del poder en América Latina. Muy comúnmente se le ha adjudicado una
supuesta visión dogmática respecto del papel de la lucha armada y la guerra de
guerrillas como única opción para la toma del poder, acusándolo además de intentar
extrapolar la experiencia de la revolución cubana. Sin embargo, la realidad es
que, como lo reflejan sus escritos, siempre concibió la lucha guerrillera, como
lucha de masas, como lucha popular.
Muy pocos analistas de la época (y él no era un a analista
sino un luchador social) tuvieron la capacidad del Che para esbozar una
interpretación tan acabada de la forma como se manifestaba la acción
imperialista en América Latina, también en África y Asia, así mismo estudió y
expuso acertadas ideas respecto de la situación económica de la región, la
lucha de clases, el papel del Estado y el carácter de la revolución. Así mismo,
su conocimiento de la historia latinoamericana, su capacidad para tener una
visión totalizante de la problemática global y su influencia en los países
subdesarrollados, le permitió construir un sólido paradigma que aportaba
sustancialmente al camino de la liberación.
Vale decir, que, como es conocido, no se quedó en la
confección teórica, su obra es sobre todo práctica, la llevo a cabo en su
quehacer como estadista, como dirigente político, edificador de instituciones
en la Cuba de los primeros años de revolución, también en la lucha en la Sierra
Maestra y en las misiones internacionalistas en diferentes latitudes y
longitudes del planeta.
La lucha ideológica cobró fuerza en estas condiciones, no
sólo en el proceso de construcción socialista en Cuba, también en los debates
que se generaban por la influencia de la revolución en los luchadores y en las
organizaciones políticas de la región. Esto es primordial para alejarlo del
dogma y ubicarlo responsablemente en su condición de pensador dialéctico y de
ejecutor práctico de los procesos de transformación de la sociedad. Afirmó que
“La Revolución Cubana ha mostrado una experiencia que no quiere ser única en
América Latina” y reprochó a quienes trataron de “implantar la experiencia
cubana sin ponerse a razonar mucho si es o no el lugar adecuado “. Pareciera
que estaba “mirando” el futuro más inmediato cuando solo tres años después de
su muerte habría de fructificar esta idea en Chile de la mano del presidente
Salvador Allende, en la Revolución Sandinista un poco más de una década
posterior a su partida y en los recientes procesos populares que el devenir del
siglo XXI trajeron para América Latina y el Caribe.
Así mismo, contrario a lo que se suele pensar, jamás hizo de
la lucha armada una condición obligada del camino revolucionario, opinaba
que ello dependía de encontrar el
momento adecuado en que existieran las circunstancias que la hicieran posible,
para lo cual eran necesario dos factores que deben complementarse en lo subjetivo, “…la conciencia de la
necesidad del cambio y la certeza de la posibilidad de este cambio
revolucionario”, a lo cual agregaba como imprescindible, la existencia de
condiciones objetivas, la firmeza en la voluntad de lograrlo y una correlación
de fuerzas favorable en el mundo, entendiendo si, que era responsabilidad de
los luchadores revolucionarios, trabajar por crear esas condiciones, y no
sentarse a esperar que ellas maduraran por sí mismas. Pensaba que las fuerzas
progresistas debían “utilizar hasta el último minuto la posibilidad de la lucha
legal dentro de las condiciones burguesas” como lo expuso con determinación en
su obra “Táctica y Estrategia de la Revolución Latinoamericana”, sin embargo no
dejó de alertar acerca de que una victoria electoral del movimiento popular,
que diera paso a la aplicación de un programa de gobierno orientado a grandes transformaciones sociales en un país,
traería necesariamente la resistencia de los instrumentos de dominación de
clase, en particular de las fuerzas armadas a fin de impedir la ejecución de
tal programa, afirmando premonitoriamente que esa ejecutoria podría devenir en
golpes de Estado como lamentablemente ocurrió en varios países de nuestra
región muy pocos años después de la muerte del Che.
En su rol de estadista, el Comandante Guevara dejó una
estela de dignidad y principios. En julio de 1960, durante un congreso
latinoamericano de juventudes, expresó incluso, comprensión hacia aquellos
gobiernos latinoamericanos que se prestaban para confabularse al lado de
Estados Unidos en su agresión contra Cuba y se manifestó respetuoso de la
soberanía de esos países, pero precisamente aquí en Uruguay, en Punta del Este
en agosto de 1961, solo unos meses después de la derrota de la invasión
mercenaria en Playa Girón, el Che advirtió que Cuba no podría ser separada del
corazón de las naciones latinoamericanas, y que lucharía por no ser apartada de
la organización que los agrupaba, aceptando incluso que la Alianza para el
Progreso, podría llevar una mejoría de las condiciones de vida de decenas de
miles de habitantes de la región. No es la opinión del guerrero desalmado que
el imperialismo y sus voceros han querido mostrar, sino de un líder, un
estadista que ante todo tenía la capacidad de entregar una gran cuota de amor y
solidaridad a la humanidad, poseedor de una inconmensurable flexibilidad
táctica en el análisis, mente fría y pasión revolucionaria en el tratamiento de
asuntos sumamente complejos.
Ese sentir humanista del Che, lo llevó a una vida de
sacrificios en pro de dar el ejemplo sin proponérselo, sino como actitud
cotidiana de vida, a diseñar y seguir caminos, estuvo totalmente alejado de la
vanagloria personal. Percibió como nadie la necesidad de un hombre nuevo que
debería estar motivado por valores que superaran la visión mercantilista del
trabajo, lo cual se manifestó en los hechos, en la promoción de un gran
movimiento de trabajo voluntario que encaraba la construcción de la obra humana
alejada de la búsqueda del beneficio personal, que para el Che era parte
sustancial de la edificación del socialismo en Cuba, creando preceptos que no
se han sido mellados por las necesarias transformaciones que se deben hacer
para enfrentar los retos de una economía mucho más interdependiente en el marco
de un sistema capitalista cada vez más agresivo e intervencionista.
La consumación de la obra del Che vino dada por su
convicción internacionalista que lo llevó a una prédica de la cual no quiso
estar apartado en la práctica. Esta semana estamos recordando precisamente, los
primeros cincuenta años desde que aquel 8 de octubre diera un paso a la
inmortalidad, entregando su vida en las selvas de Bolivia, dando con ello al
internacionalismo, el horizonte más alto de desprendimiento en favor de la
humanidad, sin importar en qué rincón de la geografía del planeta se lucha y se
está dispuesto a la victoria o la muerte.
El Che, se entregó al internacionalismo como expresión de
solidaridad activa en su proyecto de luchar por una sociedad mejor, de manera
leal, auténtica y aherrojado de un soporte ético que le hacía ponerse al frente
de cualquier tarea que enfrentara, incluso la postrera hace ya cincuenta años,
lo hizo como siempre, como un soldado más, alejado de las glorias de su pasado
como comandante de la revolución cubana o como dirigente del más alto nivel del
gobierno de la Cuba revolucionaria. Lo encaró con el mismo desprendimiento con
que se incorporó al Granma, entusiasmado por el inicio de la epopeya que Fidel
le había propuesto, lo hizo con la misma entereza que le permitió resistir los
brutales ataques de asma en la humedad de la selva tropical de la Sierra
Maestra, lo asumió con el mismo fervor con que resolvió las responsabilidades
gubernamentales de una gestión que se inició casi de inmediato bajo el asedio
imperial.
¡Y cuando cayó, llegó a la muerte, con la misma convicción
que vivió, para estar junto a nosotros, encabezando las nuevas batallas que se
libran y se habrán de librar hasta la victoria, siempre!!!!
*Palabras en la conmemoración del Quincuagésimo aniversario
de la caída del Che en el acto organizado por el Sindicato Único de la
Construcción y Anexos (SUNCA) de Uruguay el 4 de octubre de 2017.
sergioro07@hotmail.com
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