sábado, 11 de febrero de 2017

Donald Trump es un peligro para el Mundo

En el Año del Gallo, China se le planta y da pelea a Trump

Por Emilio Marín

Acaba esta primera serie de notas críticas sobre la nueva administración norteamericana. Y se analiza la política agresiva de Donald Trump hacia China. En el Año del Gallo, el gobierno de Xi Jinping le dará una fuerte pelea, sin rendirse.




El 3 de febrero comenzó en China el Año del Gallo, al que se juzga como sabio y entendedor del tiempo, anunciador de cada nuevo día. El gobierno de Xi Jinping lidia con los problemas vinculados con la reforma y avance económico de su país, la lucha contra la corrupción y la contaminación ambiental, y los preparativos para el XIX Congreso del Partido Comunista de China, que se realizará en octubre.

Y como si esa agenda no fuera lo suficientemente recargada, desde el 20 de enero tiene otro gran asunto que amenaza el porvenir chino: las políticas agresivas de Donald Trump.

No es sólo el mandamás de la Casa Blanca. El nuevo secretario de Estado, Rex Tillerson, y el secretario del Pentágono, general James Mattis, también han estrenado sus funciones con expresiones muy inamistosas con Beijing. Son amenazas que los hijos del Celeste imperio no van a tomar a la ligera. Como el gallo, conocen bien los tiempos de la política, saben de cantos y también tienen sus espolones, cuando no queda más remedio que dar pelea.
El ánimo nacional chino sintió como una profunda herida la conversación telefónica del electo Trump con la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, una provincia de la República Popular China separada artificialmente por Washington tras el triunfo de Mao Tsé tung. Ese diálogo amenaza repetir la política de las “dos China” fracasada para Estados Unidos por lo menos desde 1979. Esa provocación se produjo en diciembre pasado. Fue una señal muy inamistosa: al menos en este punto Barack Obama se había ceñido a los límites de los anteriores presidentes.

Otro conflicto ya empezó a desarrollarse con la nueva administración alrededor de las islas del mar meridional de China y de las Diaoyu, del mar oriental.
En el primer caso hay una disputa de soberanía con China de estados ribereños como Vietnam, Filipinas y Malasia, además de Taiwán. Supuestamente EE UU no tiene arte ni parte allí, pero como todo el mundo es de su interés quiere manipular “arbitrajes internacionales” (léase de su autoría). En este punto debutó Tillerson con voz autoritaria: “no consentiremos el acceso a esas islas”. Aunque no fue explícito, pareció la advertencia de la marina yanqui bloquearía esas islas, como las Spratly.
La respuesta de la cancillería china fue firme. El diario chino editado en inglés, Global Times, fue más directo: “mejor es que Tillerson refuerce su estrategia nuclear si quiere obligar a una gran potencia nuclear a no tener acceso a su territorio”. “Una acción de este tipo haría partir un conflicto devastastador entre China y EE.UU.”, subrayó el periódico.

También las Diaoyu
Las islas han sido recreadas artificialmente por China y dotadas de pistas de aterrizaje, con soldados que las defienden, y están en una zona por donde pasa buena parte del comercio asiático. Un choque allí entre la marina norteamericana y la china tendría consecuencias muy graves para la paz mundial. La pulseada diplomática empieza a ser ganado por Xi y no por Trump, al haber dado este el portazo al acuerdo Transpacífico (TPP). Los socios desairados (Vietnam, Filipinas y Malasia), ahora miran hacia Beijing. El presidente de Filipinas ya estuvo de visita allí y aceptó negociaciones bilaterales sobre las islas. Vietnam y Malasia parecen ir en la misma dirección, una vez fracasada la unión de libre comercio que había firmado Obama y ahora Trump desahució.

En la región, pero en el mar de la China Oriental están las Diaoyu, chinas desde tiempos inmemoriales pero en disputa con Japón. Obvio, EE UU interviene aquí para darle la razón a su aliado Tokio.
Trump debe haber estado pensando en ese conflicto a la hora de designar al jefe del Pentágono, el general Mattis, con 44 años de función en los cuerpos de la marinería y apodado “Perro rabioso”. Durante la invasión estadounidense a Irak en 2003, el militar dijo: “vengo en paz. No traje artillería. Pero con lágrimas en los ojos, les digo esto: si me fastidian, los mataré a todos”. Las lágrimas eran de cocodrilo; las muertes, más de un millón, verdaderas.

Mattis estuvo en visita oficial a Japón en la primera semana de febrero y declaró que las Diaoyu son cubiertas por el artículo 5º del tratado de seguridad y defensa mutua con Japón. Tres días más tarde, China realizó una nueva ronda de sus patrullas regulares en las aguas territoriales del archipiélago, mostrando determinación de proteger su soberanía.

Y también por algo al primer mandatario de otro país que recibió Trump en sus oficinas neoyorquinas, apenas electo, fue al nipón Shinzo Abe, cuya administración empieza a tener un preocupante sesgo militarista. Está llena de funcionarios que no hacen ninguna autocrítica de las invasiones a Manchuria y norte de China, donde realizaron un genocidio a partir de los años '30, como la ministra de Defensa, Tomomi Inada. Los nipones fueron derrotados allí por Mao y sus tropas revolucionarias, con ayuda de José Stalin en la parte final, incluso con armas, cuando Moscú estaba triunfando en su contraofensiva berlinesa y no le preocupaba tanto lo que dejaba a sus espaldas.

Trump y Abe están aliados para tratar de cobrarle a China deudas de la historia, que en realidad la humanidad tiene con el país socialista. Los dos ex contendientes hoy coludidos son traidores el uno al otro: uno le hizo Pearl Harbour y el otro Hiroshima y Nagasaki. ¿Y se unen para agredir a China?
Riesgos para la paz

La propaganda del imperio acusa a Irán, Corea del Norte y China, de ser peligrosos para la estabilidad internacional por su experimentación de armas y misiles. Pero esos son programas que buscan asegurar la defensa nacional, amenazadas antes por Obama y en mayor grado por Trump y sus “Perros Rabiosos”.
EE UU gasta un tercio de todas las partidas militares del mundo. Y la lista de agredidos, invadidos, bombardeados y bloqueados es muy larga, antes y después de las Torres Gemelas. Saddam Hussein no tuvo nada que ver con esos atentados, pero Irak fue invadido y él asesinado; igual resultado hubo para Libia y Muammar Khadafy.

El imperio tiene un presupuesto de Defensa (sic) de 618.000 millones de dólares, pero el senador John McCain, por Arizona, propuso incrementarlo en 50.000 millones, en línea con el magnate presidente. Esto permitiría sumar 8.000 nuevos soldados al Ejército y 3.000 al Cuerpo de Marines, que tendrían medio millón y 200 mil efectivos, respectivamente. El sitio digital The Hill aseguró que con esas partidas se construirían 59 naves en el próximo quinquenio. Buena parte de ese armamento apunta contra China, por los conflictos enumerados.

El 6 de febrero China mostró un misil capaz de alcanzar las bases militares de EE UU en Japón, Taiwán y Filipinas. Se trata del Dongfeng (DF-16), de alta precisión y con un alcance superior a los mil kilómetros, capaz de llegar hasta las bases en Okinawa. No fue algo clandestino sino deliberadamente difundido por videos del Ejército de Liberación Popular (ELP) y China Daily; es la tercera vez que se divulgan fotografías de las lanzaderas de esos misiles, desde que fueron mostradas en un desfile en Beijing en septiembre de 2015.

Hegemonía difícil de restaurar
Los ataques de Trump contra el país socialista tienen que ver con su búsqueda de restaurar la hegemonía estadounidense a nivel mundial. De allí sus críticas a granel sobre los supuestos perjuicios que provoca la economía china, que habría destruido muchos empleos en USA y el mundo.
Vamos por parte, diría Jack el Destripador.
Sobre el impacto chino en el mundo, es al revés de lo que afirma el magnate. Desde que George W. Bush piloteó la crisis mundial de 2008 con el desplome del Lehmon Brothers, el crecimiento chino del orden del 7-8 por ciento anual ayudó a mitigar parte de la catástrofe.
En Asia-Pacífico, donde Trump abandonó el TPP, Beijing sería el gran auxilio con su Asociación Económica Integral Regional (RCEP, sigla en inglés) para la construcción de un Área de Libre Comercio de Asia-Pacífico (Alcap). Otra vez EE UU afecta y China colabora, sin hacer beneficencia sino con beneficios mutuos.

En el intercambio comercial de China y EE UU, de 500.000 millones de dólares anuales, hay una diferencia a favor del primero. ¿Es su culpa o de los déficit de la potencia en decadencia? Además los productos chinos más baratos permitieron ahorrar a los consumidores norteamericanos 295.170 millones de dólares en 2016, 2.400 dólares por cada hogar.

Con las inversiones estadounidenses en China se estima que el receptor generó 17 millones de empleos, pero también es cierto que EE UU, además de las ganancias de sus empresas con esa plusvalía, se benefició con 1.7 millón de puestos en su suelo. Además no fue poca la inversión china en Norteamérica: 45.600 millones de dólares el año pasado.

Detrás de una retórica demagógica, el magnate y su gabinete de CEOs de multinacionales y “Perros rabiosos” buscan atacar a un país socialista. Este puede tener numerosos defectos, pero cuenta con 1.360 millones de habitantes y un gobierno tan socialista como nacional. Y, que no lo olvide Trump, están en el Año del Gallo, que canta para el nuevo día pero tiene espolones.


ortizserg@gmail.com

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