Por Ilka Oliva Corado
Poco nos queda de humanidad, si es que en algún momento la tuvimos. Un planeta insalvable nos
grita pidiendo auxilio, nos hacemos los desentendidos y nos acostamos panza
arriba a dormir la mona, mientras todo a nuestro alrededor se va extinguiendo ante nuestra indiferencia de
mediocres egocéntricos.
Somos el deterioro de una especie destructiva, egoísta,
oportunista y jactanciosa. Somos el peor de los males. Cada día amanecemos con
más especies en peligro de extinción, con la fauna y la flora en agonía, con
las selvas tropicales a punto de ser desiertos. Con las calles de nuestro
barrio cundidas de basura. Nosotros con nuestro cuero más duro. Más insensibles que el día
anterior.
Cada días más niños en las calles, en los basureros, cada
día más feminicidios; más niñas, adolescentes y mujeres violadas. Cada vez más
embarazos producto de una violación. Y el derecho al borto que nunca llega
porque cuestiona a nuestra doble moral.
Cada día más desapariciones forzadas, más tráfico de
personas para fines de explotación sexual, laboral y tráfico de órganos. Más migrantes lanzándose a las fronteras de
la muerte. Nosotros cada día más corruptos como los grandes capos y nos acomodamos diciendo, ¿si ellos lo hacen
por qué yo no? Más mezquinos que un año atrás. Sumisos cuando nos conviene y
excelentes para vivir de apariencias.
Nuestra especie es la ponzoña de todas las criaturas que
habitan en el universo. Corrompidos en cada una de nuestras acciones. Esclavos del consumismo y del chisme. Somos
la mera leche para humillar al desamparado, para pisotearlo, para restregarle
en la cara nuestra opulencia de bandoleros de doble moral. Esos residuos que
nos permite el sistema, porque somos tibios y acomodados.
Nosotros que desconocemos de hermandad y solidaridad. Que la
dignidad nos escalda, que la lealtad nos ofende y que la conciencia nos hace
los mandados. A nosotros que la palabra humanidad nos crea úlceras. Que el
respeto por el otro nos incomoda y nos enfurece.
Somos una especie putrefacta que ni la aves de rapiña
quieren comer. Nos devoramos entre nosotros mismos, ansiosos, urgentes, con la
avaricia a flor de piel; con la maldad en los labios y la mirada. Con los
dardos envenenados en las manos. Y nos los lanzamos entre familia, amigos,
conocidos y, todos al unísono contra el más explotado del sistema.
¿Cuándo tendremos respeto por todas y cada una de las especies del planeta?
¿Cuándo vamos a luchar por salvar los ríos, los lagos y los mares? ¿Por la
fauna y la flora? ¿Por la sonrisa de los niños marginados? ¿Por la esperanza
destrozada de los abuelos que mueren en el olvido de la sociedad? ¿Cuándo
dejaremos la avaricia por la conciencia? ¿El oportunismo por el compartir? ¿La
indiferencia por la solidaridad? ¿La
exclusión por la inclusión? ¿Los derechos para todos, sin distinción? ¿Cuándo vamos a luchar por la libertad de los
pueblos? ¿Cuándo, cuándo seremos humanos? Urge, era para ayer.
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