Por *Armando Álvarez Lugo
La estructuración del actual orden económico internacional
ha profundizado la pobreza y la desigualdad. Configurándose un modo de vida
caracterizado por los grandes contrastes que van desde la opulencia más obscena
propia de algunos sectores de la sociedad industrial, hasta la exclusión social
que se incrementa en forma vertiginosa, no sólo, en los países pobres, sino en
el mundo industrializado. Estas transformaciones se producen en el marco de
grandes contradicciones, donde la globalización, y el desarrollo permanente de
medios técnicos condicionan los procesos productivos, reforzándose el control
de las economías de los países periféricos por parte de las corporaciones
transnacionales.
En este contexto, se incrementan los compromisos de carácter
multilateral y bilateral que refuerzan la dinámica de transnacionalización de
la economía, donde las grandes corporaciones ejercen la hegemonía,
constituyéndose en instrumentos fundamentales para consolidar la supremacía y
dominio del sistema global del capitalismo. Vulnerando los intereses y
soberanía de los estados nacionales.
Estos procesos se enfrentan al rechazo y resistencia de los
trabajadores y trabajadoras, así como de diversos sectores sociales, de los
países involucrados, por cuanto, esa arquitectura financiera y económica
conlleva, no sólo, la pérdida de soberanía e independencia de los estados
nacionales, sino que el marco de desregulación, como principio básico del libre
comercio atenta contra los procesos productivos
de las economías nacionales. En este sentido, a parte del fallido intento del
ALCA , se puede mencionar las negociaciones llevadas a cabo durante las últimas
décadas que han conducido a la concreción
de tres acuerdos como son: A)
Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP por sus siglas en
inglés, que está en proceso de negociación entre EE.UU. y la Unión Europea); B)
el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, con participación de 12
países, tres de ellos de América Latina; y C) el Acuerdo sobre el comercio de
servicios, TISA, por sus siglas en
inglés Trade in Services Agreement, en el cual participan cerca de 50 países,
siete de ellos de América Latina.
Cada uno de esos instrumentos se encuentra en fases
distintas en cuanto a sus posibilidades de implementación. Lo significativo, es
que son la expresión más genuina del proceso de centralización y concentración
de la producción y el capital global, donde el surgimiento de bloques
regionales e interregionales forman parte de la estrategia de las corporaciones
transnacionales para afianzar la globalización capitalista. Es decir, se
constituyen redes de integración de circuitos comerciales, productivos,
tecnológicos y financieros que se desenvuelven más allá de los límites de las
fronteras nacionales donde la transectorialización, la transterritorialización,
la desterritorialización y deslocalización, son ejes fundamentales del proceso
de acumulación del capitalismo en la actualidad.
Estas circunstancias obligan a resignificar el concepto de
democracia y los nuevos planos de articulación, representación y participación
de los pueblos y los nuevos sujetos sociales, a los fines de develar la
intrincada red de los poderes fácticos que dominan las sociedades en la
contemporaneidad. En estas “democracias” no participan los pueblos. Esta es la
democracia del gran capital, que en el caso de América latina, intentan
profundizar su presencia, derrotando los procesos progresistas que insurgen a
comienzos del siglo XXI. Hoy, amenazados por los procesos de restauración conservadora-neoliberal
que se encuentran en pleno desarrollo. Por consiguiente, los tratados de libre
comercio son una indiscutible amenaza para el continente y en general para la
salud del planeta.
sociologo44@hotmail.com
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